Las amplias coincidencias registradas respecto de la evaluación de la situación internacional y regional quedaron plasmadas tanto en el Protocolo de Cooperación suscrito entre el Baas y el PCE, como en la conferencia pública pronunciada por el Secretario General del PCE.

Habida cuenta de la creciente aceleración de los acontecimientos, de la actual encrucijada en la que se debate Oriente Próximo, esta visita no pudo ser más oportuna y útil, al tiempo que altamente significativa.

Cualquiera que se acerque a ese mundo árabe musulmán, con la mente descontaminada, sin apriorismos, con sentido común y con rigor, tendrá que reconocer el papel central y constructivo de Siria en la Región.

«No hay guerra sin Egipto, no hay paz sin Siria», reza un dicho popular en la zona. Este papel se asienta en una estrategia política firme, equilibrada, coherente y soberana, en torno a la cual se articula un amplio consenso nacional y una notable estabilidad social.

Es una línea política madura, empeñada, pese a todo, en la búsqueda (sin imposiciones y chantajes) del diálogo, del acuerdo, de la convivencia pacífica, y de la estabilidad y seguridad para toda la región.

Atestiguan de ello hechos y comportamientos recientes: la retirada de la presencia siria del Líbano (avalada por los Acuerdos de Taef); la reiterada invitación a la negociación con Israel respecto de la cuestión del Golán sirio ocupado; el restablecimiento de relaciones políticas diplomáticas con Iraq (rotas desde 1982) y la visita del Ministro de Asuntos Exteriores sirio a Bagdad; la recuperación del diálogo con Turquía (viaje de Erdogan a Damasco), las sostenidas relaciones y cooperación con Egipto; así como la gestión prudente y racional de su alianza con Irán, procurando no contribuir, a priori, a la cristalización de ningún tipo de eje de carácter subregional, optando por la ampliación y diversificación de sus relaciones exteriores. País condenado por el imperialismo y sus lacayos al ostracismo, al bloqueo y al aislamiento, criminalizado de manera arbitraria por todos los males y desmanes de la región, demonizado, destinado a soportar injerencias y presiones brutales, Siria no obstante aparece ya, cada vez más, como interlocutor insoslayable para la solución de los conflictos en Iraq, en Líbano, en Palestina; para la consecución de la paz global y duradera en Oriente Próximo.

Aparecen en el escenario nuevos factores, nuevos enfoques y talantes. Parece abrirse camino el sentido común, la centralidad de la Política, como única vía para abordar la solución real de los conflictos. Aquí radica la gran enseñanza que debe extraerse del fracaso de la estrategia del Imperialismo y del Sionismo en la zona.

Esta nueva tendencia se antoja indetenible, por mucho que los círculos occidentales más reaccionarios se empeñen en el militarismo, en la agresión, la violencia, en la división social, fomentando climas de auténtica confrontación civil en Iraq, en Líbano, así como en Palestina, donde, al margen de la legalidad constitucional y sin ningún consenso político básico intra-palestino, se ha iniciado la aventura de elecciones anticipadas. Abu Mazen, al frente de la fracción dominante de Fattah, con el apoyo político, militar y financiero de los EE.UU., de Gran Bretaña y de Israel, y tras haber respaldado el boicot económico de los territorios ocupados impuesto por Occidente, pretende ahora arrebatar por la vía de la fuerza la hegemonía y la legitimidad democrática conquistadas por Hamas en las urnas.

Este ajuste de cuentas, ciertamente irresponsable, se produce al tiempo que Israel anuncia el incremento de la ocupación colonial del Golán sirio, y coincide en el tiempo con el masivo despliegue de la armada de guerra de los EE.UU. y de Gran Bretaña en aguas del Golfo Pérsico, lo que representa una clara provocación y una amenaza directa a Irán. El nuevo Secretario de Defensa, Robert Gates, lo afirmó con claridad: «este despliegue tiene como objetivo mantener una presencia duradera y robusta de EE.UU. en la zona».

Todo se mueve en Oriente Próximo y Medio. El empantanamiento de la OTAN en Afganistán, el fiasco y caos total en Irak tras más de 3 años de guerra y de ocupación, el fracaso de los EE.UU. y de Israel en la reciente guerra del Líbano, junto a la legitimación política y social de los movimientos de resistencia nacional, son factores de entidad que alteran y modifican en profundidad el panorama regional, al tiempo que han provocado un cambio en la correlación de fuerzas en EE.UU., con la derrota electoral del Partido Republicano de Bush-Rice.

Está en quiebra el conjunto de la estrategia imperial desplegada por la Casa Blanca tras el 11 S.

Es el fracaso del plan denominado «el Gran Oriente Medio», asentado en la doctrina de la guerra preventiva para acabar con el terrorismo; en el concepto del Unilateralismo de los EE.UU. y de Israel como instrumento para imponer su dominación y sus intereses geopolíticos; en la criminalización de ciertos «Estados fallidos» integrantes del Eje del Mal, como Irán y Siria; y en el despliegue de un llamado proceso de democratización del mundo árabe musulmán desde la imposición de parámetros occidentales (proceso que no hace más, como señala Slomo Ben Ami, que ensanchar aún más el divorcio entre líderes y gobiernos dóciles, prooccidentales, y las masas árabes y musulmanas).

Todo se mueve, y muy deprisa: tras las elecciones en EE.UU. fue el propio Tony Blair quien públicamente abogó por «incorporar a Siria e Irán en una estrategia global para resolver los problemas de la zona» (aunque después rebobinó tras su entrevista con G.W. Bush); la Liga Árabe en su reciente Cumbre del Cairo hace un llamamiento para celebrar una Conferencia Internacional sobre el conflicto árabe-israelí; Oriente Próximo, su problemática global, se sitúa en el eje de la Alianza de Civilizaciones, diseñándose en Estambul un programa concreto de actuación, con cobertura y aval de la ONU; el Gobierno de España lanza una iniciativa para Oriente Próximo, respaldada primero por Francia e Italia, y recientemente asumida por la Unión Europea en Bruselas, iniciativa autónoma europea que, si bien tímida aún, se sitúa en una lógica de paz y de negociación, revalidando la propuesta de la necesaria Conferencia Internacional, con carácter decisorio y vinculante para todas las partes.

A todo esto viene a sumarse el «Informe Baker-Hamilton» relacionado con Iraq y Oriente próximo. Este Informe, que de entrada representa la mayor descalificación de la Administración Bush, plantea en esencia: 1) la «desmilitarización» de la estrategia de los EE.UU. en Irak, optando por la vía de la reconciliación nacional; 2) la centralidad del conflicto israelo-palestino e israelo-árabe como clave de bóveda para cualquier avance estable y credible en la zona; 3) la necesaria implicación y participación directa de Irán y de Siria para alcanzar los objetivos señalados.

Todas estas tomas de posición, todas estas recolocaciones de fondo respecto de Oriente Próximo apuntan, objetivamente y en lo que concierne el conflicto árabe-israelí, hacia la vigencia y la actualidad del plan árabe de paz elaborado en Beirut en el 2002; conectan con su espíritu basado en «Paz por Territorios», en el marco de las fronteras de 1967, de la convivencia y de la seguridad compartida y de la estabilidad en toda la Región.

* Miembro de la S. de Relaciones
Internacionales del PCE