El día 30 de este mes de abril se cumplen 57 años desde aquel amanecer en los patios de la Cárcel de Chillán en donde fuera fusilado el campesino Jorge del Carmen Valenzuela Torres, más conocido como “el Chacal de Nahueltoro”; lo de chacal por la brutalidad del delito cometido y Nahueltoro es el nombre del pueblo agrario de la provincia de Ñuble al que pertenecían los personajes y en donde ocurrieron los hechos.

En síntesis, Valenzuela Torres a quien llamaban entonces “el Canaca”, era un joven campesino analfabeto, sin familia, sin escuela, abandonado por sus padres, sin recursos, sin alimentación, como eran muchos en los tiempos anteriores a la Reforma Agraria. A comienzos de 1960 fue aceptado, por supuesto sin contrato, sin sueldo, sin alimentación, sin nada, sino simplemente como “gañán” en el fundo Chacayal de un señor de apellido Dinamarca. Era lo común y normal en esos años y desde muchas décadas atrás. El “gañán” debía conformarse con que le indicaran un espacio en el fundo donde él levantara un techo y se radicara a cumplir las tareas menores que le asignaran, cuidador de ganado, o un cosechador más de lo que el fundo producía o mozo en casa del patrón, etc.

Fue en tales condiciones que allí llegó Valenzuela, quien a poco andar allí se emparejó con una joven viuda, Rosa Rivas, madre de cinco pequeños hijos. Poco tiempo después de empezar a convivir con ella el personaje llegó una noche muy borracho y tras violenta discusión procedió a dar muerte a su conviviente y a sus cinco hijos. Allí comenzaría esa dramática historia que incluso fue llevada exitosamente al cine por Miguel Littin.

¿Por qué conozco todo esto al detalle? Muy sencillo, habiendo egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y siendo chillanejo, fue que en 1962 hice la práctica profesional en mi ciudad bajo la dirección de los abogados Enna Grossi, quien años más tarde sería jueza en Santiago, y de Reinaldo Poseck, dirigente regional socialista, prisionero de los militares tras el golpe y hasta hoy detenido desaparecido. Sin duda, lo más importante de mi práctica fue participar del equipo a cargo del caso del llamado “Chacal de Nahueltoro”. Fue una imborrable experiencia que me permitió conocer en vivo y en directo la explotación de los campesinos, la crueldad de los terratenientes, la deformación de las personas que imponía el sistema y las veleidades de los tribunales.

En rigor, el personaje era sólo una más de esas criaturas del campo chileno cuyos patrones no los trataban mejor que a sus animales, lo que explica en buena medida su tortuosa conducta. Conocí ya encarcelado a José del Carmen Valenzuela Torres, quien entonces no era todavía propiamente un ser humano; ni siquiera hablaba cuando lo visitábamos en la pequeña oficinita de la Cárcel chillaneja. Se arrinconaba en la pared y apenas gruñía o sollozaba. La vida me demostró que su situación no era única; el maltrato de los grandes hacendados a sus campesinos mantenía al campo chileno en las condiciones semi feudales de siglos anteriores.

Tan así, que por esas mismas fechas tuvo lugar el caso de un dirigente del campo cuyo patrón, para amedrentarlo, le marcó a fuego el pecho tal como se marca a los animales. Lo hizo delante de sus compañeros y fue noticia nacional.

El crimen del “chacal” fue sin duda terrible. Solitario, hambriento, mal vestido, alimentándose de raíces y pastos, analfabeto, sin amigos, sin familia, sin protección, sin compañeros, sin valores, sin ideas ni religión, bajo los efectos del alcohol, dio muerte a su pareja y los hijos de ella. Lo objetivo es que este ser, inconsciente absoluto, se hizo persona humana recién en la prisión. Porque fue allí en donde aprendió a leer y escribir, comió por primera vez en su vida como un ser humano y conoció la solidaridad de otros seres. Entonces, después de un tiempo, ya pudimos hablar con él, escuchar lo que pensaba durante nuestras entrevistas en la cárcel. Es más, descubrimos sus habilidades como tallador y artesano.

El gran mérito de los abogados Reinaldo Poseck y Enna Grossi fue haber logrado del juez de primera instancia, Efrén Araya, una sentencia de veinte años de cárcel y no la pena de muerte que pedía el gobierno derechista de Alessandri. Fue una sentencia avanzada para su tiempo y confirmada por la Corte de Apelaciones. Pero justo cuando, en esos años de cárcel, Valenzuela había asumido la gravedad de su conducta, cuando pudo entender de veras lo que había hecho y llorar por su crimen, gritar de dolor, arrepentirse y asumir valores espirituales, escribir poesía y hasta hacerse católico, el gobierno de Jorge Alessandri, su ministro Enrique Ortúzar y el obediente Fiscal de la Corte de Apelaciones de Chillán, Gustavo Baereswyl, lograron en la Corte Suprema que se cambiara la condena de primera instancia y en su reemplazo se decretara su fusilamiento. La ejecución tuvo lugar en 1963.

Entre muchos y muchas que levantaron su voz para tratar de impedir ese fusilamiento, más político que jurídico, estuvo el notable periodista, Mario Gómez López, quien años más tarde fuera uno de nuestros mejores amigos y camaradas. Pero Alessandri, Ortúzar, Baereswyl, como toda la derecha chilena, dieron la demostración de fuerza que políticamente les interesaba, sin importarles el precio. No olvidemos que eran años de agitación en el campo por la exigencia de los campesinos de una profunda Reforma Agraria. La derecha no lo aceptaba, pese a lo cual Frei Montalva la comenzó y Allende y la Unidad Popular la culminaron exitosamente.

La muerte del Chacal es también otro episodio infausto de nuestros tribunales, algunos de los cuales por estos días han tenido en cambio gestos en favor de genocidas abominables, degolladores, violadores, como fueron los uniformados cuando la dictadura de la derecha con Pinochet.

Sobre este duro episodio personalmente sigo convencido de que el hecho que la sociedad humanice a un ser inconsciente para luego fusilarlo resulta al fin de cuentas un crimen, igual o peor que el del personaje.

Abogado / Publicado en elsiglo.cl