Gloria Bendita
Juan MadridAlianza editorial
Juan Madrid, para el que no lo sepa, es un referente, no español sino mundial, de la novela negra. El Chandler español. Como pasa en este país con otras muchas cosas, no se otorga ni se ha otorgado la relevancia suficiente a una figura como la que aquí me concita.
Su saga sobre Antonio Carpintero, alias Toni Romano (aunque al personaje no le guste ese sobrenombre), es una de las más sutiles y lúcidas disertaciones acerca de la estafa de facto de la denominada Transición, contada desde la perspectiva de los vencidos de ese proceso, que son, sencillamente, los que componen el corpus del pueblo español: la gente de abajo, los olvidados, los que permanecen eternamente ajenos a la toma de grandes decisiones políticas y económicas.
Unos Episodios Nacionales contemporáneos que diseccionan e investigan en las cloacas de una sociedad podrida pero asistida por una operación de chapa y pintura lampedusiana que ocultaba la metamorfosis superviviente del régimen franquista.
Siete novelas (ocho si se cuenta Bares nocturnos, en la que Toni Romano ejerce de personaje secundario) que se complementan con otros cuarenta títulos en los que, casi siempre a través del género negro, se ocupa de los desheredados que padecen el capitalismo.
Juan Madrid es comunista, claro. Y además mi amigo y mi maestro. Un hombre comprometido en el sentido más literal de la palabra, que ha pagado el peaje de decir la verdad sin tapujos y al que se ha intentado orillar y desplazar del puesto que merece en las letras españolas. Pero sobre todas las cosas es un escritor que conoce los mecanismos y engranajes más íntimos de su oficio, que renuncia a la floritura inicua y ataca el corazón de las tramas sin piedad ni alharacas.
El 31 octubre de 2016 sufrió un ictus que lo dejó convaleciente más de seis meses. Durante más de dos años su escritura permaneció en período de suspenso hasta que inició el proceso de redacción de Gloria bendita.
Una novela sincera y valiente
En esta novela Juan, contumaz y coherente, vuelve por sus fueros habituales. Con un estilo realista y casi magnetofónico (peso capital del diálogo) se ocupa de la corrupción endémica, casi atávica, de los aparatos y servicios de información y seguridad del Estado. De paso, bucea en los escándalos, recientes y no tan recientes, de la Casa Real y su Rey emérito. En esa tarea no se deja ni un solo pelo en la gatera. Tampoco se permite concesión alguna frente a la galería. Personajes como el comisario José Manuel Romero García (que nos recuerda inevitablemente a otro comisario desagradablemente célebre en los últimos tiempos) sintetizan una realidad incómoda y soslayada de manera consciente por medios de comunicación de masas y prebostes del sistema: el uso de información ilegal por parte de las cloacas del Estado para desestabilizar la realidad política y social a conveniencia de los vencedores de la guerra y de la Transición, que son, no nos engañemos, exactamente los mismos.
La novela se mueve en tres planos principales: el ya citado de las cloacas, el del pasado más o menos inmediato (los acontecimientos previos a la guerra y la desestabilización de la oligarquía y los poderes fácticos para sembrar el miedo al comunismo) y un tercero, de carácter más humano o intrahistórico, que abarca tres generaciones de mujeres (abuela, madre e hija) de esas que siempre se olvidan o se obvian en los grandes libros de la historia.
Con esos ingredientes se cocina un plato coral, polifónico y amargo. Todo es lo que parece en Gloria bendita.
No es una lectura sosegante. Si buscan evasión o descanso, esta no es su novela. Porque, más que una novela, se trata de un espejo que devuelve la imagen deformada, mórbida, espantosa, de la sociedad en la que nos toca malvivir día tras día.
Hace años, en un programa de televisión emitido tras la muerte de Manuel Vázquez Montalbán (a quien está dedicado el libro, por la caída del régimen), éste contaba una anécdota de Juan García Hortelano (otro comunista). Montalbán le preguntaba, con sorpresa, por las buenas críticas que le habían hecho en los tiempos recientes. García Hortelano, con sabiduría implacable contestaba: “Es que he cumplido ya sesenta años; ya me dan por imposible”.
No habían doblegado a Hortelano como no han doblegado a Juan Madrid.
El escritor tiene el deber de dar testimonio de su tiempo (aunque sea escribiendo sobre el pasado o un futuro distópico). Si no lo hace, se convierte en un objeto más del decorado, en un nombre más en la nómina del sistema. Vive bien, es cierto. Goza de parabienes y oportunidades que otros jamás tendrán pero no es un escritor sino un bandido: un bufón de la corte al servicio de la ideología dominante.
Juan Madrid nunca fue de esa segunda categoría. Juan Madrid ha vuelto, quizá porque le han dado por imposible. Quizá no sea su mejor novela (reconozco que soy de los partidarios de Toni Romano por encima de otras opciones) pero es un ejercicio indiscutiblemente sincero y valiente.