Comienzan a sonar de fondo y de forma apremiante los tambores de la crisis ecológica en sus dos vertientes, crisis de recursos y de sumideros. A pesar de la extrema gravedad y las consecuencias fatales a las que puede abocar esta situación, no existe un debate amplio en la sociedad. Apenas es noticia en los medios de comunicación salvo durante las “importantes” e infructuosas cumbres sobre el clima o algún desastre natural extremo, y en general existe un cierto desconocimiento sobre a qué nos referimos cuando hablamos de los límites físicos de la Tierra. La preocupación lógica por el planeta es un reclamo electoralista, en el que grandes titulares y gestos simbólicos (como el nuevo Ministerio de Transición Ecológica) enmascaran una podredumbre en lo que se refiere a los hechos consumados. Incluso en las organizaciones de vanguardia, el análisis ecologista es tomado como barniz, sin querer profundizar ante seguramente el miedo a desviaciones reformistas de esta “lucha transversal”.

Pero sin duda, lo que más ayuda para que estemos en esta situación de superficialidad en los análisis es que apenas podemos realmente ver y claramente sufrir los efectos que los agoreros verdes pronostican, ni siquiera se ve un cambio de política en todas las oligarquías que ostentan el poder en los diversos polos imperialistas más allá de algún parche o “tasa verde” a los carburantes. ¿A caso está sobredimensionado el cambio climático como síntoma final de la quema de combustibles fósiles o incluso no existe? ¿Hay seguro una alternativa tecnológica guardada en la recamara de las grandes compañías y que espera hasta que se haya exprimido la última gota de petróleo? ¿O por el contrario se trata de una huida hacia delante porque simplemente el sistema capitalista no puede hacer frente a un colapso anunciado con décadas de antelación y sigue con su máxima de acumulación mientras se pueda?

Los límites físicos del planeta

Desgraciadamente, todo apunta hacia esta última pregunta. En la raíz del problema está la propia naturaleza del sistema capitalista, cuya esencia es la reproducción infinita de capital, lo que choca con los límites físicos de un planeta finito como la Tierra. Estos límites tienen dos vertientes. En primer lugar, los recursos materiales que ofrece el planeta son limitados y de calidad variada. Como ejemplo práctico, la cantidad de petróleo presente en la corteza terrestre es finita, hay un número limitado de barriles que podremos obtener. Por otra parte, no todo este petróleo podrá ser extraído ya que hay parte del mismo de poca calidad: los costes monetarios y energéticos de extracción no compensan los beneficios monetarios y energéticos de su comercialización y uso. Las primeras explotaciones de un recurso determinado se efectúan sobre aquellos yacimientos que requieren de una menor tecnología y de una menor inversión de capital y suponen una altísima rentabilidad, lo que a su vez dispara las inversiones en la búsqueda de nuevas fuentes y en un aumento del ritmo de extracción. Sin embargo, estos primeros yacimientos se acaban y es necesaria una mayor inversión tanto en exploración de nuevas explotaciones, como en desarrollo de nuevas tecnologías de extracción. Esta mayor complejidad implica un mayor gasto energético en la extracción de estos recursos cada vez de peor calidad, lo que en definitiva hace disminuir la cantidad de energía finalmente disponible. En este sentido, la Agencia Internacional de la Energía en su informe del 2018 recoge que para el 2025, a pesar de las fuertes inversiones en el dañino y nada rentable fracking, la extracción mundial de petróleo caerá en un tercio. Una auténtica barbaridad de la que no se habla.

La saturación de los sumideros

La segunda vertiente de los límites físicos del planeta consiste en la saturación de los sumideros. Se entiende como sumidero los elementos naturales que absorben los residuos de nuestros procesos industriales, de transporte, etc. (aunque existen sumideros artificiales no pueden compararse globalmente a la capacidad de los primeros). A modo de ejemplo sencillo, los océanos y las grandes masas arboladas del planeta, como las selvas o la taiga, suponen los principales sumideros de dióxido de carbono (CO2), primer gas responsable del efecto invernadero y del consiguiente cambio climático. Evidentemente, existe un límite en la capacidad de asimilación de residuos. Si emitimos a la atmósfera mayor cantidad de CO2 de la que pueden absorber los sumideros éste comenzará a almacenarse en la atmósfera. A partir de cierto límite comenzará un calentamiento gradual del planeta que a su vez afectará al comportamiento de los propios sumideros. Por ejemplo, cuanto mayor sea la temperatura del agua de los océanos menor será la cantidad de gas que pueda estar disuelto en el agua, llegando a poder comportarse como fuente (hay otros problemas asociados con elevada cantidad de CO2 disuelto en los océanos, como su acidificación). A su vez, mayores temperaturas pueden incurrir en cambios en el régimen de lluvias que profundicen en la desertificación de territorios (problema en el que la península ibérica se ve involucrada), disminuyendo la masa vegetal y con ello la capacidad de fijación de CO2. Evidentemente la saturación de los sumideros implica la ruptura del equilibrio en el que se encuentran los ecosistemas, con la consiguiente extinción de especies que esto implica y, sobretodo, la destrucción de una intrincada red de relaciones entre seres vivos que permiten el desarrollo de una gran cantidad de actividades humanas cuyos costes serían inasumibles por soluciones tecnológicas, como por ejemplo la polinización de los cultivos.

Tanto la crisis de recursos como la de sumideros imponen unos límites claros al crecimiento económico y material del sistema capitalista, una clara contradicción capital-medio o incluso dada la amenaza, capital-vida. La crisis ecológica es una crisis sistémica. No porque, digamos, las industrias socialistas no contaminan, sino porque el capitalismo no permite una planificación de los recursos y una parada del crecimiento económico que garantice simultáneamente una vida material digna para todas las personas y el sustento y recuperación del medio ambiente.

La célebre cita de Rosa Luxemburgo “Socialismo o barbarie” hacía referencia a las brutales condiciones de vida de la clase trabajadora a principios del siglo XX. Era una frase nacida de la contradicción capital-trabajo. Ahora, esta misma cita cobra aún más relevancia y actualidad en cuanto que la “barbarie” se presenta ante nosotros como un colapso de civilización al haber sobrepasado los límites materiales ecológicos de nuestro planeta. Es probablemente la contradicción capital-medio sobre la que pivotarán las luchas populares, las de la clase obrera, en las próximas décadas y desde las que se construirán modelos alternativos a un capitalismo que, en sus últimos estertores, se hará en los próximos años muchísimo más desigual y violento que ahora.