Sigue tu camino y deja hablar a la gente”, citó Marx a Dante porticando esa obra revolucionaria donde las haya llamada El Capital. Revolucionaria e irrepetible. Pero la cita puede ser tenida en cuenta en otras más modestas secuencias, como la que protagoniza Unidos Podemos. Es decir, hay un camino a recorrer y hay que contestar sobre la marcha, sin detenerse, a veces solo con una sonrisa y, quizás, alargando la mano por si alguien quiere cogerse ella para recorrer el camino trazado, sin frenar.

Estamos en ese momento (histórico, si se quiere) donde se ha conseguido un grado alto de unidad, fundamentalmente electoral, como expresión de ese sujeto histórico de cambio que está expresando un cambio de fase en los distintos niveles. Una unidad política que intenta ganar. Y ganar es sumar votos para cambiar las cosas.

Cambiar las cosas. “Sí se puede” operar una transformación. Casi nada. Las cosas empiezan bien, pero luego deben anudarse a nivel social, articulando un bloque alternativo que abra paso, a través de la movilización, a esa pretensión política y ese programa de cambio. Lo que quiero decir es que tras el 26J no debe tenerse la sensación de que vamos a un “rompan filas”. Eso sería un grave error político. Otra cosa es cómo se conciba esa “Máquina” de creación de poder popular que estamos armando.

Y aquí tocamos fondo: si hablamos de transformación en serio, tendremos que hablar indefectiblemente de creación de poder popular. Esa es la estrategia en el universo complejo y de largo alcance de las alianzas. No se trata, tras el 26J, de regresar a los cuarteles de invierno, a las cocheras. No se trata de pensar en una estrategia de reidentificación; o sí: se trata, en este sentido, de producir, los elementos políticos, ideológicos y culturales de un proceso de unidad popular que transforme el término ganar en el contenido tener el poder suficiente para cambiar la vida. Y esto implica una apuesta cultural y la valentía de establecer el relato correspondiente que no nos descabalgue de la actual estrategia por mor de seguridades supuestas, ya que entonces empezarían a fallarnos todos los espejos. O los espejos se convertirían en los reflejos deformantes del callejón del Gato, tal como don Ramón María los refiriera en su obra teatral.

El camino no es fácil y sin duda debe ir precedido por la seguridad de que va a cambiar el sistema político del régimen del 78, basado en el bipartidismo y, en la actualidad, en una Constitución que ha tachado cualquier atisbo de soberanía popular a partir de Maastricht y del nuevo artículo 135. De una Constitución donde no caben los nuevos sujetos constituyentes de ámbito territorial y a través de cuya reforma superficial se quiere restaurar el espíritu incumplido del 78 para cerrar el paso de una ruptura democrática que organice nuestro futuro, desde la existencia indubitable de una izquierda transformadora en el seno de la “Máquina” de organización del poder popular (me refiero al PCE, claro).

Nadie se mira dos veces en el mismo espejo, como debió decir también Heráclito. Pero los nuevos espejos, los nuevos relatos, tenemos que construirlos entre todos, obviando así el riesgo de caer prisioneros de los reflejos deformantes del callejón del Gato.