Marx, de quien celebramos el bicentenario de su nacimiento, elaboró su obra sobre la base de la economía clásica inglesa, la filosofía alemana y la lucha de los trabajadores franceses, nos ayuda a entender el mundo. Era un hombre concienzudo, meticuloso, interesado por todas las ramas del saber, que tuvo una vida difícil. Estudió en Bonn y Berlín, y, en 1842, ya doctor, colabora en Rheinische Zeitung. Se casa con Jenny von Westphalen en 1843 y van a vivir a París, donde conoce a Engels; la policía francesa espía su correspondencia, mientras Marx desarrolla el materialismo de Feuerbach, atento a Blanqui y a las luchas obreras. Conoce a la Liga de los Justos, y se relaciona con Heine, y, en 1844, nace su hija Jenny, mientras sigue, emocionado, la rebelión de los tejedores de Silesia. Al año siguiente consigue publicar, junto con Engels, La Sagrada familia, en Frankfort.
Después, es expulsado de Francia por Guizot; va a Bruselas, sin recursos. En julio de 1845 viaja con Engels a Manchester, cuna del capitalismo, para profundizar en la noción de que la vida determina la conciencia y las ideas, y no al revés, que se concretará en La ideología alemana. En junio de 1847, la Liga de los Justos celebra congreso en Londres, al que Marx no pudo asistir por falta de recursos, aunque sí al de noviembre de 1847, donde pasa a denominarse Liga de los Comunistas. Con treinta años, escribe con Engels el programa de la Liga, destinado a convertirse en el texto político más influyente de la historia: el Manifiesto del Partido Comunista.
En febrero de 1848, estalla la revolución en Francia, que proclama la república desde las barricadas de París. Después, cae Metternich. En Bruselas, Marx entrega buena parte de la herencia que ha recibido de su padre para comprar armas para los obreros belgas: le detiene la policía belga, pero el gobierno republicano francés le ofrece asilo, y Marx marcha a París, atento a las protestas en Berlín y Viena, y acaba por dirigirse a Colonia, donde funda la Neue Rheinische Zeitung. En junio, los obreros parisinos son derrotados, y centenares son fusilados en las calles. Marx padece la persecución de la policía prusiana, y va a Berlín y Viena para coordinar esfuerzos de los núcleos obreros. En octubre, la revolución proletaria en Viena cae ahogada en sangre, y la contrarrevolución triunfa en Berlín. En mayo de 1849, el gobierno prusiano expulsa a Marx y cierra su periódico. Va a París, de nuevo, pero el gobierno francés también lo expulsa: tiene que dirigirse a Londres. Jenny y sus tres hijos se quedan en París hasta que Marx consigue dinero para sufragar su viaje. Marx impulsa la solidaridad con los exiliados que han debido huir de tierras alemanas; a su casa acude un joven estudiante, Wilhelm Liebknecht. En 1849, en Londres, soportan duras condiciones de vida: al año siguiente los echan de la casa y tienen que vender hasta las camas para pagar las deudas. Van a unas diminutas piezas en un hotel pobre, y consiguen después un pobre apartamento en la calle Dean, en el Soho. Engels llega también, sin recursos. La pobreza es espantosa, pero Jenny y Karl se quieren, y luchan contra todo. En 1851, el gobierno prusiano envía policías a Londres para acosar y espiar a Marx, y destruir a la Liga Comunista, para lo que falsifica documentos, intenta comprar a miembros de la Liga.
En 1852 publica El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Ese año escribe a Engels explicándole su difícil situación: no tiene dinero ni para comprar medicinas para Jenny y una de sus hijas, y todos han estado durante diez días alimentándose de pan y patatas; además, no puede obtener ingresos porque le impiden publicar. En 1850, muere de pulmonía su hijo Heinrich, de sólo un año, y en 1852 su hija Franciska, también de un año: la pobreza es tal que Jenny tiene que pedir prestado el dinero para el ataúd. En 1855, muere su hijo Edgar, de ocho años. La tragedia los ahoga. Desde Manchester, Engels envía pequeñas cantidades a Marx, con las que subsisten, sin salir de la pobreza. Marx pasa diez horas diarias en la biblioteca del Museo Británico, trabajando. Entonces, Charles Dana (director del New York Daily Tribune, una publicación democrática) le propone escribir un artículo cada semana para el periódico, a finales de 1851. A lo largo de diez años, publica más de quinientos artículos en el Tribune, con la ayuda de Engels. Se interesa por la situación en China y la India, y denuncia la explotación capitalista en las colonias.
En 1864, participa en la creación de la AIT en Londres, y es elegido miembro de su dirección. Su situación material mejora, gracias a la herencia de su madre, y la familia Marx puede trasladarse a una casita en Haverstock Hill, aunque la falta de ingresos regulares (a veces, no tiene dinero ni siquiera para comprar papel) sigue atenazando a su prole: un año después, tiene que recurrir otra vez a Engels pidiéndole ayuda económica. Marx trabaja en El capital, mantiene un estrecho contacto con las asociaciones obreras alemanas, y con Liebknecht; entonces, Bismarck intenta comprarlo enviándole un agente personal con el señuelo de ofrecerle colaboraciones en un periódico gubernamental, intento que repite en 1867 cuando Marx visita Hannover: el primer ministro prusiano ignora la radical honradez de Marx. A finales de los años sesenta, la fuerza de la Internacional radica, sobre todo, en Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Suiza, pero no en Alemania o Estados Unidos, aunque la situación empezará a cambiar: en 1867, August Bebel y Wilhelm Liebknecht son elegidos parlamentarios.
Ese año, el Moro termina el primer volumen de El capital: para entregar el manuscrito en Hamburgo tuvo que recibir, de nuevo, ayuda de Engels: su precariedad es tan extrema que incluso tenía que recuperar su traje en la casa de empeños. El libro, con una pequeña tirada de mil ejemplares, examina el capitalismo, la obtención de la plusvalía, el objetivo de la revolución socialista. En vida, sólo pudo publicar el primer volumen, los otros dos serían publicados por Engels. Marx se preocupa por la difusión de la obra, y por el fortalecimiento de la AIT, que agrupa nuevos asociados y que se halla inmersa en la doble batalla por conquistar la democracia y por ganar el socialismo, a la vez que intenta conseguir mejoras en las condiciones de vida y de trabajo para los obreros de cada país, reforzando los sindicatos como preconizaba Marx, a diferencia de los seguidores de Lassalle o de Proudhon. En 1870, se constituye en Ginebra una sección rusa de la Internacional, cuyos miembros piden a Marx que actúe como su representante.
La guerra franco-prusiana llevan a Marx y a la AIT a denunciar el militarismo prusiano y el nacionalismo. Cuando, en septiembre de 1870, se proclama la República francesa, Marx la defiende e impulsa una campaña de solidaridad. Justo en esos días, Engels se instala en Londres, y la familia Marx dejará la penuria atrás. En marzo de 1871, se proclama la Comuna de París, que Marx, entusiasmado, saluda: “¡La historia no conoce otro ejemplo de grandeza semejante!”, aunque la mayoría de los miembros del Consejo de la Comuna son seguidores de Blanqui y de Proudhon, y los partidarios de la Internacional apenas una minoría. En esos días, Marx escribe a su amigo el médico Ludwig Kugelmann: los obreros de París se han lanzado “al asalto del cielo”; pero las tropas de Thiers y los soldados prusianos mantienen rodeada la ciudad: el 28 de mayo, la Comuna lanza su último disparo antes de morir. Después, los soldados de Thiers inician la feroz matanza en las calles de París, donde decenas de miles de obreros son asesinados, lo que afecta profundamente a Marx: el mundo contempla cómo los versalleses matan a los federados, a mujeres, niños, ancianos; mayo culmina con el odio burgués a la primera revolución obrera, con la sangre de la Comuna. Después, a Marx le absorbe la denuncia de las calumnias lanzadas contra la Comuna, y la ayuda que hay que ofrecer a los refugiados que llegan a Londres: a algunos los aloja en su propia casa. A la capital británica llega entonces un comunard, Eugène Pottier, que en esos días de fuego y dignidad de la Comuna había escrito unos versos que empezaban: “Arriba, parias de la tierra”, y que, desde entonces, serán inolvidables para el mundo.
Bismarck y el zar Alejandro II, Thiers y Francisco José I, todos se apresuran a perseguir a los internacionalistas, y estallan las divergencias en la AIT entre los seguidores de Marx y los de Bakunin. En 1871, las discusiones son tensas, y en la Conferencia de Londres los anarquistas impugnan la línea seguida hasta entonces. Las duras polémicas culminan en el Congreso de La Haya, en septiembre de 1872, con las propuestas bakuninistas derrotadas, y el propio Bakunin excluido de la Internacional. Engels presenta entonces la propuesta de trasladar la sede del Consejo General de la AIT de Londres a Nueva York, que implicaba que Marx y él mismo quedaban fuera de la dirección. Sin embargo, el traslado de la AIT no fue una decisión afortunada: en 1876, la conferencia de Filadelfia decide la disolución de la Internacional. La falta de experiencia del movimiento obrero norteamericano, el alejamiento de las organizaciones proletarias europeas y la dimisión del secretario del Consejo, el alemán Friedrich Sorge, pusieron punto final a la AIT. Mientras tanto, Marx vive vigilado por la policía.
A partir de 1873, la salud de Marx se resiente. En 1874, va a Karlsbad a recuperarse (cura que repite los tres años siguientes, gracias a la ayuda de Engels). Los últimos años de su vida en Londres los dedica a El capital, mientras sigue frecuentando a dirigentes obreros, y trabaja en nuevas ediciones. Escribe la Crítica del programa de Gotha y elabora con Engels el Anti-Dühring. Cuando, en 1878, Bismarck lanza su campaña represiva contra el movimiento obrero alemán, Marx impulsa la solidaridad con los apresados, pero su salud es muy débil: apenas puede trabajar. En 1881, Marx padece una pulmonía, y su esposa Jenny muere. El golpe es demoledor, pero el último invierno de su vida fue especialmente duro: en enero de 1883, muere también su hija Jenny, con tan sólo treinta y ocho años. Marx apenas la sobrevive dos meses. Después, ante su tumba en Highgate, Engels dirá, conmovido, que millones de obreros del mundo, “desde las minas de Siberia hasta California”, recordarían a Marx. En La lucha de clases en Francia, escribió: «Las revoluciones son las locomotoras de la historia”, y Marx sigue estando ahí.