LOS IRRELEVANTES.
ESCENAS DE LA JUNGLA GLOBAL

Guillermo AbrilLa Caja Books, 2021

En una ciudad cualquiera de España, las calles están completamente desiertas porque estamos confinados. Solo los empleados esenciales pueden asistir a sus puestos de trabajo. Hay pancartas con mensajes de ánimo en los balcones. La gente aplaude cada tarde desde las ventanas. Algunas personas cantan, incluso, o tocan la guitarra, el piano eléctrico, la trompeta. Los “policías de balcón” permanecen ojo avizor con las cortinas abiertas. Una mañana, el pedaleo de lo que parece una bicicleta rasga el silencio. ¿Qué? ¿Una bicicleta? Corre, vamos a ver. En efecto, un joven cargado con una mochila cúbica cruza la avenida dirección norte. Lo sabéis tan bien como yo: es un rider. ¿El pedido? Un zumo, 2 euros. Esos, los de la bici, son los irrelevantes de Guillermo Abril.

A orillas de un rascacielos en cuyo interior traders y quants ordenan el mundo, calculan probabilidades y crean modelos, unas manos morenas barren las hojas caídas de los árboles, riegan las jardineras y recortan con cuidado algunas ramitas. ¿De quién son esas manos? No importa, también son irrelevantes, como lo son los cuerpos de los migrantes que mueren en las costas o en alta mar, los nombres de aquellos que recogen la fruta en las huertas de España y de Italia y viven en poblados chabolistas, sin documentos, sin derechos, sin residencia; los africanos a quienes damos las migas a cambio de la explotación de sus recursos; las víctimas de las guerras en Libia o del tráfico de personas; los residentes en las inmediaciones de plantas químicas como las de Kerr-McGee Corporation o las mujeres obligadas a prostituirse. Irrelevantes. Todos. Sin excepción.

Los irrelevantes. Escenas de la jungla global es el intento de plasmar sobre papel la línea que separa a los que cuentan de los que no cuentan, el lugar (im)preciso de la coma que establece los ceros a izquierda y a derecha; la historia, en definitiva, de la frontera que pixela el rostro de unos y elimina directamente el de otros. Y digo que pixela el de unos y elimina el de otros porque, si bien coincidiremos en que el de esos otros desaparece en la medida en que, víctimas del sistema, constituyen la masa de los aniquilados (de los irrelevantes), debemos asimismo coincidir en que el rostro de los que importan tampoco es que, en contraposición, se ilumine. No, sus figuras se difuminan, se ensombrecen. En un mundo dominado por clics aparentemente irrastreables, bitcoins, datos y algoritmos, ¿quiénes son los que mueven los hilos? ¿Quiénes los que crean, entienden y ponen en funcionamiento los modelos? ¿Quién se esconde detrás de los nuevos sistemas de control biométrico? ¿Cuáles son las relaciones causales tras cada uno de esos clics? ¿Qué diantres hay detrás del algoritmo? Yo no lo sé, lo confieso, soy incapaz de descifrar los códigos que explican el sistema que nos rige. Pero no soy idiota –y tú tampoco lo eres–, simplemente carezco de las herramientas. ¡¿Cómo no vamos a carecer de ellas?! La operación es obvia: lo que interesa es naturalizar la opacidad, emborronar el funcionamiento real de las cosas. En otras palabras, permanecer en la incomprensibilidad y hacer de ella nuestra zona de confort.

El texto de Guillermo Abril intenta arrojar luz sobre las tinieblas, despixelar a los unos y devolverles el rostro a los otros; entender el mundo de hoy, con todos sus matices y en toda su extensión. Para ello, se vale del fragmento y del movimiento: la concatenación de escenas en distintas localizaciones conforma una imagen caleidoscópica de la realidad en tres dimensiones, mientras que la velocidad a la que se suceden hace de la página la tira de celuloide sobre la que, secuencia a secuencia, se imprimen los fotogramas. Aturdidos como en los instantes posteriores al fogonazo del flash, avanzamos en la lectura. Abril marca los puntos en el globo terráqueo y traza las líneas que los unen. Es la estela de un proceso en marcha, una suerte de radiografía del cambio, los engranajes de la máquina, el abismo que no vemos, porque no lo podemos ver.