Mientras tú finges, como Derecha supuestamente sensible y refinada, que no se puede aguantar la pestuza a gente joven que ha entrado en el Congreso como cualquier Pedro por su casa, (como si no estuviera hipotecada), mientras demuestras que sí puedes aguantar el hedor rancio de la vieja política (o sea, la única que conoces y practicas), la podredumbre de tus negocios y el chirriar de tus puertas giratorias, pero clamas contra las “ocurrencias” de los antisistemas, mientras tus periódicos y tu televisión siguen mayoritariamente haciendo espectáculo de lo que, en mi modesta y personal opinión, percibo como grandes problemas, resulta que no hay papel ni otros medios de almacenamiento para acoger y comparar la información que verdaderamente puede resultarnos útil si queremos reflexionar sobre cómo nos organizamos en este ecosistema sin perecer, por tu mano y por nuestros pecados, en el intento.
Es más, el otro día me adelantó (por mi derecha) un camión de una empresa de servicios que proclamaba: “Destruimos datos. Generamos confianza”. La frase publicitaria ofertaba profesionalmente la destrucción confidencial de documentos pero yo pensé que la propuesta iba más allá de la mera desaparición de archivos de papel o de discos duros de ordenador. Con los datos, desaparecidos o malinterpretados, se destruye la memoria completa del pasado y la posibilidad de memorizar el presente y se empobrece la opinión que podamos trabajarnos sobre nuestro yo y nuestras circunstancias.
Estamos discutiendo (no sólo en el Congreso) cómo nos libramos de tu manera de ser, de vivir y de fastidiarnos la vida a los demás. Tenemos textos y otras referencias de sobrada utilidad para guiarnos en tan fatigosa tarea: el más mayor de los Marx nos contó con todo lujo de detalles el juego que te has traído secularmente entre manos y Groucho escenificó como nadie el desorden y contradicción entre tus principios declarados y tus intereses. Como esa parte no podías rebatirla, te has dedicado a emborronar las expectativas de cambio.
Pero no quiero centrarme en tus desmanes sino en cómo estamos discutiendo sobre lo que somos y lo que queremos. Las opiniones se suceden a toda velocidad: Tú hablas de la crisis, inmediatamente otros te refutan: “No es una crisis, es una estafa” y todavía hay quienes van más lejos y dicen que, en todo caso, es más que una estafa y que no se puede aceptar el slogan (¡con lo bien que suena y lo que parece fastidiarte!) porque supone escamotear el hecho de que las crisis económicas son inherentes al capital ya que éste se reordena y avanza en sus ciclos históricos a través de ellas y porque implica que si esa «estafa» no se hubiera producido -lo cual no es más que una parte de la verdad de la crisis-, el capitalismo sería aceptable, algo que ningún rojo puede admitir (y con sobradas razones para ello).
Esta cuestión nos lleva a otra acumulación de opiniones. Te lo explico brevemente: Lo que nos ocupa el tiempo y la mente, (lo dice un tal Erik Olin, que ni tú ni muchos de nosotros hemos leído suficientemente) es realizar un análisis de clase para entender y aclarar las condiciones que llevan a la superación del capitalismo y a la creación de una alternativa socialista. “Si se deja de lado el socialismo como alternativa al capitalismo, no queda casi nada para ser marxista”. Claro que si no conseguimos ser rupturistas puros y duros (y con éxito) siempre nos quedará la tentación socialdemócrata de creer que se puede domesticar al capitalismo, el escapismo de los que se refugian en una secta o comuna hippiosa (que no piojosa) o la perseverancia de los que con paciencia de hormigas se dedican a erosionar al capitalismo construyendo el mundo que uno quiere dentro del mundo existente, con pocas perspectivas de llegar a ver cómo el existente se transforma… Pero es posible que la combinación de varios enfoques y prácticas multiplique el efecto de las fuerzas anticapitalistas sobre tu sistema y llegue a hacerte la puñeta.
En todo caso me temo que se me están acumulando las ponencias en el ordenador, me gasto una fortuna en tinta para la impresora y pronto, para seguir el hilo de tantas conversaciones y debates, no me bastará un Smartphone de última generación: tendré que buscarme una nube donde almacenar todas las actas, las trifulcas, las propuestas ciudadanas y los análisis de los todólogos a salvo del camión que me promete generarme confianza a cambio de una completísima y aparentemente cómoda ignorancia.