Lo llaman periodismo y no lo es. Lo que distribuyen hoy -sin pausa ni distinción- los medios, es más bien material tóxico y adulterado. Puede pensar el lector que tal aseveración es, en exceso, radical, pero resulta, aun para quienes defendemos el mejor oficio del mundo, que la moderación radica, en la actual coyuntura histórica, justamente en denunciar el grave problema de salud pública que ello representa, y de paso vindicar un periodismo real ya. Lo contrario es permitir, por activa o silencio administrativo, la ceremonia de la confusión, ya naturalizada, en la que nos están embaucando incluso los llamados medios de referencia dominante.

En todo el espectro periodístico del Estado, tanto público como privado, prolifera la información-basura, la grasa saturada de bulos y desinformación con destino a reproducir los intereses creados. Existe, bien es cierto, una nómina de medios alternativos que han surgido en los últimos años por necesidad, en la periferia del centro de la estructura real de la información. Pero la perniciosa deriva y los efectos de la cultura mediática hegemónica son de tal magnitud y alcance que urge la actuación de los poderes públicos y la necesaria autocrítica de la profesión, siempre reacia, cuando no reaccionaria, ante cualquier política activa de comunicación que regule los límites, hace tiempo ultrapasados, de la mediación informativa. Se impone mientras tanto lógicas antidemocráticas como el acoso y derribo al gobierno y la guerra psicológica combinada, de medios y judicatura. En otras palabras, no estamos en el neofeudalismo tecnológico sino en pleno siglo XVIII, rindiendo tributo a las bárbaras autoridades de Virginia, validando a Lynch y los métodos de liquidación por enaltecimiento de las bajas pasiones de la multitud. Y es que además de experimentar un proceso regresivo en la calidad democrática de nuestro país por acción de la industria periodística, vivimos una colonialidad del saber-poder informativo cuya máxima expresión es el linchamiento mediático modelo Fox.

El influjo de la doctrina del lawfare es hoy por hoy una realidad de la plutocracia en España para que todo cambie y siga igual. Desde la guerra sucia contra la revolución sandinista sabemos, con la Guerra de Baja Intensidad, que el imperio no necesita la victoria militar para imponer sus intereses, sino la derrota moral, psicológica, del enemigo, desarticulando, reprimiendo la voluntad antagonista de las clases populares, y en ello estamos desde el 15M, en pleno siglo XXI, sufriendo golpes blandos y acoso mediático. No viene al caso en esta columna dar más detalles de lo estudiado en “La guerra de la información” (CIESPAL, Quito, 2016). Salvo apuntar lo no evidente, la relación directa existente entre el caso Alberto Rodríguez o los expedientes sucesivamente archivados sobre la financiación de Podemos con la guerra sin cuartel contra los enemigos de la casta: de Assange a Pablo Iglesias, del PT a la revolución ciudadana. Así, de Washington a Madrid, la restauración en España pasa por el linchamiento mediático no de quien expolia (la Corona) sino de los ciudadanos republicanos que vindican paz, justicia y libertad. Los medios de injusticia son la justicia de los que tienen medios, y la judicialización de la política la despolitización de los principios constitucionales de libertad, igualdad y solidaridad. Así que lo dicho, bienvenidos al medievo catódico. Así avanzamos del confinamiento por Covid19 a la proscripción de las alternativas políticas (TINA), de la prevención a la contención contrarevolucionaria, y de la información para la libertad al confinamiento mediático. El objetivo, la opinión pública aclamativa que es tanto como decir, con Bourdieu, que la opinión pública no existe, salvo la que publique la oligarquía, en nuestro país tendenciosamente proclive a discursos y políticas ultramontanas. Lo bueno, principio esperanza, es que no saben que conocemos el oficio de funambulistas. Somos equilibrados, juiciosos y justos, y sabemos mantener, en medio de la precariedad, el equilibrio contra toda adversidad, desde la radical dignidad de una vida digna de ser vivida, desde los mundos de vida, desde lo concreto que ignoran y no dominan los voceros del régimen, o por ser correctos con la idea de fijar y dar esplendor, arrojar luz, digamos que los gilipollas, o pendejos asintomáticos, que habitan en los medios dominantes y no saben lo que dicen y dicen lo poco que saben: NADA. Eso me cuentan, eso dicen los relatos del NODO duovisual. Y eso hemos aprendido a fuerza de golpes y acoso mediático.

Fin de la cita, principio de la democracia.