No tengo ni idea de por qué senda debería orientarse la izquierda alternativa española, pero tengo claro lo que en ningún caso debería hacer: desconocer en qué sociedad vive.

Llevo varios lustros oyendo discutir sobre las razones por las que Izquierda Unida no tiene mejores resultados electorales: que si no ha habido fondos suficientes para montar una campaña en condiciones, que si el uno ha hecho un planteamiento erróneo, que si el otro no ha sabido explicar el programa, que si el de más allá (o la de más allá) ha ofrecido una imagen poco atractiva… Todos los argumentos son defendibles y hasta es posible que todos den en el clavo, más o menos. Pero son secundarios.

Miremos el resto del panorama político. Los planteamientos propagandísticos del PSOE y del PP ¿son mucho más fascinantes, con todos los millones de euros que los respaldan? ¿Será que sus líderes ofrecen una imagen irresistible? ¿Alguien puede decir, sin que le entre la risa, que José Blanco o González Pons resultan cautivadores? Admito que pueda haber individuos todavía más muermos y zotes que ellos, pero la competencia sería durísima. Y ahí están.

A su modo, a escala, algo semejante podría decirse de CiU. Y del PNV. Y de UPN. Y del PRC. Y hasta de HB, o como quiera que se llame en el futuro. Sus dirigentes lo harán mejor o peor, pero responden a un conglomerado de intereses sociales que los mantiene en pie y les asegura un respaldo político y electoral considerable.

A IU, en algunas áreas muy concretas y en un puñado de ciudades y pueblos, también. Pero en pocos. En la gran mayoría, su existencia pasa casi desapercibida. No es sentida como una necesidad social más que por una franja muy limitada de la población (algunos sociólogos la cifran en torno al 5%), que le concede ritualmente su voto por fidelidad histórica, porque siente vergüenza de votar al PSOE o porque no se resigna a abstenerse.

Cuando uno está en franca minoría lo que tiene que hacer es asumir la situación, no desquiciarse y empezar a trabajar partiendo de esa realidad. Pacientemente. Con la vista puesta en el horizonte. A largo plazo.

Dicho así, parece elemental. Pero no lo es. Hay quienes, cuando no consiguen que su mercancía tenga la suficiente aceptación en el mercado electoral al uso, deciden que lo que urge es remodelar el producto para ajustarlo al gusto del público consumidor.

Consideraciones éticas al margen, cometen un error práctico básico: para hacer lo que ya perpetran otros con bastante éxito, ellos sobran. Por lo común lo descubren con cierta rapidez y, o bien se ponen al servicio de la competencia, o bien se pasan a ella con armas y bagajes.

¿Y el éxito? ¿Y qué narices es el éxito? El tracio Espartaco se levantó en armas contra la esclavitud hace algo así como 22 siglos y lo seguimos recordando. Esa fue su victoria. Los combatientes de la Comuna de París lo intentaron en 1871. Casi siglo y medio después, somos muchos los que nos acercamos siempre que podemos al Muro de los Federados, en el cementerio del Père Lachaise, a dejar prendida una rosa roja en la pared donde murieron los últimos, levantar el puño en su honor y cantar Le temps des cerises junto a la tumba de su compositor, Jean-Baptiste Clément.

Si no queda más remedio, nos tocará seguir hozando, como al viejo topo. ¿Y qué tiene de deprimente esa lenta labor de subversión? Es bien digna. «Sin esperanza, con convencimiento», que escribió Ángel González.

Quien no lo entienda o renuncie a entenderlo que se dé de baja de la izquierda.

* Periodista y escritor