No hay explicaciones simples a problemas complejos. La zarabanda desencadenada por la revelación del tecnoespionaje político al que han sido sometidos el Presidente del Gobierno, la ministra de Defensa y numerosos personajes de la política catalana y la vida civil en nuestro país, deja sin argumentos a quienes acusan de conspiranoicos a aquellos otros que barajan más de tres variables para explicar fenómenos políticos complejos. Estamos ante un fenómeno enrevesado, pero en ningún caso, nuevo: el espionaje político. Su complejidad viene determinada hoy por una coyuntura política extremadamente poliédrica, donde coexisten distintos planos de intereses, internos y foráneos, de otras tantas instancias de poder enfrentadas entre sí al respecto. Lo más vivido ahora es el deseo de que quienes han espiado, si se averigua quiénes son, expíen sus faltas. Pero no se erradican de cuajo problemas graves atendiendo solo a sus efectos; será preciso indagar y descubrir sus causas.
El espionaje es una técnica de extracción generalmente ilegal de información con fines sustancialmente políticos. Concierne a poderes. Por ello hay que estudiar el contexto político en el que este caso surge. En el vórtice de la tempestad ¿qué hallamos?: un Gobierno democrático de coalición, el primero en cuarenta años, que incluye un vector político de izquierda, con un planteamiento político compartido sustancialmente versado hacia la mayoría social. Esta presencia de la izquierda en el Gobierno concita la ira del ala política de la derecha hispana, que figura entre las más rezagadas de Europa por su lábil compromiso con la democracia y por la debilidad de su discurso político y fiscal, plagado de negatividad y carente de visión de Estado. Sin visos evidentes de mejora el ala política, su ala económica, demasiado temerosa, discrepa de la anterior y se muestra más pragmática a la hora de negociar con los sindicatos salidas a la crisis. Pero no acaba de autonomizarse de aquella.
Hallamos también que este Gobierno, por medios políticos y alianzas parlamentarias, trata de domeñar -y lo estaba consiguiendo-, un menguante desafío a la integridad estatal planteado por un importante sector de la burguesía catalana. Este sector se siente depositario histórico de un capitalismo industrial productivo, textil, químico y comercial, y de una cultura política propia; considera, además, que su designio ha sido laminado por un capitalismo financiero que cree instalado en Madrid -parece desconocer su instalación plena en Catalunya- y embebido en un seductor nacionalismo romántico, pregona haber optado por la secesión. Sus alianzas con otros grupos más a la izquierda obedecen a un tacticismo coyuntural de estos, con discursos antiestatales hacia sus respectivas parroquias.
Comoquiera que buena parte de los problemas y las soluciones parlamentarias a este estado de cosas pasa por el nacionalismo republicano catalán, presente en el apoyo al Gobierno de coalición, concebido por Moncloa como opción para mitigar su potencial desintegrador, ello le asigna en la presente coyuntura una situación de poder de nuevo cuño, que le resarce de la pérdida de fuelle experimentada por su causa independentista. Y airea con indignación explicable el asunto del espionaje a sus integrantes.
¿Cuándo comenzó todo?
Los tiempos en política son decisivos. ¿Cuándo en verdad comenzó el tecnoespionaje a los independentistas catalanes? Porque si comenzó en setiembre de 2015, como reconoce Jordi Sánchez, del Omnium Cultural, su alcance político y su inducción serían bien distintos a si hubiera comenzado anteayer. Hay jueces por medio que tendrán algo que decir al respecto. Observadores cualificados y juristas demócratas subrayan que, durante el mandato de Mariano Rajoy, el 1 de Octubre de 2017, el juez Maza era el Fiscal General del Estado e inició la causa penal del procés. El Juez sustituto de control en el CNI era Sánchez Melgar. Fallecido inesperadamente el fiscal Maza en Argentina en diciembre de 2017, Sánchez Melgar fue nombrado Fiscal General del Estado.
Resulta mucho más reciente, 2021, el espionaje a Pedro Sánchez y a Margarita Robles, coincidiendo con la tensión creciente entre Rabat y Madrid tras el asilo dado a Brahim Galli, líder saharaui, enfermo de cáncer hospitalizado entonces en La Rioja. De aquí surge otra veta política que colea, ya que el Centro Criptográfico, hasta anteayer mismo joya de la corona del Centro Nacional de Inteligencia, el principal servicio secreto, debía haber impedido que tales teléfonos áulicos fueran infiltrados.
Este desajuste en los tiempos en los que acaecieron los distintos espionajes permite admitir la existencia de distintos inductores de tales prácticas, en una especie de mal de muchos… que pareciera contribuir a rebajar la gravedad de lo sucedido.
Como ve, amable lectora o lector, el enredo es enjundioso. Pero hay más, mucho más. La carta del presidente del Gobierno de España al rey marroquí en la que admitía la potencial valía del proyecto de autonomía propuesto por Rabat para solucionar, pro domo sua, el contencioso con el pueblo saharaui, ansioso de un Estado propio, ha hecho chirriar las bisagras de la coalición gubernamental en España. La derecha se desapunta de impugnar la carta pero, como siempre ha hecho cuando está en la oposición, parece mantener más sintonía con Rabat que con La Moncloa, por su histórico rechazo ideológico hacia el Frente Polisario.
Por si faltara algún componente al cóctel, la guerra en Ucrania ha venido a aumentar los niveles de contradicción que la presente coyuntura política mostraba en España, ya que las medidas gubernamentales de envío de armas y la rígida atinencia a las directrices de la OTAN no gustan nada al ala izquierda gubernamental, que predica un pacifismo tan necesario como hoy, al parecer, inviable, dado el incesante cañoneo en aquellos lares. La apuesta por la ayuda al presidente y popular ex showman, Volodimir Zelenski, secundada por Pedro Sánchez, puede pasar a Europa una factura impagable (por imposición rusa, solo abonable en rublos, para más inri). Menos mal que el gas argelino provee los depósitos patrios. Empero, desde que comenzó la guerra, la inflación asciende en flecha en todo el continente.
Anhelos europeos de autonomía
Para colmo, Madrid va ser sede de la cumbre de la llamada Alianza Atlántica a finales de junio y en esa organización no gusta nada la presencia de ministros comunistas en Gobiernos adscritos a la OTAN, como el de España. Por cierto, los recelos europeos, remarcablemente franceses, italianos y, en mascullante sordina, alemanes, al dirigismo de Washington son cada vez más intensos, por cuanto que tal dirigismo impacta de lleno contra la creciente conciencia de la necesidad de autonomía política, militar y geoestratégica de Europa respecto de Estados Unidos, tan interesado siempre, como el Reino Unido, en segregar a Rusia de Europa. Y lo hacen tanto como para encabritar a Moscú hasta hacerle sentirse cercado por una decena de países fronterizos integrados por la OTAN y precipitar, por esta percepción rusa, el desencadenamiento de la guerra, sin justificación alguna, pero con causa desencadenantes.
El hartazgo europeo respecto a la hegemonía estadounidense es debido hoy a que su canon democrático, en el que la Casa Blanca envolvió su misión “evangelizadora” y exportó, armas en mano, a escala mundial, no pasa precisamente por sus mejores momentos. Y ello habida cuenta de sucesos como la toma del Capitolio y el amago de golpe de Estado protagonizado por los seguidores de Donald Trump en el santuario de la democracia liberal y, en el terreno militar, la tan demorada como vergonzante retirada de Afganistán tras veinte años de ocupación y dos billones de dólares de gastos a fondo perdido.
La guinda de la enjundiosa coyuntura la pone ahora el desvelamiento del espionaje generalizado aplicado por no se sabe quién -aún- a tirios y troyanos mediante, precisamente un caballo volador, Pegasus, devenido en caballo de Troya. El espionaje telefónico no es ninguna novedad, si lo es, empero, el espionaje cibertelemático, que implica un grado de sofisticación mucho más refinado que aquel para hollar derechos democráticos sagrados. Con todo, la cosecha de datos no es lo más difícil de conseguir para quienes espían. Lo verdaderamente complejo es disponer de capacidad para procesar, interpretar y evaluar los volúmenes de información captados ilegalmente. Se habla de 50.000 casos en medio mundo. Por cierto, Merkel y Macron también fueron espiados y no se armó tanto alboroto (¿mal de muchos…?)
Por ello, el espionaje en sí encierra una amenaza potencial quizá más grave que la de entrometerse en conductas políticas íntimas: la verdadera amenaza consiste en sembrar el miedo e impedir que la información política -y la decisión ulterior, el acuerdo, el consenso o la discrepancia- circulen. Se trata de impedir, truncar, la vida política del país o del grupo atacado. ¿Qué se pretende pues por parte de quienes se proponen que la circulación política no fluya en un país aquejado por graves contradicciones y retos de todo tipo que exigen vitalidad y decisión constantes? Sin duda, se persigue su desestabilización.
Unos, la perseguirán para hacerle torcer el brazo al Gobierno para que olvide su trayectoria social y deje de hacer concesiones al mundo del trabajo; otros, para recuperar el ascendiente perdido ante su parroquia secesionista; los terceros, para forzar la salida de ministros comunistas antes de la cumbre de la OTAN, que intenten impedir la aplicación de su designio bélico; y otros, quizá, para descabalgar este Gobierno e impedir que Madrid sea la sede de un presumible empoderamiento de la Alianza Atlántica.
Desde luego, todas las miradas, al cabo, se vuelven hacia el vecino del Sur, Marruecos, que, por no parar de incordiar todo cuanto puede, de forma indeseada para sus intereses le salen a la luz ahora sus prácticas arteras de entonces, que ponen en peligro la oferta de solución admitida por el Presidente del Gobierno sobre el Sahara. ¿Expiación de uno de los espías espiadores?
Queda en el aire un problema de mayor entidad, si cabe, por las repercusiones que están teniendo los sucesos registrados por doquier semejantes a los aquí vividos: y es la impunidad e inmunidad de un software como Pegasus, vendido por una empresa estatal de Israel, ahora privatizada. La compañía NSO dice que solo facilita su invento-espía a Gobiernos. ¿Autonómicos también?, porque el fuego graneado del espionaje escala aquí por doquier. Y dinero distraído del erario público, en algunas autonomías, tampoco falta.
Tan benéfico propósito vendedor –“solo a Gobiernos, con miras a combatir el terrorismo”, dicen- no hay quien lo asegure, por ser misión imposible, a no ser que haya un Estado detrás -¿qué Estado?- que lo fiscalice. Eso es como decir que el vendedor de armas de fuego garantiza que solo las vende a quien va a hacer puntería sobre una lata de tomate y que el comprador no va a emplearlas nunca jamás en matar a su esposa o a su vecino. Claro que, en el mundo de la libertad desprovista de responsabilidad, según los cánones del individualismo neoliberal al uso, todo vale. El que paga, manda.
Esperemos que el empleo de las armas, -en nuestro caso, las de guerra e incluidas la del poderoso arma del espionaje-, de paso al diálogo y a la cordura, libres de la insidia que implica la práctica ilegal e inmoral de invadir la intimidad de las comunicaciones de representantes políticos y gubernamentales en una democracia. Cedant arma togae, decían los romanos, claro que contaban con un poder judicial prestigioso.
Fuente: elobrero.es