“Y la verdad sea dicha: este
hermoso espectáculo, esta fiesta
de los ojos, es también un cochino negocio”. Eduardo Galeano.
La cifra es espeluznante y revela una situación de auténtico terror: desde que comenzaron las obras para el próximo mundial de fútbol en Catar, han muerto 6.500 obreros como consecuencia de las condiciones en que trabajan. El dato lo difundió The Guardian aunque el hecho es conocido desde hace varios años.
Lo denuncia Amnistía Internacional desde el 2012 y de forma recurrente. Ninguno de los países llamados democráticos y defensores de los derechos humanos puede excusarse en la ignorancia para la indiferencia que demuestran. Los trabajadores que acuden a Catar provienen generalmente de la India, Nepal y Bangladesh y son sometidos, según Amnistía Internacional, a condiciones de esclavitud. No pueden cambiar de trabajo ni dejar el país, ya que les retienen los pasaportes.
Desde la FIFA aseguraron haber tomado las medidas necesarias para poner fin a esa situación. Y las autoridades de Catar afirmaron haber cambiado las leyes laborales para proteger a los trabajadores. Eso fue ni bien se recibieron las primeras denuncias de AI. Es evidente que se trató, en ambos casos, de declaraciones falsas con el fin de tranquilizar a también falsos demócratas.
La entidad que gobierna el fútbol mundial no se destaca, precisamente, por la defensa de los derechos humanos. En realidad es un tema que no les interesa. Ya en el mundial jugado en Brasil, Amnistía Internacional denunció las condiciones vejatorias a las que sometían a los trabajadores que construían las obras para ese evento, sin que nadie atendiera sus reclamos.
El gran negocio
Por el contrario, la FIFA impone medidas extorsivas a los países organizadores que le reportan enormes beneficios económicos. Todo lo demás no es tenido en cuenta. Tampoco, por supuesto, los derechos laborales.
Ni siquiera el hecho de que Catar haya recurrido a los sobornos, para que voten a favor de su candidatura cuando se estaba decidiendo la sede del mundial, generó alguna inquietud ni en la FIFA ni en ningún país.
Hay que hacer la salvedad de que Alemania, Noruega y Holanda manifestaron, aunque no de forma directa, su repulsa por la violación de los derechos laborales y humanos por parte de Catar. Y Noruega incluso se plantea la posibilidad de boicotear el mundial y no concurrir.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos investigó y comprobó que, tanto para el mundial de Rusia como para el de Catar, varios dirigentes del comité ejecutivo de la FIFA fueron sobornados para garantizar sus votos favorables. Lo mismo hizo Alemania en su momento.
El fútbol era la fiesta que los pueblos se daban a sí mismos pero desde la intromisión del negocio a gran escala la fiesta se transformó en una oportunidad, una más, para que parte de las élites dominantes acumulen enormes cantidades de dinero de forma fraudulenta e ilegal.
Una ocasión más para que nos preguntemos qué quieren decir en realidad los que gobiernan el mundo cuando hablan de democracia. Y cuando aseguran que defienden los derechos humanos.
No reparan en destruir la naturaleza, en condenar al hambre y a la miseria a millones de personas, en apoderarse para su beneficio de los bienes comunes, el fútbol entre ellos, en atropellar los derechos sociales y laborales, en convertir el deporte en una orgía de corrupción y en señalar a los que protestan por tanta inequidad y prepotencia como perturbadores del orden.
Sigue teniendo vigencia, y tal vez más en este momento de tanta confusión, una histórica consigna de la izquierda: solo el pueblo salvará al pueblo.