Estimados «Urbi et Orbi»: El otro día me escribió un amigo, querido y respetado, que se había enterado de esta correspondencia que me he inventado con la Derecha, y me hizo unas cuantas observaciones que yo mismo había pensado alguna vez, de manera que la carta de hoy está dirigida a mucha más gente.
Aunque pudiera no parecerlo, yo escribo a la derecha que todos llevamos a un lado, o sea, a una parte de nosotros mismos. Y aunque sigo con la intención de decírselo a Pedro para que lo entienda Juan, es posible que algunos de los lectores pudieran entender el mensaje como una denuncia (otra más) del comportamiento de «los otros» desde una irreprochable posición político-moral adversaria. De manera que la carta dirigida a la Derecha sólo es leída y apreciada por la Izquierda que encuentra en la misiva ese «ya te lo decía yo» tan consolador.
Que las cartas que escribo sean leídas ya me parece importante y que sirvan de consuelo no viene mal en estos tiempos. Lo que no me gustaría es que sirvieran de autocomplacencia, porque si estuviéramos haciendo bien nuestro trabajo, ni tiempo habría para andar echándoles sarcasmos a los de enfrente. Eso admitiendo que la Derecha ocupe una ubicación exacta e inmutable, sin metástasis por todo el cuerpo social. Más de una vez (y con más de un disgusto con los amigos) he comparado a una parte muy clásica de la militancia más ortodoxa con los cofrades y costaleros que constituyen la espina dorsal de las procesiones de la llamada Semana Santa. Más de una vez me he preguntado por los ritos y los gestos que constituyen la representación de nuestras señas de identidad y que, a veces, parecen contener toda nuestra identidad, que no se manifiesta de ninguna otra manera, ni en la vida personal, ni en la familiar ni en la organizacional.
Yo escribo mis cartas a una Derechona, carca y casposa pese a sus oropeles de modernidad y consumo, para que las lea una Izquierda que tiene que aprender a reírse de ella misma, en sus contradicciones, para poder ser creíble y seria.
Pero también cabe, según anda de cinismo este mercado que condiciona toda la vida política institucional, la sarcástica posibilidad de que el «solar patrio» se haya convertido en un «manifestódromo», con sus horarios e itinerarios, donde cada cofradía compite y sublima. Unos aportan la masa vociferante y otros el intenso recogimiento minoritario. Hoy toca la memoria y mañana la unidad de ¡Ehpaña!.
Por encima de todo eso están los tour operators y la industria auxiliar. No hace mucho otro amigo me decía que la industria auxiliar del espectáculo funciona mejor que los propios espectáculos. Pues eso. Podemos seguir participando en el lugar que nos mole más:
Costalero, cofrade, espectador, vendedor de banderitas o escritor de cartas irónicas a quien no te lee. Luego, los periódicos establecerán la verdad mediática sobre la manifestación y alguno de los asistentes llegará, incluso, a compararla con lo que pudo ver Fabricio de la batalla de Waterloo.
La cuestión es que a la Derecha no le importa la realidad sino, solamente, la representación que le conviene y a muchos de nosotros, que tanto nos ha costado comprender y explicar el mundo, nos asombra y deprime haber perdido las fuerzas para cambiarlo.