Aquella noche Riquelme no pudo dormir y, por la mañana, encendió la luz y se acarició el pene, mientras su mujer se hacía la dormida. Más tarde, empezó a embestirla por detrás, con fuerza, y su mujer fingió despertarse. Riquelme continuó cada vez más fuerte hasta que ella se escurrió de la cama.

-¿Eh, adónde vas? -le preguntó Riquelme.

-Al cuarto de baño -contestó ella.

-Ven aquí, mira cómo la tengo. ¿La ves?
-apartó la sábana y se la mostró?. Déjate de cuarto de baño y vente para acá.

-Tengo que ir al cuarto de baño -repitió ella.

Riquelme miró el reloj fosforescente que se encontraba sobre la mesita de noche.

-Voy a llegar tarde a la oficina. ¿No puedes ir después al cuarto de baño?

-No, tengo que ir ahora.

Entró al cuarto de baño y Riquelme escuchó como levantaba la tapa del retrete y orinaba. Después, tiró de la cadena, salió y se plantó en medio de la habitación, rascándose el estómago.

-¿Quieres que te prepare el desayuno?

-Ven aquí, vamos a echar un casquete. Ven, anda.

Ella se acostó a su lado y Riquelme le cogió la mano y se la puso en el pene. Ella la retiró al momento.

-Mira qué calentito y qué grande está. ¿Has visto algo tan grande en tu vida, eh?

-Espera…, tengo que prepararte el desayuno.

-A la mierda el desayuno, estoy caliente, me he despertado echando humo. Date la vuelta, venga.

Intentó girarla de espaldas, pero ella se debatió durante unos instantes, luego Riquelme consiguió ponerla de espaldas, le levantó el camisón y comenzó a embestirla de nuevo.

-¡Me duele! -gritó ella? ¡Por ahí me duele!

-¡Calla, voy a terminar, espera!

Ella hizo un esfuerzo y se dio la vuelta.

-¿Pero qué haces, no ves que voy a terminar?

-Me duele mucho.

Riquelme jadeaba y se sentó en la cama, congestionado. Ella recogió las piernas y se bajó el camisón.

-Por ahí me duele mucho, además no me apetece, de verdad, lo siento.

-¿Qué no te apetece? ¿Pero qué estás diciendo? ¡No ves lo caliente que estoy!

-No tengo ganas.

-No tengo ganas -se burló Riquelme-. Sólo sabes decir que no tienes ganas. ¿Cuándo vas a tener ganas?

-No he dormido bien.

-¿Qué no has dormido bien? No me jodas, te has tirado toda la noche roncando. El que no ha dormido nada he sido yo.

-He dormido fatal, te lo juro, no puedo dormir bien últimamente. Te lo juro, me paso la noche en vela, pensando.

-¿Pensando, tú pensando? ¡Vamos, no me jodas, tía, tú no piensas!

-¡Sí que pienso…! Pienso en muchas cosas.

-¿Y en qué piensas?

-En aquel hotel que estuvimos hace dos años.

-¿Y sabes en lo que yo pienso?

-No.

-En que voy a llegar tarde a la oficina.

Ella intentó levantarse, pero Riquelme la agarró del brazo.

-Espera un momento y mira esto, mira qué chorrito va a salir de esta fuente.

Riquelme comenzó a tocarse, pero, de pronto, la empujó sobre la cama y la abrió de piernas. Ella gritó e intentó deshacerse, pero no pudo. Riquelme se echó saliva en el pene y la cabalgó.

Mientras lo hacía, observaba el reloj y la cartera que se encontraban en la mesita de noche, todo bien alineado.

La cama crujía y Riquelme empujó un poco más, jadeando. Ella volvió a quejarse y volvió la cabeza hacia la pared.

-¡Me viene! -exclamó Riquelme-. ¡Ya!

Terminó con una sacudida, se quedó inmóvil y sudoroso durante unos instantes, y se dio la vuelta y se limpió el pene con la sábana. Su mujer se levantó, fue otra vez al cuarto de baño, se duchó con agua muy caliente, se limpió los dientes, orinó de nuevo y salió con la bata amarilla.

Riquelme había terminado de vestirse y se ponía los zapatos, con la camisa abierta y la corbata a medio colocar.

-Ese desayuno que nos dieron en el hotel -dijo su mujer?, ¿cómo se llamaba?

Riquelme se encogió de hombros.

-No sé.

-¿Te dará tiempo de tomarte un café?

Riquelme miró la hora en su reloj de pulsera.

-Ahora nos hacen fichar, los muy cabrones, y si llegas tarde, es una falta grave. Y a las tres faltas graves, te ponen en la calle.

-Nos llevaron el desayuno a la habitación en un carrito y había zumo de naranja, café, mantequilla, mermelada, miel, pan de varias clases, croasans. ¿Te acuerdas?, desayunamos en la cama y recuerdo que abrimos el balcón y hacía solecito.

Riquelme masculló algo en contra de la nueva normativa para fichar y entró al cuarto de baño, orinó, se lavó la cara y se afeitó. Sacó la lengua al espejo y la vio blanca, recubierta de una capa pastosa, y dedujo que debía olerle mal el aliento. Se cepilló los dientes y luego hizo gárgaras con el elixir mentolado. Al salir se colocó la corbata y la chaqueta.

Su mujer había colocado sobre la mesa de la cocina la cafetera, dos tazas, tostadas, mantequilla y dos vasitos con zumo de refresco de naranja con burbujas.

-Era algo parecido a esto -dijo ella-. Un día lo voy a preparar como en aquel hotel. ¿Quieres que te unte una tostada?

-¡Déjate de tostadas y de tanta coña, voy a llegar tarde! -Riquelme empezó a beberse el café a grandes sorbos-. Están despidiendo a gente, ya le ha tocado a Onrubia, a Gómez y al imbécil de Vicente. Dentro de poco me tocará a mí, ya lo verás. Y todavía no han dicho nada de pagar los atrasos que nos deben.

-Voy a untarte una tostada, ¿vale?

Su mujer comenzó a untarla y Riquelme le dio un manotazo. La tostada salió disparada y se estrelló en el fregadero. Su mujer se echó a llorar.

-¡No puedo más, no puedo más! -exclamó.

-¿No, no puedes más? El que no puede más soy yo.

-¡Vete a la mierda! -gritó su mujer.

Riquelme le pinzó la cara con la mano y la empujó. Su mujer cayó al suelo de espaldas y se golpeó la cabeza contra la nevera. Riquelme se dirigió a la puerta, cogió la cartera con el muestrario y se volvió. Su mujer se estaba poniendo en pie, mientras se secaba las lágrimas.

-Eh, oye -la llamó-. Un día…, bueno, un día iremos a otro hotel como aquel y desayunaremos en la cama. Es que tengo mucha prisa.

-Anda, vete… Vete, ya -contestó ella-. Vas a llegar tarde.