Como ya me siento muy mayor tus cosas no me impresionan como antes. Ni siquiera me indigno ante la sensación de que vivimos, por tu voluntad y nuestra impotencia, en una trampa de sentimientos sin razones. Pero tengo que decir que el sufrimiento humano me sigue conmoviendo y que la frivolidad con que se vive en este país que has apañado a tu imagen y semejanza, al menos en la identidad oficial o comúnmente aceptada como representativa de un ser y un estar, me parece un espectáculo cómico pero no divertido, por la diferencia entre lo que somos y lo que aparentamos, entre el papel que tenemos y lo que creemos estar representando.
Nada nuevo bajo el sol, por otra parte, pero qué enrevesado está el juego de las ideas y de los intereses. Resulta que la Iglesia saca de nuevo a la calle (y en procesión) la cuestión religiosa y la gente se pone a votar (en el mejor de los casos) si llevan lazo o no llevan lazo, con un tratamiento mediático como si estuviéramos en un referéndum constitucional.
Resulta que los más duros portavoces católicos tienen una voz meliflua y aflautada que da que pensar como impostación significativa sobre la aparente sencilla bondad de sus motivaciones. Y resulta que al filo de la noticia es cuando algunos (pocos) medios de comunicación han tenido que ponerse a explicar algunas cosas que ya deberíamos saber todos y que habría que enseñar a los niños en la escuela, que no es para no tener ideas sino para distinguir las que corresponden a la esfera de lo privado y las que pueden y deben compartirse por toda la sociedad, sin exclusiones ni imposiciones de nadie. O sea, que vivimos y debatimos a golpe de noticia. Item más, que ya sabemos quiénes marcan el ritmo de nuestra vida política: gente que no hemos votado.
Resulta que el Gobierno cambia algunos ministros y ministras y nos dejamos arrastrar a una elucubración sobre las valías personales. Hasta tu Rajoy, que podría haber aprovechado la ocasión para ofrecer ideas en positivo, se dedica a cuestionar si los nuevos y nuevas (o recicladas) responsables de los ministerios «son los mejores». Como si lo que tenemos entre manos fuera cosa de unos pocos a los que les han dado el título sin aprobar la selectividad.
Pues es verdad que no sabemos si son los mejores pero, sobre todo, no sabemos por dónde y a costa de qué buscarán las mejoras y, desde luego, algunos de los cambios de cartera y sustituciones poco habrán tenido que ver con la famosa crisis y la aplicación de paliativos y/o soluciones. Pero de nuevo nos topamos con la tendencia folletinesca que nos aparta del razonamiento y nos lleva al cotilleo.
Lo malo es que el cotilleo tampoco entra a todos los temas porque, si así fuera, aún en plan esperpéntico, podríamos plantear preguntas aparentemente frivolonas del tipo: ¿qué papel juegan en la España democrática las Fuerzas Armadas y muy especialmente sus escuadras de gastadores en los eventos procesionales católicos? ¿Cómo podemos estar bien gobernados cuando los responsables más aclamados por su entrega a los colores declaran, como quien no quiere la cosa, llevar varios años trabajando catorce horas diarias junto a otro y que esa sea la razón de su indisoluble funcionamiento hasta la tumba (política)? ¿Cómo pueden trabajar los jefes de cualquier cosa pública catorce horas con desprecio de las duras conquistas de la clase trabajadora y hasta de las propuestas de la Revolución Francesa? Hay más preguntas pero no es cuestión de aparentar demasiada ignorancia. Por eso te digo que, puestos a tener fe para darle sentido a nuestras expectativas e inseguridades, no pretendas hacernos creer que la tuya es la única y/o la verdadera.