Los últimos acontecimientos ocurrido en Castilla y León y en Castilla La Mancha, con el acoso y agresión de una joven leonesa cercana a la UJCE y de un camarada de Guadalajara, no nos sitúan ante una vuelta a la escena del fenómeno fascista en la juventud. No se trata de una reaparición porque, sencillamente, el problema nunca había desaparecido.

Cada cierto tiempo las agresiones fascistas reaparecen a la escena mediática y la opinión pública vuelve a ser consciente de esta problemática. Cuando se da una acumulación de agresiones o una de ellas es lo bastante espectacular, es cuando saltan a la luz pública. Es decir, cuando se convierten en noticias mediáticamente rentables, en una oportuna nota para la sección de sucesos. El tratamiento mediático de estas noticias integra su componente juvenil de forma que las agresiones quedan a lo sumo catalogadas como rencillas juveniles, peleas entre tribus urbanas o cualquier otra de las distintas etiquetas que se emplean para hablar de la conflictividad juvenil. Pero no se trata de un problema de conflictividad juvenil. Este es un problema político y social.

Es un problema político, porque los grupos que realizan estas acciones son grupos organizados, que realizan sus agresiones respondiendo a un discurso político claro y definido, que persiguen objetivos políticos, y que seleccionan políticamente a sus victimas.

El uso que estos grupos hacen de fenómenos como las peñas deportivas de hinchas radicales o determinadas ambientes musicales nocturnos son terrenos donde extender su influencia y su discurso político, pero son elementos colaterales, adyacentes, de su estrategia política. Son la cobertura de la que se dotan para hacer proselitismo, cortinas de humo. Las hinchadas de fútbol, las cabezas rapadas o las cazadoras boomber no son lo que constituye el problema del fascismo. Eso es lo accesorio, lo que alimenta el circo mediático. Detrás de eso hay intereses políticos y sociales muy concretos.

Las relaciones entre estas organizaciones fascistas y diversos partidos de extrema derecha es un hecho claro y suficientemente probado en los últimos tiempos. La situación de inestabilidad y amenaza que generan son elementos de legitimación para el discurso de orden, represión y fronteras cerradas que tanto interesa a determinados partidos. Unos agitan el árbol y otros recogen los frutos.

Y es un problema social, porque las organizaciones fascistas que actúan como grupos de choque de la extrema derecha tratan de crear un clima de conflicto permanente, de acoso a los inmigrantes, a los mendigos, a los homosexuales, a los militantes de los movimientos juveniles combativos o en definitiva, a todos aquellos que planean que es una amenaza o causa de los problema sociales. Tratan de establecer la violencia como respuesta ante los problemas sociales, perseguir y acosar a colectivo sociales concretos a los que han culpabilizado de situaciones que tienen su origen no en la existencia de determinados colectivos sociales, sino en el conflicto entre los intereses privados del mercado que destruyen los derechos de la amplia mayoría social que sufre la depredación del mercado. La depredación de nuestros derechos sociales como trabajadores y como jóvenes que realizan los intereses privados del mercado es el verdadero origen de los problemas que los fascistas atribuyen a varios chivos expiatorios.

Este problema político y social es el fascismo. Fascismo que puede adoptar nuevas formas de actuación, nuevos colores y nuevos distintivos, pero que sigue encerrando un mismo contenido esencial. Detrás de estas agresiones fascistas está el racismo, la homofobia, y todas las respuestas discriminatorias que reflejan situaciones de explotación salvaje y exclusión social. Los intereses de aquellos que buscan chivos expiatorios contra los problemas reales que tiene la gente queda son el verdadero origen de la explotación y la exclusión.

Este problema tiene una manifestación juvenil clara y distinta, porque es la juventud las que más sufre las consecuencias de los problemas sociales. Es la juventud la que busca respuestas a la situación de precariedad, inestabilidad e incertidumbre en la que se hallan inmersos las y los jóvenes trabajadores. La demagogia fascista trata de dar seguridad y respuestas simples ante esos problemas.

La respuesta ante los problemas reales no es la búsqueda de chivos expiatorios, es la organización y la acción colectiva, por nuestros derechos, por nuestros intereses como jóvenes y como trabajadores, pero también la lucha contra los que intentan desviar nuestra atención del verdadero origen de los problemas, contra el fascismo.