Omar es argentino y de joven había sido actor secundario, según nos decía, pero ahora trabajaba de camarero en uno de los bares de la plaza del Dos de Mayo, llamado La Rosa, sin que le fuera mal del todo, porque tenía para comer, pagar el piso y hasta para alternar un poco con los amigos.
A Omar le empezamos a llamar Donovan desde que el verano pasado repusieron en la televisión Cincuenta y cinco días en Pekín, película en la que trabajaban Ava Gardner, Charlton Heston y Omar. Ustedes no se habrán olvidado de ellos, si han visto la película. Omar salía casi al final, cuando las tropas americanas que mandaba Charlton Heston estaban al borde de la derrota en la Legación Americana, aguardando a que los vociferantes chinos asestaran el golpe final. Entonces, Charlton Heston se volvía al soldado que tenía al lado y le decía:
-¿Qué hora es, Donovan?
Y el soldado le contestaba:
-Las ocho, mayor.
Y eso era todo, Omar, alias Donovan, alcanzó la fama en el barrio con esa sola frase. Todo el mundo en la plaza le decía que había salido muy bien, que estaba muy joven y hasta guapo y que quién te había visto y quién te ve. Entonces, Omar se ponía a contar cómo eran las estrellas y el fastuoso mundo del cine.
-El Charlton Heston es un poco facha y la Ava Gardner estaba como un tren. Qué piba, madre mía, qué tía.
Después de esa ráfaga de gloria, pensábamos que Omar seguiría contentándose con su suerte en Bar La Rosa. Pero no, le dio por pensar y hacer cábalas y dejó desasistido el negocio.
-Ya no hay filmes como los de antes -decía, mientras se tomaba un cafelito en el quiosco de Antonia, en la plaza-. ¿Me invitáis a una copa de anís, compadres?
Y le contestábamos:
-Vale, Donovan, ¿qué hora es?
-Las ocho, mayor -respondía él y se bebía el anís de un solo trago.
Y seguía:
-Tampoco hay productores como mi amigo Samuel Bronston, que en paz descanse. ¡Ése sí que tenía pelotas, si señor! Y tampoco hay directores, ni guionistas y para qué hablar de actores. En España a los actores les falta método, sí señor, método, como teníamos allá, en Buenos Aires. En el método está la clave.
Iban pasando los días y las semanas y Donovan continuaba con el mismo rollo. Empezó a llamar por teléfono a sus amigos actores, a los directores y a todo el mundo que tuviera algo que ver, por remoto que fuera, con el cine, para proponerles una película grandiosa como Cincuenta y cinco días en Pekín. Incluso, acudió al Cine Coliseum para ver al jefe de acomodadores que era conocido.
Abandonaba sus actividades y se pasaba el día entero gorroneando copas de anís y farias en lo de Paco y Luis, contando eso de que ya no se hacán filmes como los de antes, y que el personal no tenía lo que tenían que tener para emprender una superproducción como Cincuenta y cinco días en Pekín, por ejemplo.
Y la empezó a tomar conmigo, porque alguien le había dicho que yo, una vez, había hecho un guión.
-Mirá, che, hacé tú el guión del filme, yo te doy el argumento y vamos al treinta, setenta. Ahora, eso sí, el prota soy yo, ¿eh? No vayas a joderla.
-Anda, tómate otra, Donovan. ¿Qué hora es?
-Las ocho, mayor. Mirá, el argumento es como sigue: un gil, yuppy, ejecutivo él, como de la Recoleta, allá en mi tierra, lleva una vida de regalo, con laburo fijo, pasta, buga, su señora, una querida, dietas en la empresa…; en fin, jauja. ¿Vas cogiendo el hilo?
-Sí, lo voy cogiendo. Sigue.
-Pero el pibe está insatisfecho, nomás. Cosas de los ricos que no hay quien los entienda, pero es así, ¿no? El pibe busca otras cosas. ¿Y qué es lo que busca?
-¿Qué, Donovan, qué busca?
-Emociones, morbo, cachondeo. Salirse de la rutina que le ahoga. ¿Lo vas cogiendo?
-Lo cojo. Continúa.
-¿Te estrenas con otra copita, socio?
-No se hable más. ¿Qué hora es Donovan?
-Las ocho, mayor. Bueno, como te decía, che, el pibe se aburre y decide ir por ahí violando minas…
-¡Eh!, un momento, Donovan -le cortaba yo- ¿Qué es eso de que va violando tías?
-Pues eso. El menda busca alicientes, swing, ritmo, ¿captas? Y a las horas en que los maridos no están en casa se dedica a tirarse a las minas. Dice que es el del butano, o el de la luz, y con mucho rollo y labia, se las va tirando.
-Tú habías dicho violar.
-¿Sí? Bueno, pues no las viola, cambiamos el argumento, las seduce, vamos, se las beneficia. Ya sabes cómo andan la minas cuando no están los pringaos de sus consortes en casa, ¿no?
-Sí. Y qué más.
-Que se pega la vida padre y empieza a gustarle. Deja el laburo, le dan el paro, se pule el paro…
-¿Y el final?
– Todavía no lo tengo perfilado. Pero tú liate a hacer el guión, minetras yo le doy vueltas al final.
-Lo de los guiones, está chungo, Donovan, veremos lo que se puede hacer.
-¿Va un faria, che?
Así eran las sobremesas con Donovan. Pero lo que no sabíamos en el barrio era lo que hacía en realidad. Lo supimos cuando, un día, Rosario, la chica policía que vive en Velarde, casi esquina con Fuencarral, escuchó voces y gritos que provenían de la casa de su vecina Margarita.
Cuentan que Rosario desenfundó su pistola, se puso a escuchar y creyó que alguien decía:
-¡Como no te estés quieta, te violo, che, por la gloria de mi madre, qué buena estás!
Rosario, con la pistola en la mano, llamó a la puerta de su vecina y allí pescó a Donovan que, según dicen, trató de explicar su actitud con no sé qué historia de un método o algo así. Vamos, que se estaba entrenando para ser actor.
Todo eso ocurrió en mi barrio hace unos días y fue muy comentado. Aunque lo peor no fue eso, el guión que me había encargado Donovan estaba casi terminado y había encontrado un final mucho más malo que el suyo.