De este temporada televisiva quedará que la elección de un Papa no ha arrastrado menos lente que la de un presidente norteamericano. Si fue en extremo breve, la agonía, muerte, velatorio, funeral y entierro del anterior ha compensado con creces. Todo ha sido como una prolongación de los recientes misterios pascuales, en los que el protagonista vaticano, sobre todo en el Vía Crucis del Viernes Santo, brilló por su ausencia antes de apagarse definitivamente.

Vía Crucis, misas, procesiones: el género de Semana Santa anda muy devaluado y son las televisiones locales las que dan juego a la celebración «social» de turno. El cine de esos mismos días se ha hecho indiferentemente tan romano como bíblico, de modo que al igual que a los legionarios imperiales se llama «judíos» en algunas procesiones, a las cadenas tanto les da la crucifixión de Cristo como la de Espartaco, pasión política y vindicativa donde las haya.

Pero no quiero dejar de consignar lo que fue sin duda un guiño, pero digno de una sonrisa abierta y cómplice: de madrugada a las dos pasó La 2, en la noche del Sábado Santo… ¡»Simón del desierto», de Buñuel! ¡Voto a Dios, gran blasfemo! De los mejores.

Lástima que ninguno de los que arman la habitual escandalera estaba al quite… Que Ratzi vaya a dar espectáculo a «la devoradora», sobrenombre que generosamente podemos dar a la pantalla, es la pregunta del momento. Y de momento, Papa no hay más que uno, y se llamaba Wojtyla.