Como espectador en esta campaña electoral última, he ido pasando alternativamente desde el asco por el repugnante y hediondo espectáculo protagonizado por PSOE y PP, hasta la gratificante satisfacción por el ejemplo de ponderación, equilibrio, rigor y claridad con la que nuestros representantes han aparecido en los medios de comunicación o en la comparecencia directa ante los ciudadanos. Baso mi afirmación en la aparición de Cayo Lara en TVE, las de Willy Meyer en TVE y TVA y la de Marga Ferré, también en TVA. A esas comparecencias añado el acto público celebrado en Córdoba el día 4 de Junio. En él intervinieron Andrés Ocaña (el nuevo alcalde), Gaspar Llamazares, Diego Valderas, Willy Meyer y Cayo Lara. En estas experiencias me baso para fundamentar mi valoración y también la reflexión que constituye el eje de este artículo. La tónica general ha sido, a mi juicio, concisión, contenido informativo, crítica contundente pero correcta en las formas y propuesta programática nítidamente de izquierdas. Confieso que a tenor de lo que he visto y oído, me he sentido representado como ciudadano y como militante.
La diferencia clave entre nuestros representantes y los otros es de la misma índole que la existente entre el discurso razonado y la consigna zafia. El primero está hecho para pueblos y el otro para chusmas tan encanalladas como sus autores. Esta cuestión ya es vieja en la izquierda y en la historia del Movimiento Obrero. Frente al discurso de corte lerrouxista la explicación razonada de quienes manifiestan su respeto hacia la ciudadanía tratándola como tal y no como una jauría ululante sedienta de consignas y de narcóticos para el pensamiento.
Una variante de este discurso más atemperada, más atiplada y más edulcorada la constituye aquella que usa el ingenio como una arma de simplezas, lugares comunes y naderías para descalificar al otro sin entrar en la cuestión de fondo; tanto el número uno del PSOE como el del PP lo han demostrado con creces. Pretenden y lo consiguen, que la ciudadanía escoja entre dos actores y que no repare en la obra que ambos comparten y representan. Los acuerdos entre conservadores y social-liberales en temas como la jurisdicción universal, el informe Auken, la Ley de Partidos Políticos, las alianzas postelectorales o la identidad de las bases analíticas sobre las que asientan sus políticas sociales y económicas, lo demuestran con largueza. Unos son la derecha perfectamente identificable y en un proceso de involución ideológica propio del siglo XIX. Son el atado y bien atado.
Pero, y apelo a la memoria de los lectores, los otros son los que en España han hecho las políticas que los conservadores nunca se atrevieron a hacer tras la desaparición física del dictador. Las actuales diferencias entre ellos en cuestiones de economía, libertades, laborales, fiscales, etc son de grado pero en absoluto de esencia. El concepto de gobernabilidad es algo más que un cordón umbilical entre ellos.
Es indudable que tanto en la política como en las relaciones sociales y personales el acuerdo, el pacto expreso o tácito, son inexcusables y muchas veces deseables. Pero el pacto, que debe hacerse en torno a contenidos concretos, no debe hacernos olvidar el rol que en esta sociedad de clases en lucha, realizan nuestros coyunturales socios. Cuando el pacto se desliza hacia otras componendas y concomitancias más allá de los acordado, alguien ha perdido la lucidez y a la postre, la partida ante el respetable.
Es obvio que la Política es también el arte de percibir con claridad los matices y ser consecuente con esa percepción. Pero los matices lo son respecto a un color concreto del cual son expresiones más menos gradadas de su esencia física. Por eso confundir esencias y matices es tan catastrófico para el daltonismo político.
Es cierto que la sociedad actual vive en un estado casi perfecto de anomia, alienación, desorientación y subordinación a los valores de los dominadores. Es cierto también que la cultura mediática dominante se sustenta en casi un 99´99% en titulares, improvisación, vasallaje hacia el Poder económico y los poderes políticos organizados en sociedades en comandita. Reconozco que colectivos que en otros tiempos fueron nervio, soporte y motor de la lucha y su inherente toma de conciencia por parte de los trabajadores e intelectuales comprometidos, se limitan a apacentar el rebañuelo del conformismo y la seguridad subvencionada. Soy consciente también de nuestra situación y de que, muchas veces, no queremos sacar las consecuencias de lo que está pasando porque ello podría perturbar nuestra tranquila existencia de exiliados internos. Pero esta campaña electoral ha servido para marcar diferencias y hacernos conscientes de que debemos marcarlas permanentemente; debemos, en todo momento, delimitar nuestro territorio. La constancia en esa actitud, la reformulación de nuestras estructuras organizativas, cara a hacernos más presentes en la conciencia de la calle, la modificación de actitudes y comportamientos y la aceptación de que nuestros métodos deben basarse en la filosofía de la paciente impaciencia, son el camino que esta campaña electoral ha marcado, al menos por lo que yo he visto y oído. El tesón en el esfuerzo, la permanente visualización de un discurso claro y comprometido terminan por ser respaldados en las urnas. Seamos pacientes.
Somos también hijos de la Ilustración y de sus postulados: razón, laicidad, progreso, etc. Nuestra identidad de revolucionarios hijos del movimiento obrero y sus Internacionales no debe hacernos olvidar que las Luces y la difusión de las mismas por el discurso, la movilización y la paciencia son hoy más nunca, el método adecuado a nuestra propuesta. Preparémonos para ello. No echemos en saco roto las enseñanzas de un tal Bertold Brecht.