Lo del bicho contagioso cuya actividad desmesurada es notoria y alarmante, se ha unido a diferentes problemas económicos y políticos que nos generan la imagen de una sociedad a la que se le ha complicado mucho la vida futura.
Mario C. Salvador en un artículo titulado La transmisión transgeneracional del trauma en la familia y la cultura nos define el trauma transgeneracional como “un fuerte impacto, una transferencia donde el dolor emocional, físico o social sufrido por una persona en un momento dado de la historia se transmite a las nuevas generaciones”.

Vistas las reacciones políticas, económicas y socioculturales que aparecen asociadas a la evolución y a la gestión de la pandemia empezamos a comprender cómo la emergencia sanitaria y el conflicto político nos llegan adobados por los mecanismos y valores, implantados en nuestro cuerpo social, que forman parte de nuestra identidad. Somos el resultado de una larga cadena de historias (¡hay cada historia!…). En lo más profundo de nuestros inconscientes y nuestras memorias corporales, viven los ancestros.

Dicen los especialistas que la culpa juega un papel importante en la manera de imprimir las expectativas y necesidades que provienen de la cultura y de aquellos traumas no resueltos del país en el que se vive. Y se cita el caso de España “donde muchas familias aún arrastran el trauma y el ‘fantasma’ de familiares asesinados en la guerra civil, personas que no pudieron ser ‘honrosamente enterradas’ o de las que no se pudo hacer el duelo debido al silencio familiar impuesto en torno a la familia, la causa de su fallecimiento o el motivo del crimen. Las familias, los educadores y el sistema político generalmente han impuesto un silencio en torno a los asuntos vergonzosos o deshonrosos de los vencedores (y también de los vencidos); al mismo tiempo, los vencedores suelen impedir “hablar de lo ocurrido”, imponiendo una conspiración de silencio que impide la elaboración de los duelos y la asimilación y transformación de las experiencias ya vividas. La personalidad nacional refleja un legado acerca de la identidad de un país y los asuntos que marcan la cultura y el sentido de la identidad nacional o regional”.

Y se señala que “la experiencia que ‘no fue dicha’ en la primera generación se vuelve ‘innombrable’ en la segunda generación, e ‘impensable’ en la tercera generación. La experiencia que no pudo ser metabolizada conllevará a una repetición de historias o a la generación de síntomas. El cometido de esta repetición es mantener la esperanza de obtener una resolución en la que se elabore o se repare y dejen de ocultarse los hechos que fueron ocultados bien por motivo de la vergüenza o por el dolor de un ancestro que para el clan familiar estaba idealizado”.

Dicho lo anterior queda por analizar y valorar la conexión de esta emergencia sanitaria (con sus conflictos colaterales) con la Salud Mental de la población amenazada por el individualismo, la incertidumbre, la confusión y la debilidad de un aparato intelectual que debía permitir abordar racionalmente el conocimiento de la situación en tantas vertientes como muestra su propia complejidad y la abundancia de mandatos sociales que se imponen culturalmente, difundidos por aparatos ideológicos que están al servicio de la dominación capitalista. Estamos sufriendo las consecuencias de una guerra comunicacional que tenemos que ganar para que no hereden el sufrimiento los nietos de las actuales víctimas.