Explica la leyenda que Alejandro el Magno tenía que desatar el nudo gordiano para hacerse merecedor del favor de los dioses. Frente a lo enrevesado de la cuestión tiró de espada y lo cortó. Este nudo gordiano en el que se habían convertido las negociaciones sobre la cuestión siria se ha resuelto en la 70ª sesión de las NN.UU. Washington ha sido el marco donde se dibuja la nueva correlación de fuerzas a nivel internacional. Los múltiples encuentros entre los presidentes americano, ruso, chino, el Vaticano y la diplomacia europea no han conseguido poner de acuerdo a los actores políticos, pero sí han señalado el perímetro de actuación de Rusia en el nuevo escenario creado en Oriente Medio.
El 30 de septiembre, tal y como había sido anunciado, Moscú entró en guerra en Siria. Desde todos los puntos de vista es una acción respaldada por el derecho internacional, puesto que cuenta con la autorización del gobierno sirio, cosa que no tiene la coalición internacional liderada por EE.UU.
Tanto Moscú y Teherán, que asesoran y proveen de armas a Damasco, como Pekín, que ha desplazado un portaviones y buques de apoyo a la zona, tienen enormes intereses más allá de los aspectos económicos. Los grupos terroristas que están siendo entrenados en este escenario bélico, tienen como objetivo provocar el caos tanto en las antiguas ex repúblicas soviéticas, como en las regiones chinas de la minoría musulmana Uigur o en la zona fronteriza entre Irán y Afganistán.
La autorización del Senado ruso invocó la propia seguridad nacional. Obama, que no quiere arriesgarse a una guerra mundial, se ha debatido entre las presiones del “ala dura” (los generales Allen, Petraeus y el senador John McCain, partidarios de una acción de fuerza aunque implique la guerra contra Rusia y China), y la posición de la actual “mano derecha” de Obama, el general Asthon Carter más partidario de seguir la vía política. El liderazgo de Obama en la cuestión siria es débil, carece de perspectiva y de objetivos. La consistencia de las propuestas de Washington ha de ser puesta en duda. La intervención rusa y la derrota de las fuerzas terroristas no es la derrota de Obama, es especialmente la victoria sobre un conglomerado de intereses que proponían la extensión del conflicto y su generalización.
Desde la II Guerra Mundial, ningún conflicto había alcanzado la magnitud de la guerra en Siria. Incluyendo la propia Siria, los enfrentamientos abarcan una zona de 600.000 Km2 con 120 frentes diferentes. La calidad y cantidad del armamento utilizado por las bandas terroristas es extraordinaria, incluyendo los modernísimos misiles anti-carro TOW proporcionados por EE.UU. y financiados por Arabia Saudita. En los últimos meses Damasco ha tenido que enfrentar una cuádruple ofensiva perfectamente coordinada y el ejército sirio ha detenido a decenas de miles de combatientes (unos 75.000 según las fuentes). La derrota de la ofensiva ha permitido al ejército cambiar definitivamente el balance militar en esta fase del conflicto. Lo que ha hecho el ejército sirio, lo acerca al Milagro o al Mito. La ayuda del ejército ruso así como de China e Irán acabará por inclinar la balanza, aunque el peso de la guerra corresponde al pueblo sirio.
En paralelo a la militar, la situación política ha dado un vuelco. El cambio de postura de las cancillerías europeas es evidente; los gobiernos europeos ya dan por descontada la victoria de Damasco. Desde el pasado 30 de septiembre, las unidades aéreas de la Fuerza Aeroespacial de Rusia han ejecutado 934 misiones de combate y han destruido 819 posiciones del EI y otras bandas terroristas. Bajo la presión coordinada de la aviación ruso-siria, el ejército damasceno, las fuerzas terrestres del libanés Hezbola e Irán, los frentes que sostenían los terroristas están colapsando.
Desde el comienzo de la guerra Moscú apoyó a Damasco. El ataque era una de sus líneas rojas. La implicación de Moscú es determinante, no sólo por la ayuda militar directa (por sí sola no decantaría la batalla puesto que se ha de ganar en tierra y Rusia no arriesgará sus tropas) sino por sus implicaciones políticas. El encuentro de Putin con los premieres israelita, jordano, turco y saudita en Moscú cambiaron la ecuación de los apoyos y disensos en la zona. Las demostraciones de la calidad del armamento ruso y su eficacia han demostrado a la OTAN que Moscú ya no es una potencia de segundo orden, sino que se erige como árbitro en Oriente Medio, desplazando a los propios EE.UU.
Estados Unidos y sus aliados –Turquía, Francia, el Reino Unido, Canadá, Jordania, Australia, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Israel, Bahréin y otros más– no han tenido nunca interés por destruir los grupos terroristas. Estados Unidos y sus vasallos, especialmente Turquía, pretenden una larga guerra de desgaste. El objetivo es como en el caso afgano, empantanar al ejército ruso. La estrategia rusa fija un marco temporal para las operaciones de bombardeo entorno a la Navidad ortodoxa.
Putin ¿demonio o aliado?
La crisis de los refugiados está demostrando a Europa la futilidad de sus argumentos y sus errores de cálculo. Las guerras en Oriente Medio están ocasionando enormes problemas a la propia estructura de la Unión Europea que corre peligro de implosionar. La intervención de Rusia sobre el terreno lleva implícita la participación del presidente sirio en la solución de la crisis. La canciller Merkel ha sido la primera en entenderlo, como lo han hecho posteriormente otros gobiernos. Hasta hace dos días el demonizado Vladímir Putin era el enemigo a batir, ahora se ha transformado en pieza clave en la solución del conflicto.
Los tiempos políticos a la par que los militares se aceleran. La intervención directa de Rusia en el escenario sirio, con el apoyo chino e iraní, refuerza su posición como actor central. Oriente Medio está cambiando porque la correlación de fuerzas a nivel mundial bascula. Obama tachó a Rusia de potencia regional. Como en muchas ocasiones, ese concepto de la propia excepcionalidad histórica, tan arraigado en la sociedad norteamericana, les hace perder el sentido de la realidad. Moscú está demostrando su capacidad militar y política, el tiempo en que era una potencia declinante ha acabado.