Hace ya bastantes meses que escribí en estas páginas un largo artículo que tenía en el centro la idea de que lo importante, desde la izquierda, no era tanto salir de la crisis en abstracto, sino de la globalización neoliberal en crisis. Lo sustancial que defendía era que estábamos, en primer lugar, ante una crisis sistémica de eso que se ha dado en llamar la globalización capitalista. En segundo lugar y en paralelo, se hacía hincapié en que la crisis cuestionaba la hegemonía norteamericana y el conjunto de las instituciones que la reproducían. Y en tercer lugar, que estas crisis tendía a converger con otras (energética, alimentaria, climática) que le daban un fuerte carácter de crisis civilizatoria.

Un asunto que debemos constatar ahora es que el impacto psicológico social en la ciudadanía ha sido mucho mayor de lo esperado. Más de trece años de crecimiento económico han creado una conciencia difusa, un sentido común que ha tenido efectos devastadores sobre la conciencia de clase y las actitudes políticas de una parte sustancial de la población española en general y de los trabajadores en particular. Los ciclos electorales y los ciclos económicos tienden a influirse mutuamente y es claro que este sentido común en favor de lo existente ha debilitado mucho a fuerzas políticas empeñadas durante años en criticar al neoliberalismo, al tipo de construcción europea y al patrón de crecimiento dominante en nuestra economía.

Se puede decir en este sentido que las gentes viven la crisis como el amargo despertar de un sueño y apenas si son capaces de percibir la gravedad y la hondura de la misma. Por eso acogieron favorablemente las diversas propuestas que desde el gobierno y sus medios de comunicación iban haciendo. Primero, negar la crisis misma; posteriormente, tomar nota de ella y ahora, son los “brotes verdes”, plantear que la parte peor ya se ha vivido y que lo único que queda es salir de ella más o menos lentamente. En esto no hay que engañarse demasiado: en la economía española convergen dos crisis, la global y la particular. Esta convergencia la hace especialmente grave y no parece muy aventurado predecir que durará bastante tiempo. Crear un nuevo modelo de crecimiento será muy difícil y requerirá de instrumentos políticos y económicos contundentes.

La crisis está ahí y viene para quedarse: el conjunto de las relaciones sociales, políticas y culturales se van a ver afectadas de de una u otra forma. Nada será ya como antes y, lo que es más importante, obliga al conjunto de los actores políticos y sociales a resituarse y modificar sus estrategias y tácticas. Para Izquierda Unida como fuerza transformadora y con voluntad socialista, está suponiendo ya un fuerte desafío y la obliga a escoger, a repensarse, a reconstruirse en lo social, a definir su política organizativa y a buscar nuevas formas de relacionarse con unos ciudadanos y ciudadanas que empiezan a atisbar que el mundo está cambiando de base y que pueden terminar por ser ellos los paganos de la misma.

El viejo y siempre nuevo “Qué hacer” se nos presenta hoy con una potente radicalidad, pero, esto tiene mucha importancia, también tenemos memoria y sabemos algunas cosas que nos pueden hacer de brújula en un escenario nuevo y distinto.

La primera cuestión es entender bien lo que pasa y lo que les pasa a las gentes: la crisis económica no significa, sin más, un giro hacia la izquierda, hay muchas mediaciones sociales y culturales que hay que tener en cuenta.

En segundo lugar, hay que poner el acento en el conflicto y en la lucha social. La salida de la crisis por la izquierda requerirá un proceso sostenido de reconstrucción social y de creación de referentes ideales fuertes. Lo decisivo, como siempre, es organizar poderes sociales, convergencias y unidad más allá de los alineamientos partidistas.

En tercer lugar, una fuerza política es, sobre todo, una fuerza para la acción; tantos años hablando de movimiento político y social y apenas si somos capaces de tener presencia organizada en los movimientos y actuar más allá de las instituciones. Por tanto, es el momento de ser coherentes.

Esto exige, en cuarto lugar, revitalizar nuestras débiles asambleas de base y preguntarse, desde ellas, qué significa aquí y ahora hacer política y como hacerla más allá de las elecciones, porque ellas son las decisivas en forjar alianzas sociales, en recomponer la unidad del movimiento obrero y los intelectuales críticos, en definitiva, ganar a sectores sociales que podrían terminar siendo presa fácil para discursos xenófobos y racistas.

En quinto lugar, hace falta una convergencia programática de la izquierda social, es decir, un conjunto de propuestas para la acción que dé coherencia al movimiento, ofrezca alternativas y dé seguridad.

Se habla mucho entre nosotros de refundación y, desgraciadamente, muchas veces no es otra cosa que una mescolanza entre la ampliación de los aparatos existentes y el insulso empleo de palabras que cada vez convencen menos. Refundarse es, sobre todo, una nueva práctica de la política, una coherencia, socialmente ejemplar, entre lo que se hace y lo que se dice y el respeto escrupuloso de los sentimientos, aspiraciones y derechos de la militancia. Refundarse es, en este sentido, sobre todo, refundarnos a nosotros mismos como organización, como medio de relación con las personas y por nuestra capacidad para reconstruir, en la crisis, una cultura crítica y alternativa al desorden existente. Todo lo demás son solo palabras.