Vivimos inmersos en una crisis multidimensional: económica, financiera, ecológica, energética, alimentaria y social (empleo, servicios públicos, trabajo reproductivo y de cuidado de la vida, etc.). Una crisis provocada por un sistema capitalista basado en un dogma incuestionable: el crecimiento económico que genere la acumulación de capital (y poder) en las manos de la clase dominante mundial.
Pero hablar de crisis, economía, sociedad y naturaleza pasa necesariamente por tener en cuenta el entorno físico en el que se desarrolla la sociedad humana: un planeta finito del cual ya extraemos muchos más recursos (minerales, energía, seres vivos) de los que es capaz de regenerar, y más residuos e impactos de los que puede integrar y procesar. Así, se habla de huella ecológica como el total de superficie ecológicamente productiva necesaria para el desarrollo de una sociedad. En estos momentos, según diferentes cálculos, la huella ecológica de los países industrializados es tan grande que, si toda la población mundial quisiera disfrutar de nuestro nivel de consumo, haría falta explotar 2,6 Tierras(1). Hemos sobrepasado, pues, los límites físicos del planeta y, si aún creemos en la justicia social, no tenemos más remedio que aceptar que para que los países empobrecidos del sur puedan tener una calidad de vida adecuada, el norte «rico» debe disminuir su consumo de recursos (materias primas y energía). Hay que renunciar, pues, al objetivo del crecimiento continuado de la economía y a su hermano gemelo, el desarrollo (sostenible o no)(2).
El decrecimiento se basa en esta constatación para proponer vivir mejor con menos. De acuerdo con uno de los principales pensadores, Serge Latouche, se resume en 8 «erres»(3): revaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.
A la práctica, esto significa una transformación profunda de nuestra sociedad. Yendo al asunto del empleo, es cierto que este cambio no es sencillo de analizar ni de explicar. Se trata, a mi modo de ver, de romper en primer lugar con las ataduras psicológicas que nos impone el sistema, según las cuales la felicidad se mide en función de nuestro nivel de consumo, o del número de ceros de nuestra cuenta corriente (revaluar). La necesidad de consumir (compulsivamente) nos lleva a necesitar cada vez ingresos mayores, para lograr los cuales debemos poner más fuerza de trabajo a la venta, en condiciones cada vez más precarias. El trabajador medio, por ejemplo, dedica 4 de cada 10 años a pagarse el coche(4). Conforme se rompa esta adicción al consumismo desaforado y se reduzcan las necesidades superfluas (reducir) o se puedan aprovechar bienes útiles (reutilizar), será más fácil avanzar en el reparto del trabajo (reestructurar). Trabajar menos horas incluso cobrando menos (para rentas medias y altas); pero ello a la vez que se ofrecen servicios públicos (vivienda, salud, etc.) universales y de calidad (redistribuir). Entonces, a la vez que se dedica menos tiempo al trabajo productivo, se puede incrementar el tiempo dedicado al cuidado de la vida, a las relaciones sociales y afectivas. Será más rico quien sea más feliz (reconceptualizar), no quien posea más bienes.
Hay que acabar con la globalización neoliberal, acercando al máximo la producción al punto de consumo, de todo tipo de bienes y servicios(relocalizar), evitando los impactos ambientales y sociales de la deslocalización industrial y del transporte de miles de quilómetros. Y hay sectores productivos que deberán redimensionarse o desaparecer (industria agroquímica, petroquímica, de motores de combustión, construcción, industria alimentaria, etc.), mientras otros deberán crecer fuertemente (energías renovables, transportes públicos, atención a la dependencia, agricultura ecológica, vigilancia y restauración ambiental, educación, salud, etc.) (nuevamente reestructurar).
Ningún decrecentista sensato afirma que todo deba decrecer, ni pretende plantear un modelo socioeconómico único para todo el mundo. Cada sociedad es diferente, y las respuestas a la crisis serán necesariamente diferentes aquí y en África o Latinoamérica. Pero lo más interesante del movimiento es su multidimensionalidad, y el hecho de que se construye desde la base con cientos de iniciativas concretas, diferentes pero convergentes en el análisis y en los objetivos.
Hoy, cientos de movimientos populares del mundo, empezando por Europa (Reino Unido, Italia, Francia, Estado Español, …) se están organizando y coordinando para plantear las respuestas colectivas a la crisis global. En el Estado Español las jornadas por el decrecimiento de julio de 2008(5) significaron un fuerte pistoletazo de salida, y las posteriores acciones de Enric Duran y la Red por el Decrecimiento, una explosión social(6).
En este momento histórico, incorporar el análisis y propuestas decrecentistas al bagaje ideológico y de lucha social del PCE es una necesidad y una urgencia si el partido quiere llegar a la sociedad con un discurso coherente y generador de alternativas transformadoras tangibles, desde la pequeña escala hasta la globalidad.
Notas:
1 Análisis preliminar de la huella ecológica en España, Ministerio de Medio Ambiente, 2007.
2 Sobrevivir al desarrollo, Serge Latouche, Icaria 2007
3 Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Serge Latouche, Icaria 2009
4 Breve cálculo del coste total de un coche con una vida media de 10 años, J.Grau, inédito
5 Construyendo redes, creando alternativas, J.Grau, El Ecologista nº 59, 2008
6 http://www.sincapitalismo.net/es y http://www.decrecimiento.info
* Biólogo, miembro de Ecologistas en Acción y de la Xarxa pel Decreixement, ex concejal de EUiA-IU (1999-2007) en Gavà (Barcelona).