Las manifestaciones de protesta que se suceden en Iraq desde hace más de un mes, sometidas a la represión de la policía y el ejército, han dejado un escalofriante rastro de más de 250 y más 10.000 heridos, así como centenares de detenidos y numerosos edificios incendiados, en una confusa situación donde actúan el ejército y la policía, pero también encapuchados armados y milicias irregulares. Las informaciones sobre matanzas, que niega la policía pero que han sido confirmadas por otras fuentes, y los duros enfrentamientos con los manifestantes, han llevado al gobierno iraquí a establecer el toque de queda en Bagdad y, en un giro sorprendente, a acusar a francotiradores desconocidos de las matanzas que se suceden, aunque no hay duda de que el ejército ha disparado a matar contra las protestas.

La dimisión del converso Mahdi es una de las reclamaciones de los manifestantes. En el curso de las protestas, el presidente iraquí, Barham Salih, anunció la dimisión del primer ministro, el chiíta Adel Abdul Mahdi, que preside desde hace un año el gobierno, aceptada por éste si los partidos eran capaces de articular un gobierno alternativo. La complejidad de la situación explica que el clérigo chiíta Muqtada al Sadr exija también la dimisión del gobierno, pese a estar dirigido por un chiíta con lazos con Teherán. El asalto por los manifestantes al consulado iraní de Kerbala responde al descontento por la actuación de las milicias armadas chiítas: a finales de octubre, una manifestación en la ciudad contra el gobierno fue dispersada por encapuchados armados causando catorce muertos. A su vez, el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, ha acusado a Estados Unidos e Israel de estar detrás de las protestas en Iraq y el Líbano. El dirigente iraní, pese a considerar justa la reclamación de derechos por los manifestantes, llamó a preservar la actual estabilidad: Teherán prefiere mantener sus actuales lazos con el gobierno iraquí de Mahdi y con el de Hariri en Líbano, donde está presente su aliado Hezbolá, antes que aceptar la creación de nuevos gobiernos que podrían limitar su propia influencia.

Iraq soporta la persistencia de los enfrentamientos armados entre milicias; las operaciones militares de los países occidentales, dirigidos por Estados Unidos, que bombardean con frecuencia distintos escenarios, como hicieron cazas Rafale franceses a finales de octubre en el noreste del país, o como la que asesinó al dirigente de Daesh, Al Baghdadi (calificado por Moscú como “una creación de Estados Unidos”), en un operativo norteamericano que cubría zonas de Siria e Iraq. La entrada ilegal en el oeste del país de nuevas tropas estadounidenses procedentes de Siria, con centenares de vehículos militares y sin autorización del gobierno de Bagdad para permanecer en territorio iraquí, fue motivo para que Mahdi pidiese la intervención de la ONU ante la violación de la soberanía iraquí, y la tensión entre Estados Unidos y el gobierno iraquí llevó al jefe del Pentágono, Mark Esper, a viajar a Bagdad para entrevistarse con el ministro de defensa, Najah al-Shammari, consiguiendo un plazo de un mes para que esas tropas abandonaran el país. Sin embargo, los planes del Pentágono, sometidos a los vaivenes de Trump, se orientan hacia el incremento de sus soldados en Iraq, así como en Kuwait y Jordania.

El 6 de octubre, Mahdi anunció medidas económicas para responder a las demandas y manifestaciones, prometiendo viviendas y ayudas para familias pobres, comprometiéndose a crear nuevos puestos de trabajo y aumentar los recursos destinados a la formación profesional, consciente de que la causa de las protestas radica en el elevado desempleo, en la extendida corrupción gubernamental y en la desorganización y caos de los servicios públicos, que hacen casi imposible la vida diaria. Esas son las causas que han llevado al estallido popular. La situación es desesperada en muchas regiones, hasta el punto de que en Basora, en el sur del país, el líquido que sale por los grifos domésticos son aguas residuales, y en muchas ciudades los habitantes deben vivir entre montañas de basura y escombros.

A la guerra impuesta por Estados Unidos, a la feroz ocupación norteamericana, al caos y el terrorismo que siguió, con la aparición de Daesh y otros grupos terroristas, artífices de constantes matanzas, a los bombardeos estadounidenses sobre la población civil, y a la desesperada situación en ciudades destruidas por el Pentágono, como Faluja, que fue bombardeada con fósforo blanco, deben añadir los iraquíes las cadenas del elevado desempleo, de la frustración de la juventud, la corrupción gubernamental y un sistema político basado en el clientelismo.

El Partido Comunista de España quiere, una vez más, hacer pública su solidaridad con el martirizado pueblo iraquí. El PCE es consciente de que el principal responsable de la gravísima situación en Iraq recae sobre los Estados Unidos, que no sólo iniciaron la guerra  que destruyó el país, sino que continúa interviniendo en toda la región para imponer sus objetivos en Oriente Medio, tanto con sus acciones militares, como con la creación de grupos terroristas y el recurso a mercenarios para acosar a los gobiernos que considera molestos. Pero esa realidad del intervencionismo imperialista no puede ocultar las justas reclamaciones de los trabajadores iraquíes, hartos de un sistema corrupto y de un gobierno que no ha dudado en utilizar el ejército para aplastar las protestas y añadir más sufrimiento a la población. El Partido Comunista de España quiere hacer llegar su solidaridad con los trabajadores iraquíes, inmersos en una situación desesperada que ya ha durado demasiado tiempo, denuncia la constante intromisión norteamericana en la región, origen de la mayoría de los males que le aquejan, y exige que se detengan las matanzas de manifestantes y se procese a los culpables, al tiempo que se satisfagan las justas demandas de los trabajadores y de la población.