Mundo Obrero: A finales del 2007, la educación ha sido titular de primeras páginas en los medios de comunicación como consecuencia de la publicación del informe PISA. ¿Cómo valora esta recepción?
Mariano Fernández Enguita: Bien y mal. Bien porque, a diferencia de lo que es tradición en el sistema educativo y la opinión pública españoles, se acepta una evaluación como punto de partida para la reflexión y el debate, en vez de rechazarla de plano. Mal porque se ha convertido en un arma arrojadiza entre los grandes partidos, entre partidarios y detractores de las reformas, etc., en lugar de dar impulso a un debate productivo: se suceden los jarros de agua fría de PISA sin que se vea al sistema, las instituciones o la profesión tensionarse ni a los políticos apostar por hacer de la educación un asunto de Estado. Creo que lo correcto sería poner en marcha una comisión, un grupo de trabajo o algún otro escenario de encuentro que permitiera elaborar unas bases compartidas para tratar de mejorar la educación los próximos años, hasta cierto punto con independencia de quién gobierne.
M.O.: ¿Ha intervenido en los resultados los cambios que se han producido desde 1990, año de publicación de la LOGSE, en el bajo rendimiento del alumnado?
M.F.E.: No lo creo, aunque la asociación resulte fácil para perezosos mentales y oportunistas políticos. Las reformas estructurales de la educación han permitido que mucha más gente acceda a más educación, de manera que el rendimiento conjunto del sistema es mucho mayor y el stock de conocimiento producido también. Pero, al mismo tiempo, creo que no deben ignorarse la falta de interés de buena parte de los estudiantes, la falta de motivación de muchos profesores, el laxismo de numerosas prácticas y una cierta ingenuidad legislativa. Para mí el problema no es volver desde la LOGSE a ningún paraíso perdido, que en realidad nunca existió, sino abordar seriamente el funcionamiento del sistema en su conjunto, en cada centro, en cada aula, en cada servicio central o de apoyo.
M.O.: La Educación en nuestro país parece revestirse siempre de polémica y debate. Sus «avances» se producen con reformas de reformas: LOGSE, LOCE, LOE… Podía usted enumerar algunas causas de porqué no se ha conseguido un pacto escolar que también hubiera implicado a la comunidad educativa.
M.F.E.: Para empezar, porque la derechona de este país, concretamente el PP, ha disparado sin escrúpulos contra la línea de flotación de todas y cada una de las instituciones que deberían haber sido escenario y objeto de acuerdos interpartidistas y políticas de Estado: las altas instancias judiciales (Tribunales Constitucional, Supremo, de Cuentas), la política antiterrorista, la política exterior y, por supuesto, la política educativa (la excepción. Para continuar, porque ni siquiera existe ese pacto a escala de los centros, donde los primeros que no lo quieren son los profesores, que siempre hablan de comunidad, acuerdo, cooperación familia-escuela, etc., pero en realidad piensan en que los demás hagan lo que ellos les digan que tienen que hacer y, sobre todo, en que no hagan nada que no les hayan indicado hacer. El concepto mismo de comunidad educativa es una ficción, una ficción ideológica, pues no puede haber identidad de intereses entre el productor y el consumidor, ni en éste ni en ningún otro ámbito. El profesor, por ejemplo, quiere irse antes a casa, mientras que el interés objetivo del alumno o de la familia es justamente el opuesto: véase, si no, la ignominiosa matraca sobre la jornada continua en la enseñanza primaria pública (no hablemos de la secundaria, donde ni siquiera hubo debate). La profesión y su público tienen intereses comunes, pero también opuestos, y ver o presentar sólo una cara es media verdad, y por tanto media mentira. De hecho sólo ha habido grandes pactos, o algo parecido, en Cataluña y el País Vasco, cimentados y cementados por una alianza de intereses entre el profesorado que quería monopolizar las oportunidades locales y el nacionalismo que quería servirse de la escuela para su proyecto constructivista.
M.O.: ¿Cómo explica que la Ley Moyano se mantuviera durante cien años y desde 1971 hayamos tenido tres cambios en el sistema educativo?
M.F.E.: El sistema de la ley Moyano duró más de cien años, pero el de Las Siete Partidas (de Alfonso X el Sabio), que Carlos Lerena señalaba justamente como el punto de partida del sistema de enseñanza tradicional, que sería el anterior al liberal nacido de la ley Moyano, duró casi un milenio (seiscientos años, para ser más precisos). ¿Qué hay de extraordinario? La máquina de escribir duró apenas 150 años, mientras que la pluma lo hizo 2500 o más y el buril ni te cuento. Sencillamente, la sociedad cambia a un ritmo antes inimaginable. En mi opinión, esto requiere un cambio en el concepto mismo de política educativa. Las autoridades extraescolares deben ahora fijar marcos, orientaciones y objetivos generales, y corresponde a los centros, es decir, a los directores y sus equipos y a los profesores individualmente y en grupos de trabajo (no es que me olvide de los claustros, es que no me interesan: sólo son un freno, una rémora, la reacción…), en colaboración con la comunidad, formular políticas más precisas sobre el terreno. Las autoridades educativas deben asegurar lun contexto en el que los centros puedan y deban desarrollar iniciativas, es decir, de apoyo y de exigencia.
M.O.: ¿Cómo se relaciona el tradicional liberalismo español con el actual minimalismo educativo?
M.F.E.: Como es obvio, la tradición liberal española fue minoritaria, efímera y trágicamente frustrada una y otra vez. La sociedad española no ha incorporado el liberalismo, y eso incluye al profesorado: son claras pruebas de ello, por ejemplo, la resistencia a cualquier forma de responsabilidad de profesores y centros, la hostilidad a la elección de centro por los padres o penosa idea de que la jornada escolar debe votarse colectivamente en vez de elegirse individualmente. La mayoría se ha quedado en la superficie del liberalismo, con aquello que le convenía, incluso distorsionándolo, por ejemplo cuando se quiere aplicar el principio de libertad de cátedra a lo que no es una cátedra y se identifica con hacer y decir lo que se quiera… o se sepa. Por otra parte, yo no hablaría ahora de minimalismo, sino de falta de una estructura de prioridades. Muchos profesores se quejan de lo contrario, de que los objetivos mínimos son inalcanzables. Yo no identificaría la educación en valores, la formación de capacidades y competencias, etc., con ningún minimalismo. Lo que creo es que hay que establecer una línea clara de delimitación entre enseñanza y educación, entre los contenidos y destrezas cognitivos precisos que el alumno ha de adquirir y los otros aspectos de su formación. Los centros de primaria y secundaria han de ocuparse de las dos, sin sacrificar una a otra. De hecho, si algo distinguió y unió a la mejor tradición pedagógica española, no sólo liberal (la Institución Libre de Enseñanza, las Sociedades de Amigos del País…) sino también obrerista (Escuelas Racionalistas, Escuela Nueva) y conservadora (Manjón), fue la convicción de que la educación era mucho más que la enseñanza, pero que en ningún caso podía sacrificarla.
M.O.: Se habla mucho de fracaso escolar, pero poco de una educación proyectada en formar ciudadanos con conciencia crítica en una sociedad en que los mensajes y su lenguaje están impunemente al servicio del mercado. ¿Qué papel debería tener la escuela hoy día ante este fenómeno?
M.F.E.: ¿A qué viene mezclar cuestiones tan distintas? El fracaso escolar es un serio problema, con o sin mercado, y decir que deberíamos hablar de éste en vez de aquél es tanto como decir que no se quiere hablar de aquél. La escuela debe formar personas, trabajadores, ciudadanos. No creo que estemos formando malos trabajadores pero buenos ciudadanos, sino más bien al contrario. Tampoco entiendo por qué la función de la escuela habría de ser formar ciudadanos críticos… con el mercado, ¡pero no con el estado! ¿Quizá porque eso lo dicen los funcionarios, porque los forman los funcionarios, o porque no deben ser críticos con los funcionarios? No comparto la demonización del mercado, y creo que la generalidad de los profesores no lo entienden mejor que la generalidad de los ciudadanos, de modo que ¿en qué los iban a formar? Apoyo la propuesta de la asignatura Educación para la Ciudadanía y los DDHH, así como la transversalidad de sus temas, una mayor participación en la gestión y una conducta más edificante de los profesores como las vías para formar mejores ciudadanos, pero no creo que buen ciudadano equivalga a crítico del mercado. Sencillamente hay que entender mejor la sociedad, y la escuela y el profesorado harían bien en empezar por entenderse mejor a sí mismos, antes de pretender que entienden -críticamente, por supuesto- todo lo demás.
M.O.: Se dice que estamos en el llamado Estado de las Autonomías, sin embargo los anuarios del INCE informan que los resultados son bastante dispares. ¿Esta realidad favorece el progreso del sistema educativo?
M.F.E.: La disparidad siempre ha existido y, a pesar de variaciones a corto o medio plazo, se ha venido reduciendo a largo plazo. Buena parte de esa disparidad, además, no se debe a que se trate de una Comunidad u otra, sino a diferencias en su estructura económica, su pirámide demográfica su composición social, etc., que no deben tomarse por efectos propiamente autonómicos. Dicho esto, sí quiero añadir que, en mi opinión, el sistema educativo está demasiado fragmentado, hasta el punto de que a menudo no hay una información homogénea sobre todo él, de que hay problemas para la movilidad geográfica (interterritorial) de los alumnos y verdaderos muros alambrados para la de profesores, que hay riesgos de desigualdad y que se manipula sin piedad para la construcción de nacionalismos periféricos y localismos mientras que no se ha encontrado una manera eficaz y compartida de que también sirva a la reconstrucción de la comunidad que es toda España.
M.O.: ¿Cómo se explica que el debate entre binomio escuela pública-escuela concertada haya quedado en el silencio?
M.F.E.: Es un debate del siglo pasado, dicho en breve. Es de cuando identificábamos la escuela pública con una legión de Don Gregorios (el maestro de La lengua de las mariposas) y Machados (¿fue buen profesor, además de gran poeta?) y la escuela privada con curas y niños ricos. Eso se acabó. En la escuela pública se mezclan los buenos profesionales y los funcionarios adocenados o pícaros, y la escuela concertada no tiene nada que envidiar a la pública (excepto las condiciones de trabajo, sus profesores). El papel del Estado, de la política y de la profesión es, hoy, contrarrestar la tendencia de la concertada (no toda) a evitar a los alumnos más difíciles, a la vez que la de la pública (no toda) a dormitar y transitar por la línea de menor resistencia. El problema es conseguir un buen servicio público a partir de las escuelas estatal y privada: gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones (¿te suena?). Por supuesto que son una cuestión y un debate abiertos, la dinámica distinta de ambos sectores y de sus posibles combinaciones, demasiado amplios para hacerles justicia en una respuesta a una pregunta, pero me resultan profundamente aburridos las simplificaciones tipo público-estupendo contra privado-malvado. ¿Sabes que la práctica totalidad del profesorado de la enseñanza pública acude a la sanidad privada, e incluso un alto porcentaje a la escuela privada? ¡No hay mejor combinación que producir público y consumir privado! La única privada que me preocupa singularmente es la no concertada, porque en ésa sí que es posible un verdadero sectarismo social (centros-burbuja, sólo para privilegiados) e ideológico (centros fuertemente confesionales, por ejemplo de los kikos), pero de ésa no se suele hablar.
M.O.: ¿Cree que la derecha ha provocado artificialmente el debate! sobre la asignatura Educación para la Ciudadanía en función de sus intereses ideológicos y económicos?
M.F.E.: La derecha, la derechona, está en su papel: todo vale para recuperar un gobierno que creen sólo puede ser suyo. No creo que haya intereses económicos en este asunto (por ese lado, sólo beneficia a las editoriales), pero sí una colusión de intereses entre el PP, que es como el alacrán del cuento, dispuesto a zarandear el estado para volver al gobierno, y la iglesia católica, que quiere controlar la primera institución de socialización. Lo peor es que en el proceso da pábulo a y protagonismo a personajes que deberían estar en alcanfor, como Rouco, Gasco y Cañizares. Hacía mucho tiempo que la iglesia, y lo peor de ella, no se sentían tan crecidos, y eso se lo debemos al oportunismo y al partidismo sin escrúpulos de los populares. Por otro lado, lamentablemente, tampoco existe un frente laico: las familias han sido educadas para no opinar si no es tras sus profesores, los nacionalistas prefieren mirar para otro lado siempre que se les permita seguir metiendo mano en las humanidades y demás, y los profesores de filosofía y de ciencias sociales, que podrían ser los más directamente implicados, ven con desconfianza cualquier asignatura nueva que pudieran tener que compartir.