He vuelto a hacerlo. Me había jurado a mi mismo que nunca más, que dejaría pasar estas navidades sin alterarme, que escucharía los villancicos, panderetas y deseos de buenos propósitos como quien oye el lejano zumbido de un mosquito en una calurosa tarde de estío, pero una vez más ha sido imposible. Podría echar la culpa de mi ira al turrón, incluso a mi debilidad por el dulce o a mi muela picada. ¡Eso es, a mi muela picada! Podría hacerlo y con razón. La boca es la madre de todas las enfermedades, ¿verdad? Y siendo así, ¿por qué extraña razón no cubre su arreglo y cuidado nuestro sistema sanitario, ese que nombran como gratuito y universal? ¿De qué se trata? ¿De una broma de mal gusto? ¿Qué clase de mafia controlan los dentistas para que, siendo la boca el origen del 99% de las enfermedades, mi salud dependa de la salud de mi bolsillo? ¡Comerciantes del dolor! ¡Eso es lo que son!…

¿Lo ven? De nuevo la ira me asalta. La ira y la necesidad de echarle la culpa a alguien de la misma, aunque, créanme, soy pacífico y de natural tranquilo, sobre todo muy tranquilo.

Pero vamos a lo que íbamos. Decía que he vuelto a hacerlo. Llevaba días soportando en la televisión las mismas películas ñoñas de todas las navidades, los anuncios de cava, los de las oenegés, jingle bells, a Papá Noel, los tres Magos de Oriente, la avalancha de juguetes – pilas no incluidas-, colonias y perfumes… Me repetía: «Calma, calma, ya falta menos, ya falta menos…» Cuando en eso llegó el día 24, apareció en la pantalla su cara de Borbón y escuché su hablar, como de resaca, culpándonos a nosotros de la crisis porque no le echábamos suficiente esfuerzo al trabajo y a la vida. ¡Así que según el monarca éramos nosotros los culpables y por eso había que rebajar las pensiones y abaratar el despido!. ¡Y lo decía él, cuyo único mérito era haber sido colocado en donde está por el Gran Sapo Fascista!; ¡él, que cobra de nuestros salarios nueve millones de euros – limpios de todo – por no hacer nada, excepto negocios con sus amiguetes, los mismos causantes de la crisis!; ¡él, que nunca ha dado un palo al agua, se permitía meterse en mi televisor para insultarme llamándome vago!. Me quité la bota y con todas mis fuerzas la lancé contra la pantalla que estalló rompiéndose en mil pedazos.

Así que ya ven, he vuelto a hacerlo. Es el décimo televisor que rompo en este año. Pero no se preocupen por mi economía. Dado que yo vivía de los derechos de autor, derechos que los fabricantes de informática y las operadoras de telefonía – que no los usuarios – me han robado y me siguen robando a diario, me siento en el derecho – valga la redundancia – de cobrarlos de la manera que pueda. Con lo que cada vez que rompo un aparato, me dirijo al comercio más cercano -siempre grandes superficies, eso sí- y me llevo uno nuevo a cuenta de lo que he dejado de cobrar. Lo mismo hago con la vivienda. Me enteré lo que habían ganado los bancos y sus directivos con las hipotecas y que a la Iglesia católica le habíamos regalado este año quince mil millones de euros y no lo dudé ni un segundo. Le prendí fuego a mi casa -hipotecada, por supuesto – para que no se la quedara el banco y me presenté en la del párroco de mi barrio, un pisito bastante espacioso y muy bien arreglado por cierto. Al cura no me costó mucho convencerle de la nueva situación. Bastó con que le enseñara mi navaja choricera y le explicara que valía precisamente para eso, para cortar chorizos, y el hombre lo entendió a la perfección. Ahora vivo allí, dueño y señor de la casa con el derecho que me da el ser yo quien la paga con mis impuestos y no el cura.

Con esto de la subida de la luz estoy algo confuso, pero ya se me ocurrirá algo. De momento me dedico a romper las luces de los edificios públicos, encendidas de noche aunque no haya nadie. No tiene mucha lógica, pero al menos me quedo más tranquilo y me imagino que pagaremos menos.

Lo de la pensión ya lo tengo pensado. Poseo ciertas fotos comprometedoras de jueces del tribunal constitucional, consejeros de empresas, gobernadores de bancos y de alguna que otra secretaria general de algún partido. No les voy a chantajear, pero con que me den el sueldo que cobran en un mes ya tenemos para ir tirando unos cuantos cuando nos llegue la vejez. Y es que ya se sabe, donde las dan, las toman.