Mundo Obrero: Al leer el título del libro parece que partes de una concepción pesimista de las posibilidades actuales de la acción sindical y del potencial de la clase obrera como sujeto de cambio. ¿Cómo interpretar este estado de «desmovilización»?.
Pablo López:
El título intenta jugar con la idea de lo expresado por Jean Paul Gaudemar en su obra «La movilización general». Con el título se intenta expresar la idea de final de un ciclo en la acción sindical, el que marca ese estado de movilización general al actual de desmovilización general al que hace referencia el título del libro. La intención del libro no es dar una visión pesimista del trabajo ni cuestionar el sindicalismo de clase, sino el constatar la necesidad de un punto de inicio, en el sentido de replantear el sindicalismo de clase a través del estudio de cómo se ha estructurado el mundo del trabajo hasta ahora.

M.O.: Por tanto haces una reivindicación del trabajo.
P.L.:
El libro parte de la idea de la reivindicación del trabajo como categoría central de la sociedad, pero como realidad que se ha transformado. Cuando empiezo a estudiar el impacto de la desregulación del mercado de trabajo en los ochenta y noventa entre la juventud trabajadora, me doy cuenta de que es necesario estudiar en qué han consistido los cambios estructurales en el sistema económico. Estos cambios suponen un debilitamiento del trabajo en el proceso productivo, lo que debilita el trabajo y por tanto al trabajador, lo que impacta a su vez en un debilitamiento del sindicato. Los cambios productivos determinan el marco material en el que se configuran las relaciones laborales y por tanto, la acción sindical. Las nuevas formas de acumulación del capital han llevado a una reestructuración productiva que agotan las vías tradicionales de organización de los trabajadores en la época de la «movilización general». Esto hace necesario replantear el sindicalismo, la necesidad de una nueva estrategia.

M.O.: La primera parte de tú libro la dedicas a analizar los cambios en las formas de organización del trabajo y de la producción en estas últimas tres décadas. ¿Cuáles son las característica principales del nuevo capitalismo surgido de la crisis de los setenta?.
P.L.:
Los cambios en la estructura económica buscaban un objetivo principal: desvalorizar la fuerza de trabajo. La recuperación de la tasa de ganancia empresarial se vincula a una intensificación de la fuerza de trabajo con la intención de que el valor real (mercado) del trabajo, caiga por debajo del valor fijado por el Estado (Estado de bienestar). Para ello se requería una reorganización de la producción y de las instituciones que regulaban las relaciones laborales, con el objetivo de lograr una inmensa desvalorización del trabajo.

M.O.: En el discurso «oficial», estas transformaciones económicas que analizas en el libro, han sido la base de lo que se ha conocido como «el milagro económico español». ¿Existe una excepcionalidad del modelo económico español?.
P.L.:
Acudir a la intensificación del trabajo como forma de incrementar la tasa de ganancia empresarial es algo común a todas las economías capitalistas desde la década de los setenta. La diferencia es que en España esa desvalorización del trabajo es más intensa que en el resto de los países de nuestro entorno. En el libro lo analizo como una de las consecuencias de la posición de España como país semi-periférico dentro de los países capitalistas avanzados. Este carácter semi-periférico es resultado del desarrollo tardío del Estado de bienestar y el carácter dependiente e incompleto de su industrialización. Esa debilidad estructural de partida, es la que explica que las contrarreformas de los ochenta y noventa en España sea por medio de la adopción de un modelo de crecimiento que llamo de «vía baja», el cual se basa en una mayor desvalorización del trabajo que en el resto de los países europeos.

M.O.: En tu opinión, ¿qué consecuencias económicas y sociales trae esta especie de «vía española al capitalismo»?.
P.L.:
La principal consecuencia económica es la de tener una capacidad de reproducción del sistema productivo limitada, en el sentido de que la única forma de acumulación que es capaz de reproducir la economía española es la de intensificar cada vez más el trabajo. La salida a los cambios de ciclo se realiza a través de desvalorizar más el trabajo, proceso que toma su apariencia en la forma de crisis económicas. Esta especie de continua «esquilmación» del trabajo esta en la base de los altos índices de siniestralidad laboral, el empobrecimiento de la población asalariada, el aumento de la jornada de trabajo, el surgimiento de nuevas enfermedades laborales como la depresión entre los jóvenes trabajadores o el aumento de los suicidios entre los mismos, pero sobre todo, provoca la imposibilidad de construir carreras profesionales dentro de la empresa lo que provoca una inmensa descualificación del trabajo.

M.O.: Hablas de la descualificación como una de las consecuencias del modelo económico español. Sin embargo en el libro dedicas uno de sus apartados a la sobrecualificación del mercado de trabajo en España. ¿Cómo se compagina esa desculificación del trabajo con una sobrecualificación del trabajador?.
P.L.:
Hay que distinguir entre la cualificación de la persona, la cualificación requerida de entrada en la empresa y la cualificación realmente desempeñada dentro de la empresa. Al hablar de cualificación normalmente se hace referencia a las dos primeras, pero se oculta la tercera, ámbito en el que se produce el proceso de descualificación del trabajo al que me refería. Esta disociación entre la cualificación personal del trabajador y la que desempeña luego en su puesto de trabajo, es lo que distorsiona la realidad de la cualificación en España. Esta situación se produce por las necesidad de bajar el coste de los trabajadores que sí tienen cualificación para el trabajo que desempeñan.
Para ello es necesario ampliar la formación de la fuerza de trabajo, para de esta forma ampliar el mercado y al ampliar el mercado poder reducir los costes laborales; esto es lo que explica el porque un nivel formativo tan alto en un país con un trabajo tan descualificado. Si en una cadena de montaje se emplean ingenieros, la presión que se genera sobre el ingeniero de producción provoca una desvalorización de su trabajo y por tanto, una disminución de los costes laborales generales de la empresa. Esto requiere de sistemas sofisticados de cuantificación y medición de la obtención de saberes formales por medio de acumulación de horas de aprendizaje, lo que permite la expedición de certificados intercambiables en el mercado de trabajo. Ejemplo concreto lo tenemos en las continuas reformas educativas llevadas a cabo en España en las dos últimas décadas, y sobre todo de el actual proceso de reforma universitaria bajo el llamado «Proceso Bolonia».

M.O.: ¿Esto es lo que te lleva a hablar de la «mistificación» del discurso de la cualificación?.
P.L.:
Se ha generado una especie de «mito» de la cualificación como generadora de mejores condiciones de trabajo. Era el discurso típico de las reformas laborales de los gobiernos del PSOE en lo ochenta: incentivar la demanda (mano de obra mejor formada) como forma de «tirar» de la oferta (los empresarios crean más puestos de trabajo). Para ello era necesario flexibilizar el mercado de trabajo (reformas laborales) y acometer reformas educativas capaces de adaptar a los trabajadores a la «nueva sociedad de la información». Esta referencia a la sociedad de la información y a la cualificación encubría una trampa ideológica: culpabilizar al trabajador de su situación de paro o de precariedad por no «formarse» lo suficiente. El objetivo final es el de elaborar un discurso que favorezca que el trabajador se explique su situación laboral sin hacer referencia a las condiciones estructurales que le rodean; la culpa no está en la organización de la producción sino en el propio trabajador.

M.O.: En el libro criticas el discurso de la «sociedad de la información», discurso que es compartido por muchos sectores de la izquierda política y sindical. ¿En dónde sitúas esa crítica?.
P.L.:
En el sentido de que se intenta generar una sensación de la desaparición del trabajo en la sociedad actual. Eso es un objetivo interesado, ya que busca encubrir al trabajador que su situación individual tiene una explicación estructural. La concepción del trabajo como mercancía no cambia en el capitalismo, lo que cambia es la forma en la que se desenvuelve esa mercancía. Un replanteamiento de la acción política y sindical de la clase obrera debe partir de la comprensión de la forma en que se desenvuelve el trabajo como mercancía en estos momentos.

M.O.: En mi opinión esa es la idea central del libro, lo que llamas»la necesidad de la superación del contrato de trabajo». ¿A qué te refieres con esa idea?.
P.L.:
La reducción real de la fuerza sindical no es sólo un problema de formas derivada de los problemas de representación dentro de la empresa; sino que tienen su origen en la progresiva desvalorización del trabajo. Esto es lo que me lleva a entender que toda forma de movilización tiene que pasar por la disolución del contrato de trabajo. El contrato de trabajo es la institución social que permite al capital la generación de más plusvalía, pero sobre todo es la institución que posibilita el control de la fuerza de trabajo. En la «época de oro» del Estado de bienestar se extendió el mito de la negociación entre el capital y el trabajo, realidad que queda imposibilitada por el contrato de trabajo, ya que es el que permite que el trabajo quede subsumido dentro del capital.

M.O.: Esta hipótesis de trabajo lo presentas dentro de la defensa de la necesidad de replantear las formas de acción sindical y política de la clase obrera. En tu opinión, ¿por dónde empezar, cuál sería ese punto de partida para la acción?.
P.L.:
Es necesario dirigirnos contra el principio de «libertad de empresa», con la idea de que el empresario privado como rector único de la realidad económica del país. El contrato de trabajo es la manifestación directa de esta libertad de empresa. El movimiento obrero, por tanto, necesita de un rearme político y de un rearme ideológico en esta nueva etapa.

M.O.: ¿En qué lugar sitúas al marxismo en ese proceso de rearme ideológico del movimiento obrero?.
P.L.:
Considero que Marx aporte elementos imprescindibles para poder estudiar la realidad laboral actual. En El Capital, Marx nos aporta una capacidad explicativa poderosísima del capitalismo actual a través de la Ley del valor trabajo. Esta capacidad descriptiva es consecuencia de otra de la grandes aportaciones que nos deja Marx: la necesidad de una comprensión teórica y científica de la realidad social para la acción política. Para mí, la situación actual y la necesidad de rearme ideológico de la izquierda, requiere de una recuperación de la obra de Marx.