Timeo Danaos et dona ferentes, temo a los griegos incluso cuando traen regalos, cuenta la Eneida que dijo Laoconte cuando los troyanos descubrieron a las puertas de su ciudad el caballo que los griegos habían dejado tras su aparente retirada. Y no le faltaba razón pues el mítico caballo pasó a la historia como el arquetipo del regalo envenenado. Como lo que resultaron ser los préstamos que en “inmejorables” condiciones otorgaron los grandes bancos americanos y de otras potencias capitalistas a los países latinoamericanos en los años 1970. Estos préstamos, andando el tiempo, se convirtieron en la vía por la que entró en esos países el FMI con sus planes de ajuste estructural, como el caballo de Troya permitió a los guerreros griegos ocultos en su interior franquear las murallas de la mitológica ciudad. Es importante recordar este proceso ya que estuvo en el origen de la conocida como “década perdida” que sufrió América Latina que duró bastante más de diez años y que supuso un brutal retroceso social y económico.
La deuda en el origen de la década perdida de América Latina
La crisis del petróleo en los años setenta provocó simultáneamente dos efectos; de una parte se detuvo la inversión en los países capitalistas avanzados. De otra, ingentes cantidades de petrodólares se acumulaban en los grandes bancos americanos sin oportunidad de ser invertidos de forma rentable. La solución fue prestarlos en América Latina que en aquella época crecía a un ritmo envidiable en comparación con el centro capitalista. Esos préstamos, a los estados pero también a las empresas, se hicieron a tipos de interés variable en un momento en que eran muy bajos, de forma parecida a lo ocurrido con España y Grecia, entre otros, en los primeros años 2000. Pocos años más tarde, sin embargo, las políticas contra la inflación inspiradas por el Presidente de la Reserva Federal, Volcker, elevaron los tipos de interés por las nubes. Esto, junto al gran volumen acumulado de deuda, dio lugar a la llamada “década perdida” que comenzó cuando en 1982 México suspendió los pagos de la deuda externa. Pronto siguieron otros países como Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador, etc. La primera respuesta fue la de mantener como fuera el derecho a cobrar de los acreedores. Para ello, el FMI acudió al rescate obligando a los deudores a aplicar durísimos programas de austeridad que provocaron una brutal recesión, un retroceso de los salarios y que se disparara la pobreza. En 1986, conscientes de que el pago era imposible, se suavizaron algo los pagos con el plan Baker.
En 1989 otro plan, esta vez el plan Brady, aceptó lo inevitable, que debía de condonarse una parte de la deuda. En aquel momento los países endeudados ya habían pagado con creces lo que se les prestó inicialmente si bien los intereses acumulados hacían que la deuda total no sólo no disminuyera sino que, en algún caso, siguiera creciendo. La contrapartida del plan Brady fue asumir totalmente el denominado Consenso de Washington, es decir la privatización y la apertura de la economía al capital exterior. Fue por ese portillo por el que se colaron Telefónica, REPSOL, ENDESA y otras grandes empresas españolas en los países latinoamericanos. Y es contra ese abandono de la soberanía contra el que se han alzado los nuevos regímenes democrático-populares surgidos tras la estela de Hugo Chávez. Pero no sin antes haber pagado un altísimo precio en sufrimiento, miseria y destrucción de los recursos naturales y de las sociedades locales.
Alemania tras la segunda guerra mundial, las razones de la generosidad aliada
Tras el armisticio que puso fin a la primera guerra mundial, el Tratado de Versalles impuso a Alemania unas gravosísimas reparaciones de guerra. Keynes, que formaba parte de la delegación británica en Versalles se opuso a ellas pues sostenía que Alemania sería incapaz de recuperarse económicamente con esa hipoteca. Y efectivamente Alemania no pudo pagarlas debiendo recurrir a nuevos préstamos para hacer frente a sus obligaciones. El resultado fue que en los años veinte Alemania vivió del crédito exterior, sobre todo norteamericano. De forma parecida al caso latinoamericano, hubo hasta dos planes patrocinados por el gobierno de los Estados Unidos para reestructurar la deuda alemana. Y, como con el plan Brady, a la vez que los bancos prestaban dinero, las empresas americanas se introducían en Alemania (General Motors, Ford, ITT, IBM, Coca-Cola, …). El crack de 1929 cortó el flujo de crédito y cuando Hitler llegó al poder gracias, entre otros, a la financiación de esas multinacionales americanas, suspendió unilateralmente los pagos.
Terminada la guerra, se reunió la Conferencia de Londres en 1953 en la que se reunificaron las deudas atrasadas de Alemania con las generadas por la asistencia aliada a los territorios ocupados que formaban la RFA. Se decidió no añadir nuevas reparaciones y se acordó una reducción al 60% del total. ¿Cuál es la explicación de esta generosidad aparente? Por un lado era una cuestión de realismo, a la vista de lo que ocurrió apenas treinta años antes: los Estados Unidos no podían permitirse el lujo de una RFA empobrecida y en ebullición social a las puertas del área de influencia de la Unión Soviética. Por otro lado, las empresas americanas introducidas en Alemania en el periodo anterior querían seguir haciendo el negocio que hicieron sus filiales durante la guerra. Gracias a eso, el canciller reaccionario de la nueva RFA, Konrad Adenauer, consiguió ese trato tan ventajoso.
¿Qué se puede aprender de esta historia? Primero, que como dicen hasta los economistas “políticamente correctos”, es posible una quita de la deuda y no debería extrañarnos que se acabara produciendo. Pero segundo, desconfiemos de los regalos. Políticamente hablando, con independencia de la táctica, la deuda debe denunciarse, no negociarse.