En un mundo que parece moverse solo a impulsos propagandísticos, sobre las consignas espasmódicas televisivas, que confunde las cosas con su apariencia, la solidaridad con la ayuda y el mercado con la justicia, resulta casi imposible encontrar momentos en los que la voluntad popular se exprese clara y contundente.

Si la voluntad popular, que no la opinión pública, encuentra cada vez menos posibilidades de manifestarse en las democracias modernas, más difícil aún es encontrar quien la interprete sin caer en el simplismo de los que la convocan, que a menudo confunden el deseo propio con el de los demás, o la otra versión, la de aquellos cuyo único objetivo es canalizar esta voluntad adecuadamente, transformándola primero en opinión pública y luego en voto.

En el cuarto aniversario de la última guerra contra Iraq tuvo lugar en Madrid la más numerosa manifestación para conmemorar esta fecha; más de 300.000 personas salieron a la calle, convocadas por grandes organizaciones como IU, CCOO, UGT, PSOE, y otras de menor peso político. También hubo una segunda manifestación una hora después promovida por la izquierda extraparlamentaria a la que apenas concurrieron unas centenas de personas, muchas de ellas procedentes de la primera convocatoria. Si nos concentráramos únicamente en la evidencia cuantitativa de estas movilizaciones podríamos suponer erróneamente:
a) que las grandes organizaciones han recuperado capacidad para movilizar a sus bases b) que la influencia de los medios de comunicación fue determinante, o c) que la guerra de Iraq es un tema que, por sí mismo, es capaz de arrastrar a las masas en nuestro país.

Desde que se produjeron las grandes movilizaciones contra la guerra en el 2003, y anteriormente con el Prestige, sólo la derecha había conseguido movilizar masivamente a sus bases. En los aniversarios anteriores de la guerra de Iraq, especialmente en el 2005, apenas unos cientos de personas habían salido a las calles convocadas por grupos pequeños, la mayor parte de ellos enfrentados entre sí. Las grandes organizaciones ni siquiera convocaron. De modo que, el tema de la guerra, aun estando presente como recuerdo cercano de expresión colectiva, y también con presencia, bien es cierto que ya marginal, en los medios de comunicación, no fue suficiente para arrastrar a los ciudadanos de cierto espíritu crítico a ocupar las calles. En el cuarto aniversario, esta vez sí, las grandes organizaciones convocaban pero también habían convocado a manifestarse con un tema tan sensible como el terrorismo tras el atentado de la terminal 4 de Barajas, en un contexto diferente tratando de buscar el consenso de todos los grupos, pero lo cierto es que a pesar de la campaña mediática no se lograron los resultados esperados. Es poco probable pues que podamos relacionar la emergencia de las movilizaciones contra la guerra a la capacidad movilizadora de los sindicatos o del partido en el poder y tampoco al crecimiento del sentimiento contra la guerra en Iraq. La sorpresa fue de todos y para todos, incluidos los medios de comunicación, que no le prestaron especial atención a la convocatoria y tampoco le dieron la cobertura correspondiente.

Es cierto que hasta ahora, con el inicio de la campaña electoral, a la izquierda parlamentaria no le había interesado desempolvar el tema de la guerra. La línea que separa la oposición a la guerra de Iraq del reclamo de las tropas de Afganistán es delgada, y también lo es la que conduce del rechazo a la ocupación estadounidense al sentimiento anti-USA. Por tanto, los riesgos para el PSOE aireando la guerra, parecían excesivamente altos en un momento no electoral. Por su parte, la izquierda extraparlamentaria envuelta en sus luchas intestinas, optó por apropiarse del tema de la guerra reivindicándose como genuino representante de la voluntad popular, pero incapaz de llegar a una población que parecía no querer dar continuidad a las movilizaciones contra la guerra y que desde luego no acudía a sus llamamientos.

Sin embargo, desde que el PP fue desplazado de los puestos de dirección del país, sus ejes políticos, consciente del techo electoral que le impone un PSOE -liberal en lo económico y tímidamente progresista en lo social-, han sido el terrorismo (ya un clásico), y avanzar en el proceso de desestabilización (cuestionamiento del Estado de Derecho en todas sus instituciones, incluida la judicatura, arenga constante y radical desde sus medios de comunicación hacia sus bases más radicalizadas, etc.), al tiempo que se ha enrocado en su defensa a ultranza de las decisiones de la legislatura de Aznar sobre la guerra y sus justificaciones.

La derecha de este país, franquista de formación y de espíritu fascista, no parece tener límites en su desesperación por recuperar «lo que le han quitado», la posibilidad de controlar enteramente los destinos de este país, el legado que asumieron de la dictadura, continuar con la obra del dictador, y tras el paréntesis táctico de la transición, conformar de nuevo el «espíritu nacional». Ante esta situación, la izquierda parlamentaria se ha visto cada vez más impotente y ha recurrido al que, sin duda, constituye el talón de Aquiles del PP, su flanco más débil: la guerra de Iraq, las mentiras con las que trató de forzar la voluntad popular; todo ello, sin demasiada convicción y arriesgándose a despertar el fantasma de Afganistán o el rechazo a la política de subordinación a Estados Unidos.

Sorprendidos unos y otros, lo que ha puesto sobre la mesa el resurgir de las movilizaciones, a mi modo de ver, es la percepción de la esencia del Partido popular, sin la coartada de la legalidad parlamentaria: capaces de cuestionar el Estado de derecho y por tanto de cualquier cosa.

Visto así, las movilizaciones pueden ser interpretadas como manifestaciones contra el franquismo; el tema de la guerra es, y probablemente fue en el 2003, un catalizador abstracto que unifica, sin necesidad de ser promovido ni por unos ni por otros. En cierto sentido, son movilizaciones apartidistas en un país donde el descrédito de los partidos políticos no ha parado de crecer. El miedo al pasado se muestra como rechazo genérico: «no a la guerra», «no al PP», especialmente cuando no se han saldado las cuentas con la dictadura. Que este miedo sea capaz de ir cuajando en algo más consistente que el voto a una u otra opción parlamentaria, dependerá de si la economía de este país tiene o no margen para una opción socialdemócrata, de si la izquierda más radical es capaz de salir del sectarismo que la hace actuar como «dueña» de las causas, de si la historia emerge con enseñanzas propias, como por ejemplo, que no basta con detener al fascismo.

Finalmente, la impunidad subyace como requisito imprescindible de la guerra moderna, es la que ha permitido ocupar Iraq, Afganistán, Palestina… pero también es componente esencial del fascismo de nuevo cuño, el que nos convirtió, una vez más, en súbditos, moneda de cambio de los gobiernos, ciudadanos siervos que diría J. R. Capella. Por eso, tan importante como recuperar el pasado es ser capaces de percibir el presente y encontrar las fisuras por donde el líquido elemento reventará la piedra.

*Profesora de la facultad de CC. Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.