Te escribo, aunque sé que ya no vas a contestarme. Desde que supe de tu partida no hay momento en que no me acuerde de tus palabras, cargadas de sorna, cada vez que nos veíamos. Habláramos de lo que habláramos, siempre concluías con la misma frase: “¿Sabes que vas a ir al infierno, verdad?” Ojalá existiera para podernos reencontrar y, además, ¡tan calentitos! Pero sabemos que no, que sólo podremos abrazarnos en el recuerdo tan grande que dejas.

Dicen por ahí – no sé si te has podido enterar – que eras el último comunista. ¡Ya quisieran! Eres, fuiste, eso sí, un ejemplo de vida, una mente clara, tal vez la más clara en este océano de oscuridad, la que alumbraba con la luz de la verdad. Porque, aunque el concepto de verdad sea relativo, la verdad real, la que debe guiarnos, no lo es. La nuestra, no. Me refiero a la mínima verdad que da sentido a la fraternidad. La que dice que nadie puede, ni debe, vivir del sufrimiento de los demás. Y eso no es relativo por mucho que se empeñen. Saberlo es lo que nos hace comunistas, libertarios o bolcheviques. Combatir la desigualdad y la injusticia da sentido a nuestras vidas.

Hay cosas que parecen no cambiar, o al menos lo hacen tan despacio que parece que no hubiera movimiento alguno. Ya sé que no hay que perder la confianza en la Humanidad, pero a veces se torna complicado. Sobre todo, ahora, cuando tras la pandemia la gente se ha atiborrado de mensajes en eso que viene a llamarse Redes Sociales, apelativo engañoso que hace pensar que la mayoría de lo que ahí se vierte es fruto de la reflexión individual cuando las más de las ocasiones parte de una estudiada y perversa ideología destinada a adormecer y domesticar a unas mentes poco habituadas a la Cultura Crítica, la auténtica, la que imitando a la Naturaleza te hace soñar; la misma que, desde los siglos de los siglos, intentan silenciar. Tal vez a ti, no, pero a mí me sigue sorprendiendo, por poner un ejemplo, la falta de argumentos en el momento de atacar a este Gobierno, que, con sus errores, es lo mejor que nos ha pasado desde que su Excremencia el Generalisísísímo ascendió al reino de lo Cielos, porque para él y todos los de su calaña seguro que sí que hay cielo. ¡Que se jodan! Siempre he creído que, de existir, sería un lugar frío y aburrido, teniendo que soportar a su dios que, aparte de un asesino en serie, debe ser muy, pero que muy pesado.

El caso es que cuando me refiero a la falta de argumentos, no hablo de los profesionales de la política, sino de gente común. Normalmente quien al iniciar una conversación sobre cualquier suceso, arranca con eso de “yo de política no entiendo, pero…”. Y ahí, ante tan necias palabras, no tengo más remedio que ponerme en guardia. O cuando escucho a alguien decir, por ejemplo, “ese sinvergüenza de ministro que ha prohibido las máquinas tragaperras”, aunque mi primera reacción sea mandarle a la mierda, me acuerdo de ti, de la importancia de la pedagogía, y con buen tono le digo si le parece bien que haya casas de apuestas frente a los colegios. Entonces se produce un breve silencio y me doy cuenta que la mente de mi interlocutor ha hecho click empezando a funcionar autónomamente. No, no me parece bien, responde muy a su pesar. ¿Y qué tiene de sinvergonzonería el que las haya prohibido?, insisto sin regodearme demasiado en la derrota de la estulticia.

Podría contarte más casos, a diario me topo con un montón de estos y todos tienen el mismo común denominador. Los argumentos de su crítica no son propios, sino repetidas letanías aprendidas a base de escucharlas sin ser conscientes siquiera de estarlo haciendo. Algo así como el uso del color en la publicidad. El anuncio de tal yogur está dominado por el color azul y cuando entras en el Supermercado vas directo, casi como un zombie, no al producto, sino al azul.

En fin, ¡qué te voy a contar que tu no sepas! Me gustaría, eso sí, que quienes tanto te admiran y de ti tanto han aprendido, recordaran tu famosa muletilla, “programa, programa, programa” y la repitieran hasta la saciedad cambiándola por “¡Cultura, Cultura, Cultura!”.

Con mucho más que decirte, recibe un fuerte abrazo de tu amigo que siempre lo será, ¡hasta la victoria, siempre!