Esta crisis estaba anunciada, en el mundo y aquí. No hay economía saneada, fundamentada en el valor real de productos y servicios que resista el actual mercadeo y compincheo de intereses, la especulación sobre casi todo, la privatización de las principales fuentes de riqueza, la diferencia entre el valor real y el financiero de las cosas, el adelgazamiento de las leyes de carácter público a favor de la «liberalización» favorable al mercado, un mercado cautivo de los grandes intereses.
Es el momento de poner encima de la mesa, alternativas en todo: qué se produce, dónde se produce, cómo se produce, educación para el conocimiento y la responsabilidad, salud como elemento de seguridad, vivienda como base de orientación de la energía propia hacia la sociedad, equilibrio territorial, con producción, servicios y transportes que lo sustenten, energía para todo tipo de casos que sea la más eficaz, la menos contaminante y la más barata. Y como elemento central el principio de planificación democrática de necesidades y posibilidades reales a nivel de la microeconomía, de las economías de escala a nivel español y europeo y de las mundiales.
Las grandes corporaciones en cada país y a nivel internacional, todas ellas de carácter privado, deben convertirse gradualmente en corporaciones y multinacionales públicas enfocadas al bien común y no a la competencia feroz. Los estados y las grandes instituciones (NNUU, MERCOSUR, UE…) deben ser los instrumentos necesarios para resituar, o situar el papel de la economía.
Se acabó el producir lo que me da la gana, dónde me dé la gana y cómo me dé la gana. El problema de fondo es qué producir, cómo producir, dónde producir. Y luego distribuir y redistribuir de forma justa, teniendo en cuenta los derechos e intereses, legítimos de todos. Esto se llama planificación democrática, antesala de la democracia real y del socialismo.
De pronto, la luz se apagó y de la noche emergió la crisis. Doce años de crecimiento en el marco de un ciclo internacional positivo parece que terminan. La sensación es que la fiesta se ha acabado. Cuando estas cosas ocurren lo que suele llegar es la incertidumbre y el no saber qué hacer. En esas estamos. El gobierno, los llamados agentes sociales (empresarios y sindicatos) y la población en general despiertan a un mundo marcado por la crisis y lentamente, van dejando atrás la promesa, mil veces repetida, de un capitalismo que había superado definitivamente sus contradicciones y que era capaz de crecer y de repartir, más o menos, los frutos de ese crecimiento.
Cuando desde la izquierda altermundialista y desde la economía crítica se advertía de que la globalización capitalista llevaba en su seno riesgos sistémicos de grandes dimensiones y que las recurrentes crisis financieras se estaban acercando peligrosamente a los países centrales (esto ya ocurrió a primeros del nuevo siglo en EE.UU. en las llamadas «crisis.com»), la respuesta fue siempre la misma: acusarlos de catastrofistas y de viejas nostalgias marxistas.
Por lo pronto, aquí y ahora nos encontramos ante la crisis terminal de un modelo de crecimiento que coincide con una crisis financiera internacional que pone en cuestión el fundamento básico de esto que se ha dado en llamar la globalización capitalista. Y más allá, la crisis del vigente sistema monetario internacional y el cuestionamiento radical de la hegemonía norteamericana. No es poca cosa.
Una segunda cuestión que habría que retener es que el modelo de crecimiento que tan feliz ha hecho a las clases dominantes y a una parte sustancial de los ciudadanos y ciudadanas que rápidamente han adquirido una cultura de «nuevos ricos», era insostenible desde el punto de vista económico, social y ecológico. Las características básicas del mismo han sido sistemáticamente ignoradas por los grandes medios de manipulación de las conciencias. Un modelo enormemente concentrador de las riquezas (nunca ha habido mayor desigualdad en el reparto de la renta); muy injusto socialmente; depredador de recursos naturales y generador de un modelo político al servicio de una oligarquía financiero inmobiliaria. La degradación de las relaciones laborales, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, han sido los datos más sobresalientes de un patrón de crecimiento que, especialmente, se ha cebado en la población emigrante, a los jóvenes y a las mujeres.
Efectivamente, la fiesta se acabó y habría que decir aquello que se repitió mucho en los noventa: «estúpidos, es la economía», aunque para ser más claros habría que decir: «estúpidos, es el capitalismo». Porque se trata de esto y no de otra cosa: la financiarización de la economía de la que tanto se lleva hablando en este último año no es otra cosa que una redistribución del poder económico y político a favor de una plutocracia cada vez más dominante en el intento (siempre intentado y siempre fracasado) de superar las crisis recurrentes del modo de producción capitalista.
Lo que sabemos ya es que este intento de superación de la crisis repite siempre un modelo también recurrente, lo que se ha dado en llamar la economía política de las burbujas.
Para la izquierda social y política, la crisis obliga a resituarse estratégicamente. Hasta ahora, las respuestas son las normales después de un duro despertar: viejas ilusiones cargadas de falta de imaginación y de principios. Lo decisivo no será hablar en abstracto de crisis, sino plantearse el dilema real: ¿salir de la crisis o de la globalización neoliberal en crisis?.
Aquí tampoco hay que engañarse demasiado. Es posible que este enésimo desinflarse de la burbuja se pueda controlar, arruinando a millones de ahorradores y condenando al desempleo a miles de trabajadores. Lo que si sabemos también es que los riesgos sistémicos son inherentes a esta globalización capitalista y que junto a ella, hay una crisis ecológico-social extremadamente profunda, que la crisis energética y de las materias primas ponen dramáticamente en evidencia, en el marco de una transición, cada vez más dura y terrible, en las relaciones internacionales. El conflicto de Osetia del Sur es un síntoma de este entrecruzarse las crisis.
Reconstruir social, política y culturalmente la izquierda se hará, como siempre, por su capacidad de enfrentarse con radicalidad a estos problemas centrales desde un punto de vista que privilegia a los de abajo, a los que sufren todas las crisis y son, en todo tiempo y lugar, los que pagan las guerras.
En este contexto, ¿hablar de la alternativa socialista es una exageración de viejos comunistas siempre insatisfechos con el capitalismo?
* Miembro de la Presidencia Federal de Izquierda Unida