La Política como el Arte es esencialmente comunicación. La idea que concibe el artista, el proyecto político que concibe una persona o un colectivo nacen en la mente como consecuencia del impacto que la realidad suscita en el ser humano. Las ideas y los proyectos surgen siempre a causa de una visión de lo concreto e inmediato. Es evidente que la mente selecciona, depura, estructura y proyecta los datos de la realidad en función de los intereses, valores y deseos del sujeto personal o colectivo que acepta el reto de representar, recrear o cambiar lo que ha recibido.
Concebida la idea o la propuesta comienza una tarea titánica y llena de dificultades: sembrar la idea o el proyecto en la materia dada, en la realidad social existente. Pero si en el caso del Arte la materia, el espacio, los colores, la voz, las palabras, etc son relativamente permeables y susceptibles de modelación por la acción humana, en la Política el sujeto pasivo no existe como tal, es activo e interactúa con el sujeto que propone. Además de ello, esa sociedad que recibe la propuesta no es un conjunto homogéneo y uniforme; en ella se dan las clases sociales y los intereses encontrados que las enfrentan. El problema del artista es posterior a la creación de la obra; ésta debe ser entendida o al menos ser capaz de suscitar emoción, atracción o identificación. Es ahí donde la comunicación entre el autor y el observador se hace a través de lo creado.
En Política la comunicación forma parte del primer paso, la obra es producto del colectivo si éste ha aceptado intervenir en la propuesta para hacerla suya y desarrollarla. Para los que pensamos que la Política es la ciencia y el arte de la transformación socialista de la sociedad con ella, por ella y desde ella, la comunicación y su preparación esmerada es el requisito indispensable. Y esa comunicación emana de varias fuentes: el ejemplo, la coyuntura adecuada, la necesidad social sentida y desde luego la palabra; todo ello define y compone el discurso político.
Si los lectores que hayan llegado hasta aquí están siquiera medianamente de acuerdo con lo expuesto no tendrán mucha dificultad en admitir que el discurso político que se presenta en la actualidad no es tal, es una mistificación. Los sofistas políticos contemporáneos han transformado, de la mano del capitalismo, la actividad política en un tira y afloja de la oferta y la demanda. Y en consecuencia el despliegue de razones, principios y propuestas se reduce al lenguaje propio de las ventas post balance o al de una realidad definida por slogans y spots publicitarios. El ciudadano como sujeto activo y receptor del mensaje deja el paso al elector consumidor de marcas, líderes, fobias, filias y quincalla política. Desde el bajar los impuestos es de izquierdas hasta el con Rajoy llegarás a fin de mes hay toda una sarta de trivialidades que no son hijas del deseo de claridad sino de la apuesta por la manipulación.
Se perfectamente que frente al titular demagógico que se resume en un segundo de exposición la tarea de desmontaje de la falacia es ímproba y necesita de preparación, paciencia y sobre todo de voluntad organizada para presentar un discurso razonado, serio, ideológicamente vertebrado y con propuestas desarrolladas lógicamente. Unas propuestas que toquen los problemas más sentidos y más reales que los seres humanos tienen en estas sociedades satisfechas de no sé qué. Un discurso que en definitiva transforma al receptor pasivo en sujeto activo de su propia emancipación. Gramsci definió a este tipo de propuesta como una fantasía concreta que era capaz de galvanizar y organizar a un pueblo roto y desarticulado. Si los comunistas no volvemos a ser los portadores de un proyecto con estas características es que hemos renunciado a nuestra existencia.