Pasamos, cambiando de patria más a menudo /que de zapatos,
a través de la guerra de clases, perplejos
cuando sólo había y no gritería.
Y, sin embargo, sabemos:
el odio hasta contra la degradación,
deforma las facciones.
La ira, hasta contra la injusticia,
enronquece la voz. Oh, nosotros
que queríamos preparar el terreno para la
/amistad,
no podríamos mostrarnos amistosos.
Pero vosotros, cuando las cosas hayan llegado
/tan lejos
que el hombre le ayuda al hombre,
tenedlo en cuenta cuando penséis en
/nosotros.
B. Brecht
(Fragmento de «A nuestros sucesores»)
A lo largo del siglo XX, aparecen grandes dramaturgos que revolucionan, cada uno con características diferentes, la literatura dramática y las artes escénicas. La historia del teatro tiene referentes ineludibles como los trágicos griegos, William Shakespeare, Racine, nuestro Siglo de Oro, etc., pero hombres como Ibsen, Strinberg, Luigi Pirandello, Ramón del Valle-Inclán, E. Piscator y Bertold Brecht marcan caminos diferentes en un momento de la historia que vive dos guerras mundiales, la revolución rusa, el ascenso y caida del fascismo y el nazismo, la guerra fría y el derrumbe de la URSS. Nunca la humanidad había vivido acontecimientos tan trágicos y esperanzadores.
Entre los dramaturgos citados destaca Bertolt Brecht por su teoría y práctica teatral enraizada en la tradición superándola dialécticamente y que marca un antes y un después en la historia del teatro. Su vida fue un constante compromiso con la realidad desde los inicios de su carrera artística hasta su muerte. Nació en el año 1898 en Ausburgo y murió en 1956. En este espacio de tiempo, conoció el horror de la guerra, la revolución espartaquista, el triunfo de Hitler y el exilio.
Había vivido en su juventud una vida bohemia junto a los artistas expresionistas ahogados en el nihilismo y en la desesperación autojustificativa, pero pronto advierte que las actitudes individualistas conducen a la destrucción. Fue el momento de buscar un camino y entonces encontró el marxismo. A partir de este momento, surge su obra fundamentada exclusivamente en la dialéctica. Su obra, tanto teórica como práctica, es una apuesta constante por transformar el mundo. En 1934, escribe «Cinco dificultades para decir la verdad» donde leemos: «En esta época de las complicaciones y de las grandes transformaciones, es necesario que todos los que escriben tengan conocimiento del materialismo dialéctico, de la economía y de la historia.
Este conocimiento, si se tiene la suficiente aplicación, puede adquirirse en los libros y por medio de la práctica.» Su teatro, pues, en principio, está al servicio de la búsqueda de la verdad y de un cambio de la actitud del espectador en una superación constante que va desde su primera obra «Baal» hasta «La vida de Galileo». El teatro político de E. Piscator será el punto de partida de su concepción y teorización del teatro épico que considera el estilo teatral de su tiempo y cuya característica esencial debe ser dirigirse menos a la efectividad del espectador que a su razón de espectador. Éste no debe vivir lo que viven los personajes, sino debe ponerlos en cuestión.
No se trata de anular los sentimientos porque entonces sería decir que el sufrimiento es extraño a la ciencia. El espectador, pues, debe estar en condiciones de entregarse y no entregarse. Así, su emoción nacerá del conocimiento y del activo sentimiento. Estas ideas, entre otros objetivos, perseguían romper la idea de identificación aristotélica para conducirlo a la acción y, al propio tiempo, eran las bases de la creación de un teatro político que rompía con los postulados del teatro burgués, pero no con la tradición de forma radical: «Nada sale de nada; lo nuevo viene de lo viejo y por ello es nuevo» afirmó en «Arte popular y arte realista.»
Por esto, muchas de sus obras son reelaboraciones de otros autores adaptándolas al presente o, como W. Shakespeare, basándose en un hecho o figura histórica lo recrea en función de su concepción del teatro histórico. También aquí, como nos explica R. Barthes, aun teniendo la misma idea de la Historia como Marx y Engels, su concepción del teatro histórico es diferente.
En éste, la Historia debe ser enteramente inteligible y explicar las relaciones sociales con la misma verdad y realismo profundo que una obra de Balzac, es decir, el fundamento de lo real en el arte dramático debe articularse en la presencia y en la distancia.
Desde este nuevo realismo que, como apunta Francisco Posada en «Lukacs, Brecht y la situación actual del realismo socialista» propone al espectador/lector una tarea y una decisión, creemos que podemos realizar una lectura de «La vida de Galileo» basada en la del científico italiano del siglo XVI que se considera el padre de la Ciencia moderna en el sentido de que sus descubrimientos están basados en la experimentación. Ha pasado a la historia, fundamentalmente, por su negación del sistema aristotélico y ptolomeico que afirmaban que la Tierra era el centro del Universo, descubrimiento del que tuvo que retractarse ante las amenazas de la Iglesia. Como analizaremos en la siguiente entrega, en esta obra considerada como el testamento de su autor, convergen muchos de los problemas y temas que Bertolt Brecht había explicado y creado a lo largo de estudios sobre teatro, política y obra dramática.