A las naciones de la región más azotada del mundo por las guerras imperialistas y un capitalismo despiadado sin su “estado bien estar” administrado por los totalitarismos religiosos solo le faltaba un catalizador llamado COVID19 para empujarlas hacia el precipicio: “la paja que rompe la columna del caballo de carga”.

Esta partícula está siendo utilizada por los estados de la región de pretexto, cortina de humo y catalizador de una crisis multidimensional que padecen desde hace décadas. Si, como afirman los expertos, contener la propagación del virus depende de la fortaleza de los sistemas de salud público de los países, en ningún estado de Oriente Próximo la sanidad es gratuita y universal, justamente porque las fuerzas de izquierda que han sido los promotores mundiales de este derecho, han sido y son duramente perseguidas. Sus presidentes vitalicios, jeques, caudillos y reyes llenan sus almacenes de las armas más avanzadas del mundo, pero ni en las principales ciudades cuentan con hospitales debidamente equipados y suficientes camas.

Pocas semanas antes de la aparición del virus, el mundo estaba temblando bajo los pies de los trabajadores en París, Argel, Beirut, Bagdad, Teherán, Bogotá, Santiago de Chile, Madrid y Hong Kong, y ni el despliegue de los antidisturbios, palos y balas conseguían contener su ira contra las injusticias sociales. El Covid se presentó como “bendición divina”: ahora las autoridades podían poner bajo el “arresto domiciliario” a toda la población, tanto a los antisistema como a los obedientes, desmantelando (y no será de forma provisional) los derechos conquistados durante siglos de lucha.

En el Oriente Próximo nadie ha visto a los gobernantes informar en ruedas de prensa sobre el número de los fallecidos o infectados por el virus: en la mayoría de sus Estados no hay ruedas de prensa. Y aunque las hubiera, ante la escalofriante ausencia de la prensa libre, sólo se registrarían mentiras y falsedades de aquellos cuya prioridad no es proteger a la población del coronavirus sino asegurar sus propios privilegios y seguridad, salvándose de las amenazas desestabilizadoras. Alrededor del 40% de los 80 millones de los habitantes de Irán podrían estar infectados por el nuevo coronavirus, advierte la doctora Minú Mohraz, miembro del Comité de Prevención de Enfermedades Infecciosas del Ministerio de Sanidad iraní, mientras el gobierno cifra, el 2 de mayo, el número de fallecidos en cerca de 6.000, cifra muy cuestionada por los propios políticos de la República Islámica (RI), como Gholamali Jafarzadeh, diputado por Guilan que los calificó «una broma»: son 5-6 veces más de lo anunciado, sin tener en cuenta que en las aldeas de región más discriminados como la provincia de Baluchistan o Kurdistán, donde no hay clínicas, ni se contabilizan los afectados y los fallecidos.

Los gobiernos de Iraq, Líbano e Irán, que sufrían ya una crisis integral cuando les llegó el virus, se enfrentan, particularmente, a un colapso total.

Un Covid19, cruel con los más desfavorecidos, ya se encuentra entre decenas de millones de personas que viven bajo los bombardeos en Yemen, Siria, Libia, Afganistán, Iraq, o encerradas en los campos de refugiados de Gaza, Grecia, y Sudan sur. Están sufriendo una indescriptible crisis humanitaria, en parte, por la retirada de numerosas ONG’s y la paralización del transporte mundial que les socorría con alimentos y medicamentos.

Los recortes neoliberales, la corrupción y la represión de las fuerzas progresistas, la ausencia de sindicatos obreros (Arabia saudí), su prohibición (en Irán son “islámicos” y verticales) o dura persecución (Turquía), ya habían desarmado a las clases trabajadoras. Con las medidas tomadas por los gobiernos contra el virus, otros millones de personas sufrirán una mayor inseguridad alimentaria y una pobreza extrema, con los niños como los más afectados.

UN IMPACTO ECONÓMICO EN CUATRO TERRENOS

La economía mundial ya se ve afectada por la caída en la producción, el mercado financiero y también en el suministro de bienes. En Oriente Próximo este impacto se ha manifestado en los siguientes puntos:

1. La paralización del comercio minorista, así como los grandes proyectos de infraestructura, como las obras de la ampliación de la Gran Mezquita en La Meca por 100.000 millones de dólares en la que trabajaban miles de obreros, sobre todo migrantes, quienes dormían y comían en el mismo lugar.

2. La interrupción del turismo a las ciudades mágicas como Estambul, a los lugares sagrados como la Meca (segunda fuente de los ingresos de Arabia Saudí, después del petróleo), Najaf (Iraq) o Qom (Irán), o a las maravillas como las pirámides de Egipto o la Petra de Jordania. Los Emiratos Árabes Unidos esperaban en octubre de este año la vista de 25 millones a la Expo 2020 Dubai. Arabia recibe anualmente 20 millones de turistas, la mayoría de ellos con fines religiosos, y ha tenido que cerrar la Meca por primera vez en su historia.

3. El bloqueo de las importaciones y exportaciones: siendo una región en la que domina la burguesía parasitaria comercial, los efectos del asilamiento “sanitario” se multiplican.

4. La brusca reducción de las exportaciones del petróleo por el desplome de la demanda causada por la recesión económica mundial, iniciada en 2017 y agravada con la epidemia que ha congelado la economía mundial (incluido el vuelo de los aviones y el transporte internacional), así como la caída espectacular del precio por barril, debida a la guerra de precios entre la OPEP y Rusia y el exceso de producción. Los países que dependen de los ingresos energéticos para la mayor parte de sus presupuestos, como Arabia, Emiratos y Kuwait, desde 2015 que empezaron a bajar los precios del crudo, han ido reduciendo la plantilla. El precio del petróleo Brent cayó de 68,90 dólares por barril el 1 de enero pasado a unos 20 dólares (en el caso del petróleo sancionado iraní por EEUU, cayó hasta 10 dólares): en una palabra, lo que representa es una “catástrofe” y la bancarrota de Arabia Saudí, Emiratos, Kuwait, Iraq e Irán. Sin duda, el marzo de 2020 pasará a la historia como el mes que desmanteló el mundo de la energía construido durante un siglo, sin que pudiéramos imaginar lo que va a sustituirle a partir de ahora, un problema presente, pero también de futuro: el que tanto los productores como los compradores hayan llenado millones de tanques de almacenamiento (práctica conocida como «contango”) a tope, hará que, tras el fin de la pandemia y la recuperación de la demanda, el exceso de petróleo barato impida a los productores obtener beneficios. Los países del Oriente Próximo están invirtiendo decenas de miles de millones de euros para apuntalar sus economías, pero a falta de ingresos para recuperar esta inversión, se tendrán que endeudar con las instituciones financieras o los estados “amigos”. Irán ha solicitado 5.000 millones de dólares al FMI, que obviamente, con EEUU dirigiendo el Fondo, se le negará. Esta institución estima la disminución del crecimiento económico del Líbano en un 12%, país que tiene la tercera relación deuda / PIB más alta del mundo y se enfrentaba a una profunda crisis económica-política desde 2017. A pesar del estado de alarma, miles de libaneses salieron a las calles de Beirut el 1 de mayo para protestar en contra de un régimen incompetente y corrupto. Lo mismo sucede con Iraq, que según la Agencia Internacional de la Energía será el país que más sufrirá la crisis. Iraq, que sigue siendo bombardeado por EEUU-Israel bajo el pretexto de “atacar las bases de las fuerzas proiraníes”, padece además de una kakistocracia y una escandalosa pobreza en uno de los países más ricos del planeta: cerca del 90% de los ingresos del gobierno provienen del petróleo, y depende de esta renta para mantener la nómina de alrededor de cuatro millones de trabajadores, así como las pensiones, los subsidios y la asistencia social para los más desfavorecidos.

La seguridad alimentaria en las monarquías del Golfo Pérsico está bajo seria amenaza, ya que algunos países desérticos como los Emiratos importan hasta el 90% de los alimentos que consumen. Arabia Saudí, el único con una industria agroalimentaria, se está enfrentando a una brutal plaga de langostas que también azota a las cosechas de varios países de África, sobre todo Kenia. La ONU declaró en marzo que la actual plaga es la epidemia migratoria más peligrosa, y que está viajando también a Pakistán, Afganistán, India e Irán.

¿QUÉ SUCEDERÁ CON LAS GUERRAS DE EEUU?

No hay duda de que, más allá de la voluntad de Trump, el Pentágono y el sector más belicista del establishment de EEUU seguirán con la política de la militarización de las regiones más estratégicas del mundo, como una respuesta al consolidado ascenso chino pero sobre todo como una salida clásica de exportar la crisis interna, “empleando” a miles de jóvenes que han perdido su trabajo o no lo van a encontrar por la crisis del capitalismo agravada por el Covid19. Según The New York Times de 21 de marzo, el secretario de Estado Mike Pompeo estaba presionando a Trump para atacar a Irán, aunque al final el presidente hizo caso a los militares que se oponían, conformándose con bombardear las posiciones de Irán en Iraq.

El 25 de marzo, mientras los medios de comunicación solo hablan del monotema COVID 19, los marines de EEUU y las fuerzas emiratíes realizaron un simulacro de ataque y ocupación de las ciudades iraníes de la orilla del Golfo Pérsico. En el ejercicio llamado Native Fury, realizado en la Base Militar Al-Hamra en Abu Dabi, a 300 kilómetros de las costas iraníes, participaron 4.000 soldados estadounidenses y otros equipos desde Kuwait y la isla de Diego García. Maniobras que dejaron un millonario gasto en las arcas públicas de EAU.

Washington en el medio de la muerte de miles de sus ciudadanos infectados, anunciando en el abril de 2020, el envío de más tropas a Iraq, para enfrentarse con Irán en este país. El America First de Trump ha colocado a su país en el «First» de infectados por el coronavirus del mundo, pero no le ha impedido desplegar misiles Patriot en Iraq mirando a Irán. El 2 de mayo volvió a atacar las posiciones de las fuerzas proiraníes de Al-Hashad Al-Shabi, que forma parte de las Fuerzas Armadas iraquíes, matando a decenas de sus hombres. El presidente de EEUU amenaza a Teherán con «pagar un precio muy alto» si cumple con sus planes de un «ataque sorpresa» contra las fuerzas o intereses de EEUU en Iraq, planes inexistentes según los ayatolás, a la vez que autoriza a sus tropas en el Golfo Pérsico (¡que no en el Golfo de México!) a disparar y hundir a los barcos iraníes “si les molestaban”. El acoso de EEUU contra Irán está coordinado con Israel. Naftali Bent, ministro de defensa de Israel, anunció la “nueva” política de su ejercito en Siria: “hemos pasado de limitar la influencia de Irán en este país a expulsarlo”, intensificando los bombardeos contra las fuerzas Fatemiyun constituido por la República Islámica de unos 40.000 hombres principalmente inmigrantes y refugiados afganos, algunos forzados bajo la amenaza de expulsar a sus familias (que llevan incluso 40 años en Irán, y muchos siguen siendo “sin papeles”) y otros “trabajando” como mercenarios.

Trump sigue insistiendo en que no pretende cambiar el régimen sino su comportamiento hacia Israel, cosa que ya ha hecho la República islámica, más allá de sus consignas, aparcando aquello de «borrar a Israel del mapa». Trump que no pretende un regime change en Irán sino la retirada de sus milicias de la región, y convertir Irán en un país subdesarrollado que bajo cualquier gobierno no represente un desafío para sus aspiraciones en la región. Trump, como candidato a las elecciones presidenciales del próximo noviembre, necesita además un acuerdo de paz con Irán ahora que ha fracasado en obligar a Corea del Norte a destruir su arsenal atómico, apartar a Nicolás Maduro del poder, o a los palestinos a tragar el llamado “Acuerdo del siglo”.

Sin embargo, Israel y Arabia Saudí creen que su tiempo de acabar con Irán se agota: temen que Trump no sea reelegido, por lo que tienen prisa.

La propagación del Covid en EEUU puede tener implicaciones negativas para el Estado judío, que teme una reducción en la “asistencia” que recibe cada año bajo diferentes conceptos, causada por los recortes en los presupuestos y, sobre todo, por la ruina de la costosa industria del petróleo esquisto debido al derrumbe de los precios de los hidrocarburos. EEUU es el mayor socio comercial de Israel y el mayor inversor.

Otras guerras en curso, como la de Siria, Libia, Yemen, Afganistán, Iraq continuarán.

UNA PANDEMIA EN TRES PAÍSES

En Irán, la medida del gobierno en el mes de noviembre del 2019, de dejar de mantener artificialmente bajo el precio de la gasolina, provocó las protestas más graves de los trabajadores de taxis y sobre todo quienes utilizan sus coches para el transporte de pasajeros (en Irán no está prohibido) para ganar algo de dinero cuando el desempleo y la inflación azotan las clases trabajadoras del país, incluidos los profesores, amas de casa, o titulados universitario sin trabajo, en un caótico Teherán de 12 millones de habitantes. Las protestas que duraron varios días dejaron entre 300 y 1500 muertos (el baile de cifras se debe a la ausencia de órganos independientes de investigación) y alrededor de 8000 arrestados según el propio gobierno. Los islamistas, cuya base económica es la burguesía comercial y el feudalismo resucitado, no solo no crean puestos de trabajo y continúan la privatización de las empresas estatales, sino que así arrancaba una pequeña renta que obtenían trabajando hasta 16 horas al día para pagar el alquiler de mini pisos o habitaciones donde viven familias enteras.

Las políticas neoliberales la República Islámica de Irán (RII), se unen a las sanciones de EEUU que obligaron a las compañías extranjeras, incluidas las chinas, a abandonar los megaproyectos de ferrocarriles, túneles, construcción de oleoductos… de Irán, dejando su economía en una lenta agonía. La teocracia chiita está pasando los momentos más críticos en su historia, en palabras de su presidente Hasan Rohani. Unas carcas vacías, reduciría el apoyo financiero de los islamistas de Irán a grupos de derecha religiosa como Hizbolá o formaciones parecidas en Iraq, Siria, Yemen y Afganistán.

Cierto que Irán no se verá tan perjudicado como Arabia Saudí o EAU por la crisis del petróleo, ya que está sufriendo un embargo a su industria petrolífera, pero reduce las importaciones de materias primas a Irán y perjudica a su capacidad de exportar productos no petroleros. «Nunca en nuestra historia hemos experimentado una economía sin petróleo», dijo el presidente Rouhani que administra una de las mayores reservas de crudo y gas del planeta. El director de la Cámara de Comercio de Irán, Gholam-Hossein Shafe’i, advertía que Irán se dirigía a una ola de quiebras, como la industria automóvil, por enfrentarse a un fuerte descenso en la demanda y las restricciones a la exportación. Irán exportaba unos 4 millones de barriles por día en 1978; en 2016 esta cantidad se desplomó en 2,8 millones; con las sanciones de Trump a unos cientos de miles y por unos 10 dólares el barril; y ahora nada.

El cierre de sus fronteras terrestres con Iraq, uno de los principales mercados de todo tipo de productos iraníes e incluso el petróleo (evadiendo las sanciones de EEUU), no solo es un golpe económico sino también político puesto que el régimen chiita de Teherán ha sido -después de EEUU-, el principal respaldo del gobierno chiita de Bagdad, y esperaba algo de “hermandad”. Todos los países vecinos cerraron sus fronteras con Irán, acusándole haber sido el epicentro de la propagación del coronavirus y haber actuado con opacidad y negligencia. La RII se encuentra muy aislado en el escenario regional e internacional. Es difícil asegurar la supervivencia de la RII bajo esta presión y aunque lo haga, ¿cuál es el costo para la gente? ¿Para el país?

El Centro de Investigaciones del Parlamento e Irán, en su informe de 25 de abril de 2020, pronostica que hasta el final del año iraní (marzo del 2021), entre 278.000 y 6.430.000 trabajadores perderán su empleo. Por si fuera poco, el dirigente de Irán, ayatolá Jamenei, anunció el 29 de abril de 2020 la privatización de 49 compañías públicas, incluida la gigante petroquímica de Irán. La Organización Dirigida a las Privatizaciones creada en 1999, ha puesto sus acciones en la bolsa. La teocracia acorralada por EEUU y sus aliados por un lado, y por los ciudadanos por otro, ha optado por negociar con los primeros y aplastar a los segundos.

En el caso de la teocracia de Arabia saudí, la situación no está mejor: las exportaciones de unos 9 millones de barriles de petróleo por día, representan una amenaza seria para los empleos de los trabajadores del petróleo esquisto de EEUU, y puede conducir a acciones del imperialismo estadounidense contra el reino, de dos maneras principales:

– Un golpe de estado para derrocar a la familia Salman, como amenazó Donald Trump el 3 de octubre del 2018: “Podría no estar [en el cargo] en dos semanas”, si no bajaba el precio del petróleo en la víspera de las elecciones parlamentarias estadounidenses de noviembre del 2018. Y los asustados jeques obedecieron bajándolo de los 80 dólares el barril a 68.

– Retirarle el apoyo militar y dejarle solo ante los riesgos internos, con cientos de príncipes rivales acechándole al príncipe usurpador del título de “heredero” Mohammad BIn Salman, y también las amenazas regionales que provienen de Yemen, Qatar e Irán. «Tenemos un gran ejército que ha protegido a Arabia Saudita durante décadas», recordó el senador republicano Dan Sullivan en la Casa Blanca, y «tenemos alguna legislación que podría cambiar eso si no comienzan a cooperar». Sullivan y Kevin Cramer, ambos miembros del Comité de Servicios Armados del Senado, elaboraron un proyecto de ley el mes de marzo del 2020 para eliminar las tropas estadounidenses, los misiles Patriot y los sistemas de defensa THAAD de Arabia Saudí si no reducía su producción. El senador Bill Cassidy de Louisiana, presentó otro proyecto de ley el 11 de abril de 2020 que estipula retirar las fuerzas estadounidenses en un mes después de la aprobación, si Riad no obedecía. ¡Y lo hizo, eliminando 1,5 millones de barriles por día.

Sin embargo, a pesar de que el coste de la producción del petróleo de Arabia ronda sobre 3 dólares por barril, el reino -que ya sufre un déficit fiscal de 50.000 millones de dólares-, necesita un precio de curdo de al menos 80 dólares, no sólo para equilibrar su presupuesto, sino también para continuar con sus guerras en Yemen, Siria y Libia.

Es más, tendrá que enfrentarse con un descontento social que va en aumento. La detención de unas 300 personas, entre príncipes, militares y funcionarios, en el mes de febrero del 2020 muestra el frágil poder de los jeques. Por si fuera poco, la caída de las acciones de Saudi Aramco, la compañía petrolera más grande del mundo, que en 2019 sufrió un extraño atentado que los halcones de EEUU atribuyeron a Irán-, deja en una situación complicada a cerca del 20% de la población que compró las acciones pidiendo incluso préstamo. También le imposibilita al príncipe Mohammad llevar adelante su ambiciosa Vision 2030, proyecto de grandes infraestructuras que iba a reducir la dependencia del país al petróleo.

La Organización de Países Exportadores de Petróleo, creada en 1962, simplemente agoniza. Habrá un «nuevo orden petrolero» que se presenta lleno de incógnitas.

En Israel, Netanyahu ha podido seguir siendo primer ministro a pesar de perder hasta tres veces las últimas elecciones parlamentarias, gracias a suspender el parlamento que iba a prohibir a las personas acusadas de delincuente (como Benjamín Netanyahu) ostentar cargos políticos; medida «inconstitucional» que provocó la mayor crisis política de la historia reciente de Israel: Netanyahu se libró del juicio por fraude, soborno, y abuso de confianza, programado para el 17 de marzo, y además recuperó el poder, para terminar sus proyectos a la sombra de la covid-19. Un «golpe palaciego» de Netanyahu que en realidad pertenece a esta era Pos COVID19.

Netanyahu encabeza la facción que considera a Irán la principal amenaza a la existencia de Israel, frente a la facción que señala a los palestinos como el peligro real para la continuidad de un estado genéticamente judío.

Ahora bien, ante un panorama tan sombrío, es imprescindible volver a organizar una Internacional de los partidos y organizaciones de izquierda para frenar la catástrofe social, política y económica que se avecina.

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UN CAMBIO GEOPOLÍTICO SUSTANCIAL

La actual crisis sanitaria está dando protagonismo a una China que ya venía pisando fuerte en la estratégica región de Oriente Próximo, gracias a:

1) La política aislacionista que intenta Trump, aunque sin conseguirlo del todo por la resistencia del Pentágono, de Israel y Arabia Saudí;

2) La gestión de la pandemia por Beijing y la llamada “Diplomacia de la mascarilla” basada en el núcleo de la ideología china que cree en la cooperación entre los gobiernos en lugar de la lucha y rivalidad, y de paso ha sido una demostración simbólica de la fuerza: se está presentando como un líder mundial y una alternativa tanto a EEUU como a Rusia;

3) Beijing acude al rescate de medio mundo, con asistencia financiera concretamente a unos 130 países, mientras EEUU no solo no ejerce del líder, sino que se hunde solo, registrando más fallecidos que la guerra contra Vietnam. Este cambio geopolítico en el liderazgo mundial nace en el propio seno de un EEUU que está mostrando algunos rasgos de un “estado fallido”: entre 2010 y 2013, según el profesor estadounidense Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía, el 0,01% de los estadounidenses aumentaron su fortuna en 220 veces, mientras el 40% de la población se hundieron un 30% en más pobreza;

4) La salida del Reino Unido de la Unión Europa, y la dura crisis sanitaria que están sufriendo los ciudadanos del viejo continente, abre una mayor posibilidad para Beijing en ir construyendo su hegemonía sobre Oriente Próximo.

5) En este desafío, Beijing cuenta con otra ventaja: nunca ha tomado parte en los continuos choques entre las tres religiones semíticas (judaísmo, cristianismo e islam), ni ha lanzado una “guerra de civilizaciones”, presumiendo del confucianismo- el budismo en detrimento de los credos abrahámicos.

6) Al no tener historia colonial puede moverse, no sólo entre los Estados, sino también entre las poblaciones. La ingeniería sociopolítica china, al igual que su acupuntura, es milenaria.

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ALGUNAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

– Rebeliones ciegas de las masas, al no haber modelos de democracia a seguir: por un lado, debido a dura persecución a las fuerzas progresistas y el dominio del discurso anticomunista en los medios-, y por otro, los que buscan cambios encontraban a través de internet a la Unión Europea, como continente de libertades y el bienestar. La salida del Reino Unido, el dominio del neoliberalismo, y las consecuencias de la pandemia, que desmantelará gran parte de las conquistas obreras, será un duro golpe a lo que ha sido una anomalía en el capitalismo: un estado de bienestar que fue posible solo durante la existencia de la Unión Soviética, que con todos sus fallos, representaba un escaparate de derechos fundamentales para los oprimidos del mundo. Su desaparición en 1991, fue el inicio del desmantelamiento de los derechos de los ciudadanos en la Unión Europea.

– Los gobiernos de Irán y de Israel ya han autorizado a sus servicios de seguridad a rastrear los teléfonos móviles de las víctimas confirmadas y potenciales de coronavirus y otras técnicas de vigilancia y control de los ciudadanos. Fue otro brutal acontecimiento, el 11S. que justificó medidas sin precedentes para arrebatar los derechos y libertades conquistadas.

– Una mayor privatización de los bienes públicos. Kazajstán, Irán, Qatar, Arabia Saudita y los EAU ya han anunciado estas medidas y grandes paquetes financieros para apoyar al sector privado.

– Los totalitarismos se convertirán en dictaduras. Ya saben que una de las principales diferencias entre ambos sistemas es que el primero cuenta con una base social, incluso entre la clase trabajadora, y el segundo se apoya en reducidos grupos de élite económica, política y militar. Con el ahondamiento de la crisis, y ante la imposibilidad de aliviarla, los totalitarismos pierden el apoyo popular y se transforman en oligarquías dictatoriales: ya está sucediendo en Turquía, Irán, Arabia Saudí e Iraq.

– Habrá una carrera armamentística desenfrenada: Las injerencia de EEUU en Oriente Próximo, sus agresiones militares y las amenazas de Israel a Irán, agravan el “dilema de seguridad” en la región: “para que no me ataquen, aumento los gastos militares y las medidas de seguridad militar”, provocando una carrera armamentística cuyas principales víctimas son los trabajadores más desfavorecidos.
– Disminuirán el poder, presencia o el número de las organizaciones de la sociedad civil, donde existen.

– La “feminización de la pobreza” se extenderá, arrollando la clase media. Millones de mujeres refugiadas, cabezas de familia, obreras y campesinas perderán buena parte de su sustento, sin recibir ninguna ayuda social.

– Golpe al factor “religión”: Tanto la religión islámica que afirma ser la última y por ende las más completas y perfecta de todos los credos para siempre jamás, como la judía, que insiste que sus fieles han sido “elegidos por Dios”, ahora se encuentran en una situación embarazos, tras tanta manipulación de los sentimientos religiosos de sus feligreses: ¿Cómo Dios permitió la entrada del virus a Arabia Saudí e Irán, cuyos gobiernos han convertido el Corán en su guía de administrar a los ciudadanos? o ¿Por qué en Israel, la población judía no fue agraciada por la inmunidad al virus mientras el COVID contagiaba a otros? Ha sucedido justo lo contrario: millones de iraníes están contagiados y han muerto decenas de miles, porque 1) su gobierno se negó a prohibir el turismo religiosos y cerrar el negocio de los santuarios; de hecho el contagio empezó por la ciudad santa de Qom, el Vaticano del chiismo, y se expandió por el país al huir sus infectados a otras regiones del país; 2) mantuvo la celebración de las elecciones parlamentarias en el mes de marzo para exhibir la asistencia “multitudinaria” de los electores a las urnas y así recuperar la legitimidad dañada tras el fiasco del derribo del avión ucraniano y la matanza de cientos de manifestantes meses antes.

En Israel ha sido la ciudad Bnei Brak, en suburbio de Tel Aviv, con 200.000 habitantes fundamentalistas que al igual que sus hermanos en otras religiones desafían la realidad, la razón y la ciencia, la más afectada: el 40% de los ultraortodoxos dieron positivo en el coronavirus. Los regímenes religiosos en vano han intentado anular la lucha de clase para reemplazarla con la división de la región entre musulmanes-judíos y chiitas-sunnitas. Este será otro fracaso para los discursos islamistas en todas sus variantes (fundamentalista, moderada, reformista y liberal) y en todos los países que mostrarán la inviabilidad de las fórmulas políticas, económicas y sociales elaboradas para unas pequeñas tribus del siglo VII de la Península arábiga.

Analista internacional