No sé qué es más lacerante y escandaloso, si el discurso cínico de un cínico Obama en la recepción del Nóbel de la Paz, o el coro de elogios al citado discurso por parte de comentaristas, tertulianos y demás turiferarios de las glorias del Imperio.
Parece ser que el flamante premiado ha tenido el acierto de dar una justificación que a modo de vaselina hay facilitado la elasticidad de las inmensas tragaderas de tanto acólito en el ritual de la indignidad. Ha bastado que Obama haya dicho que hay guerras justas para que el ilustre cónclave que asistía a la ceremonia se haya sentido aliviado de sus miserias y complicidades en la concesión del galardón. Entre los aclamadores áulicos que regalaron el Nóbel y los sobre-cogedores comentaristas del sistema han perpetrado el velo perfecto, la cortina de humo precisa, la coartada conveniente para que la aberración discursiva de Obama aparezca ante la opinión pública como una pieza oratoria digna de Ghandi.
El concepto guerra justa es de rancia tradición en los filósofos y tratadistas cristianos. San Agustín, Santo Tomás, Hugo Grocio, Padre Vitoria, Ginés de Sepúlveda, Diego de Covarrubias, etc., escribieron sobre el tema y marcaron con su influencia doctrinas y posicionamientos ulteriores. Si resumiéramos las condiciones que todos ellos invocaban para darle a una guerra el tratamiento de justa, éstas serían las siguientes.
Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables, inútiles o ineficaces.
Que se garantice el éxito.
Que no se deriven males mayores que el supuesto mal a combatir.
Por otra parte la Constitución Conciliar del Vaticano II Gaudium et Spes (Alegría y Esperanza) del 7 de Diciembre de 1965 señala que:
Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilación.
Consideren los lectores a la luz de estos textos y doctrinas de origen cristiano si las guerras emprendidas, desarrolladas y mantenidas por USA en los últimos cincuenta años se atienen siquiera ligeramente, al concepto de guerra justa. El pretexto de Obama es el de todos los cínicos que confían en la ignorancia, la complicidad o la sumisión de los demás.
Pero dejando a un lado estas reflexiones en torno a la guerra justa y la doctrina cristiana que no tienen otro objetivo que quitar el disfraz piadoso con el que el Presidente de EEUU invocó y justificó las acciones bélicas de su Imperio, reflexionemos en torno al Derecho Internacional vigente sobre la cuestión de la guerra.
La Carta Fundacional de las NNUU especifica en su Capítulo VII de manera muy amplia y pormenorizada que corresponde solamente al Consejo de Seguridad de la ONU la resolución de conflictos entre estados miembros o entre estados miembros y cualquier otro que no lo sea. Hay que hacer notar que en la actualidad son miembros la práctica totalidad de los estados del planeta. Solamente en el artículo 51 y a modo de excepción se reconoce a cualquier miembro el derecho de legítima defensa ante una agresión hasta la intervención del Consejo de Seguridad. En ninguna de las guerras emprendidas por EEUU se han seguido los obligados procedimientos señalados en la Carta Fundacional.
La Conferencia de Helsinki que se celebró entre el 3 de Julio de 1973 y el 1 de Agosto de 1975 acordó entre otras cosas el arreglo pacífico de las controversias entre estados y la búsqueda de nuevos cauces para el arreglo pacífico de las diferencias.
El Acta de París firmada por 34 mandatarios, entre ellos Gorbachov, George Bush padre y Felipe González el 21 de Noviembre de 1991 tras el fin de la primera Guerra del Golfo, reiteró los acuerdos de Helsinki a la vez que se mostraba el compromiso de «la preservación del medio ambiente» por ser éste «una responsabilidad compartida de todas nuestras naciones».
Tanto las dos Guerras del Golfo como la de Yugoslavia o la de Afganistán entran de lleno en la calificación de Guerras de Agresión definidas por las NNUU. En este sentido tanto USA como la OTAN (su segundo brazo armado). Con este historial a sus espaldas, el mandatario norteamericano, al intensificar su compromiso con la guerra de Afganistán e instar a otros a apoyarlo, se ha incluido plenamente en la triste saga de los Jefes de Estado de USA promotores de conflictos bélicos. Barak Obama no es otra cosa que el portavoz con aspecto de «buen muchacho», de la oligarquía económico-militar del Imperio. Un buen producto para consumo de ingenuos.