El periodista José Martí Gómez nos ha dejado. Nacido en Morella y afincado en Barcelona desde joven este maestro ejerció siempre de periodista con la voluntad de estar a la menor distancia posible de la realidad concreta. Le conocí en 1967 cuando coincidimos en la redacción del Correo Catalán. Llegó de la mano de Huertas Clavería y se le puede considerar el último Huertamaro. Huertamaro era el apodo que se dio a esa hornada de periodistas antifranquistas que pisaban la calle para denunciar como fuera la brutalidad de la vida diaria.

A José María Huertas su actitud le acabó costándole la cárcel. A Martí Gómez disgusto por el que saltó de El Periódico a La Vanguardia. Había sido un puntal de la aventura de El Mundo Diario en el que coincidió con Antoni Lucchetti y otros periodistas con garra. En La Vanguardia se reencontró con Ibáñez Escofet que era quien nos protegía en la redacción de El Correo Catalán.

Martí Gómez se especializó en crónica de sucesos y sus crónicas reflejaron los años duros de la heroína y del asalto al Banco Central. Pero Martí Gómez, con su libreta en las salas del Palacio de Justicia, recogía el crimen, pero siempre con empatía hacia las condiciones que habían abocado a tanta juventud sin futuro. Menos caritativo era con los grandes corruptos y corruptores. Era implacable en su búsqueda de respuestas, ya fuera Fraga o Jordi Pujol, el Jordi Pujol. Que ya hacía sus pinitos en el caso del Banc de Girona. Era la generación de periodistas de Manuel Vázquez Montalbán, con quien trabajó en Por favor. Ese era el grupo en el que estaba Benach y demás periodistas de la célula de periodistas del PSUC. De ellos era amigo, aunque nunca ingresó en el partido. Amigo también, por ejemplo, de otro incorruptible, el fiscal José María Mena. Y del economista Jacint Ros Hombravella que se nos llevó la COVID. Con Jacint compartía esa obsesión por el contacto con la gente que tiene que sobrevivir a diario y que te da muchas veces visiones mucho más precisas y exactas que las teorías al uso.

Prueba también de su constancia fueron las entrevistas que consiguió de sus admirados Graham Greene y John Le Carré durante su periodo de corresponsal en Londres.

Otro núcleo de sus amistades y sus crónicas hay que buscarlo en la Associació Catalana d’Ex-presos Polítics, quien le rindió homenaje recientemente. Estaba en posesión del Premi Nacional de Periodisme.

Activo colaborador en la SER, sus crónicas continuaron hasta el fin con su empática ironía. Para él, la vida era bonita, como nos ha recordado su familia. Y la ha sabido vivir hasta sus 85 años.

Exdiputado por el PSUC y miembro del CC del PSUC Viu