Contrariamente a lo que pretende el social-liberalismo bien pensante, cuando las agencias de calificación devalúan la nota de un país o a éste se le exige pagar más intereses por la deuda pública, no se trata de una «especulación» o «manipulación» sino la constatación de un hecho. Las políticas con las que los gobiernos europeos quieren resolver la crisis del euro sólo conducen a agravar la insostenibilidad de la deuda pues deprimiendo la economía sólo se consigue reducir la recaudación de impuestos y con ello alejar aún más el objetivo de recortar el déficit público. Y los que operan en los mercados financieros lo saben. Por eso saben que hay países que cada vez van a tener más dificultades para pagar su deuda pública.
Si los países «problemáticos» fuéramos expulsados del euro (España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal), aparte del problema que se les generaría tanto a los bancos como a los exportadores alemanes, franceses u holandeses, el euro «fuerte» volvería a entrar en crisis. Mientras el Banco Central Europeo se niegue a actuar como un Banco Central, es decir, como prestamista para el gobierno, cualquier nivel de deuda pública es siempre excesivo. Sería Bélgica, o la propia Francia, las que pasarían a ocupar el papel de parias.
Esto es de conocimiento común entre economistas académicos y profesionales de las empresas, sean críticos o no del sistema. Sin ir más lejos, Willem Buiter, economista jefe de Citigroup, calificaba literalmente en The Economist (29 de octubre de 2011) la política del Banco Central Europeo como una «completa idiotez». ¿Es que son efectivamente idiotas? Desde luego no hay que minusvalorar el papel de la ideología; ya el propio Keynes decía que «un banquero sensato no es el que prevé el riesgo y lo evita, sino aquel que cuando se arruina lo hace de manera ortodoxa y convencional, al igual que el resto de sus colegas, de forma que no se le pueda echar la culpa». Pero otro economista coetáneo de Keynes nos da una explicación menos anecdótica, Michal Kalecki, quien hablando del instinto de clase de los capitalistas decía: «los dirigentes empresariales aprecian más la ‘disciplina en las fábricas’ y la ‘estabilidad política’ que los beneficios». No son tan idiotas. La prueba es que el BCE no presta a los estados pero si a los bancos para que estos lo hagan a los estados, a cambio de un «razonable» margen, claro.
La prohibición de financiar el déficit público desde el Banco Central Europeo es una manifestación del poder de clase; del mismo poder que dio lugar al nacimiento del euro como instrumento de disciplina contra los trabajadores europeos. Ahora, gracias a la integración financiera, los capitalistas europeos se han hecho «euroadictos». Siguen necesitándolo por lo que irán de chapuza en chapuza para sacar adelante sus objetivos. Otra vez Kalecki: «La función social de la doctrina del ‘financiamiento sano’ es hacer el nivel del empleo dependiente del ‘estado de la confianza’.» Justo lo que ha proclamado Rajoy en su discurso de investidura.