Si miramos el mapa electoral posterior al 20D podemos observar cómo se han producido cambios significativos pero, también, cómo esos cambios sólo lo han sido a medias. Uno de los ejes que definen el posicionamiento político es la actitud ante las políticas de austeridad y reforma interminables. Según este eje, las posiciones que impugnan las políticas de la Troika han avanzado indiscutiblemente, pero siguen siendo minoritarias. De un 9% del voto en 2011 han pasado a casi el 26% en 2015; un ascenso notorio pero aún insuficiente. Las posiciones netamente “austeritarias” han perdido la mayoría (58% en 2011), pero siguen siendo las apoyadas por un 48% del voto. Las posiciones intermedias, cualquiera que sea la credibilidad que tengan, también han retrocedido pero, junto con las anteriores suponen las dos terceras partes del electorado. Todo ello muestra que no será desde el Estado desde donde se le plantará cara a Bruselas. No obstante, y al margen de otras consideraciones, el cambio es positivo, aunque a medias.
En cuanto al segundo eje, el de la cuestión nacional, o territorial como otros prefieren llamarla, también se ha producido un avance sustancial de las posiciones federalistas, del 8% al 25%. Y los nacionalismos soberanistas han retrocedido levemente. También lo han hecho las posiciones españolistas, pero estas siguen agrupando más de las dos terceras partes del voto si mantenemos la adscripción del PSOE a este grupo. La tercera dimensión, la más superestructural y mediática, sería la del eje que va del bipartidismo ampliado que ha sostenido a todos los gobiernos de las últimas décadas (PP, PSOE, PNV, CiU, CC) a las “nuevas” formaciones surgidas a raíz de la crisis de legitimidad del régimen, dejando en medio a las formaciones críticas pero que se remontan a la transición. En este caso, el bipartidismo “setentayochista” ha retrocedido pero sigue siendo mayoritario (de un 84% a un 56%). Son las fuerzas críticas más tradicionales las que han retrocedido más, si bien aquí el análisis se vuelve más complejo debido al crecimiento de ERC, la extraña historia de UPyD y a la incorporación de ICV-EUiA, EU y Compromís a las candidaturas de convergencia. Sea como fuere, las nuevas formaciones apenas han superado un tercio del voto. Luego el cambio también se ha quedado corto en este eje.
Es decir, que la cosa ha cambiado pero no tanto. Podemos tener la sensación de que “pasa el balón pero no el jugador” puesto que nuestro descalabro electoral no debería impedirnos ver que las ideas que defendemos, al menos en el plano electoral, han avanzado de manera significativa. ¿Por qué no lo han hecho más? Esa es la pregunta que debemos hacernos para seguir trabajando pues a nadie se le escapa que la situación actual no es estable; ni la crisis del régimen ni la más general del capitalismo global en la que la primera se inscribe están cerradas. El partido no ha terminado, ¿podemos prever cómo evolucionará? Como dijo Gramsci, sólo se prevé en la medida en que se actúa, y con ello se contribuye concretamente a crear el resultado previsto.