El Oficio de vivir, decíamos en la entrega anterior, fue un diario que Cesare Pavese escribió entre 1935 y 1950. Se inscribe en la encrucijada de investigaciones que giran en torno a la naturaleza de este tipo de literatura confesional sustentada en cuestiones, como ficción- realidad, verdadero-falso, privado-público y continuidad-discontinuidad, sin olvidar, en la mayoría de los casos, su carácter testamentario. Por otra parte, su corpus final que llega al público lector no es siempre el texto que concluyó su autor.

En caso del diario de Pavese, nos encontramos con un texto «censurado» por sus amigos Italo Calvino y Natalia Ginzburg que cercenaron los fragmentos que podían dañar la imagen de su autor o la de personajes conocidos, o que podían ser reconocidos. Pero por encima de esta problemática de orden literario y extraliterario, nos encontramos con un documento personal, cuya finalidad fundamental para el propio Pavese era la posibilidad de relacionarse con los otros. En una nota de junio de 1940 afirma: «El punto de conexión de tu oficio con la vida es la necesidad de expresión del primero y la necesidad de contacto con el prójimo de la segunda». Y en otra leemos: «Es hermoso escribir porque este acto contiene dos alegrías, hablar consigo mismo y hablar a una multitud. Si consiguieses escribir sin una sola tachadura, sin un retroceso, sin un retoque, ¿le cogerías todavía gusto? Lo bonito es pulirte y prepararte con toda calma para ser un cristal». A partir de esta confesión, con todas las reservas posibles, nos indica que las notas del diario, están escritas para sí mismo y para un lector futuro.

Es en esta dualidad dialógica en la que hunde las raíces de su poética: «Tu poética es forzosamente dramática porque su mensaje es el encuentro de dos personas -el misterio y el encanto y la aventura de estos encuentros-, no la confesión de tu alma».

Hoy día, cuando se cumplen cien años del nacimiento del escritor piamontés, no existe mejor reconocimiento que volver sin voluntad evocativa sobre sus páginas. Su lectura puede conducirnos a descifrar no sólo una vida, sino un tiempo en el que la mayoría de los escritores, entre sus identidades y dramas personales y sus vinculaciones con la realidad, no quisieron permanecer al margen ni encerrados en ninguna torre de marfil frente a la barbarie fascista, primero, y, creando después el neorrealismo que fue, según Alfonso Berardinelli, el intento de representación antiliteraria de una realidad cotidiana, «humilde», no meditada culturalmente, y realizada según el estilo de la toma directa, de la adhesión emotiva y de la protesta moral contra la separación entre «cultura» y «vida».
Como ya apuntamos, los temas y estilos del El oficio de vivir son de diferente naturaleza y, dado su carácter fragmentario, nos hemos atrevido a entresacar las siguientes citas, como una ejemplificación, indudablemente muy arriesgada, dada la riqueza de su continente y contenido, de uno de los referentes de la literatura europea contemporánea, que buscó un estilo superador del arte elitista para vincularlo con un pueblo que iniciaba su difícil construcción democrática.

Poesía y revolución
El autor se pregunta por el sentido de su poesía:
«… No se trataría de escribir los trucos de la oratoria, la sangre y los triunfos, sino de vivir en la atmósfera moral de la revolución, y desde aquí contemplar y juzgar la vida. ¿Siento yo esta renovación moral? No…» (6 de Octubre de 1935)

Militancia política
De este tema, muy pocos son los testimonios explícitos, aunque encontramos alusiones en varios textos.
«La beatitud del 48-49 está enteramente expiada. Detrás de aquella satisfacción olímpica estaba esto -la impotencia y el rechazo a comprometerme. Ahora, a mi modo, he entrado en el remolino: contemplo mi impotencia, me la siento en los huesos, y me he comprometido en la responsabilidad política, que me aplasta. La respuesta es una sola -suicidio.» (27 de mayo de 1950)

El exilio
Un mes antes de regresar a su ciudad, escribe:
«El futuro procederá de un largo dolor y un largo silencio. Presupone un estado de tal ignorancia y tal extravío que sea humildad, el descubrimiento en fin de nuevos valores, un nuevo mundo. La única ventaja que tendré sobre mis primeros veinte años será la mano hecha, el instinto inconsciente. La desventaja, la cosecha precedente y el agotamiento de fondo».
Pero -que yo sepa- la nueva obra empezará sólo al final del dolor.»

El sentimiento amoroso
Un leit motiv y una obsesión. Y abismos sin respuestas.
«El amor es verdaderamente la gran afirmación. Se quiere ser, se quiere contar, se quiere -si morir se deba- morir con valor, con clamor, quedar en realidad. Y sin embargo siempre está unido a él el deseo de morir, de desaparecer: ¿Quizá porque el amor es tan prepotentemente vida que, desapareciendo en él, la vida se afirma todavía más?» (23 de marzo de 1950)
«Mis historias no son más que historias de amor o historia de soledad. Para mí, parece que no existe otra manera de librarme de la soledad que «arrimarme» a una muchacha. ¿Es posible que no me interese nada más? ¿O es porque la relación erótica es más fácilmente mitologizable sin entrar en detalles? (17 de septiembre de 1938)

El suicidio
Otro de los temas recurrentes a lo largo de las páginas del diario que puede ayudarnos a comprender y explica su decisión última.
«Y no obstante, mientras sientas dentro de ti este hastío, mientras estés forzado a no fantasear para no volverte loco, mientras «acuses el golpe», es claro que no podrás trabajar. Al menos, hay que amar a las cosas para crear algo. Quien odia no esta nunca solo: está en compañía del ser que le falta. Pero para amar las cosas hay que amar también a las personas. No hay escapatoria. En realidad, la lógica conclusión de tu estado es el suicidio. O cometerlo de un vez o perdonar al mundo.» (31 de mayo de 1938)

Antes de escribir la ultima línea, explica su situación anímica a manera de balance: «Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces.

¿Qué he conseguido? Nada» sin perder la perspectiva de su comunión con la alteridad: «¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su tema, su cáncer secreto?»

Sin embargo, sus preguntas anteriores tuvieron su respuesta: «No palabras. Un gesto. No escribiré más». El resto, ya sabemos, el silencio.

NOTA: Las citas corresponden a: Cesare Pavese, El oficio de vivir, traducción y prólogo de Ángel Crespo, Editorial Seix Barral.