El feminismo me lo ha enseñado: soy machista. He nacido en una sociedad en la que el patriarcado es más que hegemónico, forma parte de su estructura cultural, del mapa de significados con el que nos movemos en la colectividad. La manera con la que juzgamos, sentimos, hablamos o miramos. Y más, tengo privilegios, y ni en la familia ni en la escuela me los han señalado como tales. Pero sí en la calle y en mi vida afectiva. Y no me quiero disculpar, porque eso no vale. Sólo quiero dejar de serlo, si es que eso es posible, y así como nuestro camarada Rafael Martínez, a las puertas de cumplir 105 años, sigue definiéndose como aprendiz de comunista, tras más de ochenta años de militancia, no puedo más que decirme que soy aprendiz de feminista. Lo mejor de todo es que han sido mis camaradas mujeres las que me han enseñado, ha sido en el PCE donde he ido aprendiendo lo machista que uno puede llegar a ser.
Tengo privilegios. Por el hecho de ser hombre los tengo. En el hogar familiar, en la escuela y en la facultad, en la militancia y en el trabajo. Y por el hecho de ser aprendiz de feminista sé que tengo que renunciar a ellos. Cualquiera que aspire a una sociedad de libres e iguales sabe que para que unas ganen, nosotros tenemos que perderlos para que todos y todas ganemos un mundo.
Conozco los cambios en los códigos que se dan cuando en un grupo de personas sólo estamos hombres; conozco los celos y el afán posesivo, la inseguridad y esa incapacidad que tenemos para tener amigas, ni más ni menos, la confusión de los afectos; conozco la facilidad con la que se pronuncian palabras soeces; conozco la diferencia entre enamorarse y apropiarse de la vida de alguien; conozco las tareas que son propias de mi género, de mi condición de cazador-recolector del siglo XXI; conozco la obra de un buen puñado de escritores, cineastas, científicos y pintores y sé que no sé prácticamente nada de, por ejemplo, las mujeres del 27 que Lucía Sócam recupera en su último trabajo discográfico.
El feminismo da la vuelta al mundo. Millones de mujeres nos señalan cada día las dificultades que, por el hecho ser mujeres, tienen cada día en la casa, en la calle, en el curro. Millones de mujeres se enfrentan a la violencia, a la agresión verbal y física, a la muerte. Y no hay socialismo que valga en el seno del patriarcado. ¿Puede ser el patriarcado el eslabón débil del capitalismo? Eso es mucho decir. Pero si está claro que el eslabón fuerte de la resistencia y del bloque antagónico es el feminismo, tiene que serlo.
Desde que el año pasado se produjo una de las más grandes movilizaciones de la historia reciente de España, se ha producido una reacción que señala al patriarcado como uno de los pilares sobre los que se asienta la civilización occidental en riesgo, en crisis, una reacción que trata, de nuevo, de naturalizar los privilegios machunos para que España recupere su grandeza imperial. Por eso es tan importante este 8 de marzo, no solamente para demostrar que somos muchas más las personas que queremos darle la vuelta al mundo, sino para seguir acumulando fuerzas tras un discurso y una práctica que es horizonte de un futuro para la humanidad en su conjunto, para crear poder popular sobre unas bases que cuestionen de raíz el esquema cultural e ideológico del patriarcado, para romper el mapa de significados del capitalismo.
Pero el capitalismo, en su fase neoliberal, tiene una capacidad pasmosa para absorber, manipular y devolver envuelto en papel de regalo las críticas que recibe. La mercantilización de los afectos de la era posmoderna facilita la cooptación del feminismo por el sistema. No hay más que pararse a echar un vistazo a los anuncios de televisión, a las ceremonias institucionales, a las tiendas de ropa o a los estantes de cualquier librería. Y a su vez, el feminismo se encuentra con que esa misma dinámica mercantilizadora es usada por la reacción machuna como justificatoria de su denuncia de lo que ellos llaman “ideología de género”, la trampa intelectual con la que tapan su íntima defensa del terrorismo patriarcal.
Camaradas y lectores de Mundo Obrero, a vosotros me dirijo. Este número pretende ser una herramienta para el éxito de la Huelga Feminista del 8M. No es un número para mujeres, así que siéntate a leerlo tranquilamente, compártelo en tu hogar, en el curro y en las tabernas y, sobre todo, hazte preguntas, escucha, practica la empatía y súbete con respeto y orgullo al tsunami feminista.