En la historia de la literatura, existen escritores que sin pretenderlo, cuestionan la autonomía del hecho literario por la marcada interrelación entre sus vidas y sus obras. Tal es el caso de Cesare Pavese cuya biografía va íntimamente ligada a su producción literaria, fenómeno que ha influido en que determinadas vicisitudes y peripecias de su trayectoria vital, como su pertenencia al Partido comunista y su suicidio, hayan condicionado la visión y recepción tanto de su narrativa como su poesía.
Además de estos aspectos, se ha señalado que el descubrimiento de la literatura americana y la insatisfacción ante el transcurrir vital constituyeron un haz de elementos que hicieron de la vida de Pavese un ascesis difícil que le condujo al suicidio. Su muerte elegida exige, que más allá de su posterior mitologización, desvele y clarifique sus aspectos escondidos en una atmósfera desprejuzgada, porque existe en Pavese una interpretación ejemplar de sus razones de vivir y de sus razones de escribir, o de no poder escribir ni vivir.
Como otros escritores que decidieron, por voluntad propia, sobre sus vidas y sus muertes – recordemos, por ejemplo, a Maiakosvki y Paul Cela- que a pesar de ellos mismos su obra y vida quedaron mitologizadas cuando no convertidas en metáforas de un tiempo histórico.
La obra de Cesare Pavese abraca la novela, la poesía, el ensayo y el artículo periodístico. Sobre ésta planea el diario que inició en el año 1935 y continuó hasta días antes de morir en el año 1950 y que tituló El oficio de vivir. Sus notas del acontecer diario no son sólo un documento de las vicisitudes personales, sino una miscelánea donde tiene su asiento una práctica de auto psicoanálisis existencial y literario.
Por estas razones, y para una mejor comprensión de la trascendencia de su escritura, es preciso recordar algunos datos de su biografía. Cesare Pavese hubiese cumplido cien años el pasado nueve de septiembre. Nació en Santo Stefano Balbo, un pueblo campesino cercano a Turín en pleno Piamonte donde pasaba sus vacaciones. A la edad de seis años muere su padre, acontecimiento que no evoca a lo largo de su vida y que se convierte en un callado recuerdo, aunque por sus escritos se colige que debió producirle una honda herida nunca cicatrizada. La muerte en Pavese es más que una obsesión, es una recurrencia.
Después de sus estudios primarios termina el bachillerato. En el instituto conoce al profesor Monti alrededor del cual se forma un círculo de jóvenes antifascistas. Pavese ahora es testigo del suicidio de uno de sus compañeros. También en esta época comienzan sus fracasos amorosos.
Estamos en el año 1925. Es el año en que su vida entra en la dialéctica trágica del vivir y del morir. Sin embargo, el amor, la literatura y la política son las pasiones de una existencia que vive durante el fascismo, la guerra y la postguerra en dolorosas contradicciones que le conducirán al vacío.
Después de terminar la licenciatura en la Facultad de Letras donde conoce a intelectuales que después ingresarán en el Partido comunista, comienza a interesarse por la literatura americana como otros escritores de su tiempo. La mirada hacia Walt Witman, y hacia los novelistas contemporáneos como Sinclair Lewis, John dos Passos y Herman Meville es un contrapunto de luz a las sombras del fascismo, que no fue aceptada por razones de la llamada pureza nacional.
En 1935, enamorado de la llamada «mujer de la voz ronca,» militante comunista, es detenido y deportado a Brancaleone Calabro, en el sur de de Italia, por haber sido cómplice de sus actividades clandestinas. Durante el destierro, se publica su primer libro de poesía, Trabajar cansa, en el que rompe con el hermetismo de la poesía italiana del momento.
Inmediatamente después del fin de la guerra, con el dolor de los amigos que murieron en el campo e batalla, sufre un complejo de culpa por no haber participado en la misma. Es la fecha de su incorporación al PCI, el inicio de su actividad periodística en L’Unitá y de la reorganización de la Editorial Eunaidi. También es el tiempo de la escritura del poemario «La Tierra y la muerte», en el que se aunan sufrimiento, culpa y condena: «Tú no conoces las colinas // donde se derramó la sangre. // Todos huimos // todos arrojamos // el arma y el nombre. Una mujer // nos miraba al huir. // Sólo uno de nosotros // se paró con el puño cerrado, // vio el cielo vacío,// inclinó la cabeza y murió // bajo el muro, callando. // Ahora no es más que un guiñapo de sangre // y su nombre. Una mujer // nos espera en las colinas.» También su labor narrativa se intensifica: «Diálogos con Leucó», «El camarada», «La casa de la colina», «El bello verano», «Entre mujeres solas», «La luna y las hogueras» son algunos de sus títulos memorables.
El trabajo editorial, la militancia, el quehacer literario, sostenido por una exigencia rigurosa tanto teórica como práctica, no bastan ni para ser lenitivos y evasión a su desaliento vital. Esta tensión, entre sus fuerzas creativas y sus sentimientos – también es la época, como veremos en la segunda entrega, en que determinados intelectuales tienen una visión diferente a las directrices del PCI – se acentúan en pesimismo vitalista que tienen su correspondencias en las poesías que componen «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos» en el que leemos. «Alguien murió // hace mucho tiempo // alguien que intentó, pero no supo.» El yo que se esconde en «alguien» nos conduce al del poeta y este «no saber» para saber es la sustancia de El oficio de vivir.