Veinte veinte prometía ser un gran año, un número redondo para enfrentar una nueva etapa. Comenzamos la andadura junto a un virus ya familiar y entonces desconocido poco después del inicio del año chino de la rata.

Estamos saliendo de dos años de pandemia de manera más abrupta de la que entramos, con una invasión militar de grandes proporciones que no podríamos haber imaginado ni en una novela de espías durante la guerra fría.

Pero hete ahí que la vida nos sigue sorprendiendo, para mal y para bien, y que cada día nos puede recibir con algo inesperado que cambia cualquiera de los paradigmas sobre los que habíamos construido nuestra existencia. Ya nada es cierto, si es que alguna vez lo fue. La incertidumbre nos acompaña y, como mucho, podemos planificar el día de hoy pero no más allá.

En estos dos años hemos aprendido lentamente a convivir con nosotrxs mismxs en el espacio cerrado de una habitación o en el espacio “abierto” de una pantalla. Pero también hemos desaprendido velozmente aquello que nos iba a hacer mejores para el futuro. La hipocresía ha vuelto a ganar la partida. O, en el mejor de los casos, nos lavamos las manos cual Pilatos y dejamos que el mundo fluya. Una mala praxis del be water, my friend. Ni conocimiento ni libertad, ignorancia entre barrotes para mantenernos al margen. ¿Por seguridad, por temor, por pasotismo? Qué mas da.

Aplaudimos al personal sanitario por su labor, entrega y entereza. Pero no cuestionamos su precariedad, sus despidos ni la falta de respaldo institucional.

Apoyamos a países en guerra y a sus habitantes enviando alimentos para que sobrevivan a la guerra. Pero también les mandamos armas y propaganda para que peleen la paz.

Aumentamos nuestra solidaridad y compromiso social. Pero dejamos que el hambre y la muerte sigan invadiendo la parte más negra y pobre de la población mundial.

Denunciamos los costes de las energías, las sucias y las limpias. Pero no aprobamos una empresa pública que los regule.

Pedimos menores impuestos y más libertad de empresa, pero subimos los gastos militares y los megaempresarios siguen aumentando sus beneficios.

Votamos a supuestas democracias. Pero botamos el voto a partidos y sujetos para nada democráticos.

Exigimos el fin de las violencias, pero dejamos que crezcan los extremismos que o las ignoran o las niegan.
Hace dos años no fuimos capaces de aprovechar la supuesta prosperidad que nos traería el año de la rata de metal; hoy, en el año del tigre de agua, a ver cómo nos va con su fuerza y energía. Han sido dos años que empezaron pidiendo al año chino poder “Pintar un sueño para seguir imaginando” (pateras al Sur, 8 feb. 2020) y que pasaron por escribir numerosas crónicas desde el sofá (pateras al Sur, 17 marzo 2020) para “compartir los otros miedos, los que durante siglos nos han tenido encadenados y cuyos retos han costado tantas vidas como costará, supongo, esta última plaga”.

Creo que han sido dos años de dudas y de pérdidas, veinticuatro meses de incertidumbres marcados por dos excusas casi perfectas, la pandemia sanitaria y la endemia belicista, para seguir siendo lo mismo que éramos, unas minúsculas partes del universo que sobreviven como pueden y que no miran más allá de su pequeño círculo ni más adentro de su limitada existencia.

Pero ánimo, que todo puede cambiar. También para peor. Así nos va.

“Nunca habrá revolución sin evolución de conciencias
Depende de ti la diferencia
Cuida tu rumbo sin juzgar el que yo elegí
Y antes de cambiar al mundo, primero cámbiate a ti”

(Canserbero: “cámbiate”)