Lo ocurrido con la epidemia del coronavirus, que ya ha matado a más de tres millones de personas (seis, si se cuentan bien los de la India), ha tenido en España repercusiones parecidas al llamado gran terremoto de Lisboa, sin precedentes históricos.

El 1 de noviembre de 1755, a las 9h30, con epicentro en el mar próximo a Lisboa y con fuerza de 8,5 a 9,5 de su escala, hubo un terremoto, seguido de un tsunami y un incendio que destruyeron casi toda la ciudad. El incendio fue peor debido a las velas encendidas, ese día y a esa hora, por celebrarse la fiesta de Todos los Santos. Fue el primer terremoto analizado científicamente… y el primero que socavó en toda Europa, creando enormes controversias en ese Siglo de las Luces, la creencia en un Dios bueno.

La actual epidemia nos ha afectado a todos en el siglo, digámosle por ahora, de Internet, que ha puesto al alcance de la gran mayoría un saber con menos censuras. De ahí que, acelerando el ritmo de los últimos decenios, espoleados con la pandemia, encontramos que se declaran en España no cristianos, del 0,51 en 1950 y del 13,1 de no religiosos en el 2000, al 38,7 de no religiosos en 2021 (CIS). Dato confirmado por el de los que afirman no creer en el infierno, (muy incompatible, por fortuna para nuestra mentalidad actual, con el creer en un Dios bueno) supera, por más de 4 a 1, a los que aún creen y así temen ir allí. Es lógico, pues, que esté perdiendo tanta clientela y poder la organización que, disimulándolo con vagas declaraciones, aún sostiene la ilógica idea de un Dios bueno que condena a un infierno eterno.