El pasado 31 de marzo, el Congreso de los Diputados debatió y aprobó favorablemente el dictamen de la comisión de investigación, relativa a la gestión de las vacunas y el plan de vacunación en España. Ha sido una buena excusa para hacer una primera y tímida evaluación de lo que la pandemia —que por fin empezamos a dejar atrás— ha supuesto.

Siempre es más sencillo establecer una fecha de cuándo empiezan las crisis que de cuándo terminan ya que, lo que sucede a menudo es que las consecuencias de las crisis pasan a formar parte de la nueva realidad de las personas afectadas por ellas.

Aquí está la clave para determinar si ha habido una buena gestión política o no. Basta con analizar, una vez haya pasado un tiempo prudencial, si las consecuencias que la mayoría de la sociedad ha sufrido, van remitiendo, o si, por el contrario, se han ido enquistando, convirtiéndose en crónicas y estructurales.

A lo largo de esta pandemia y de la crisis —social, material y sanitaria— que ha supuesto, hemos escuchado hasta la saciedad por parte de los poderes mediáticos un discurso determinado. Este discurso, intentaba ahondar en la idea de que el impacto del virus en la vida de las personas es democrático, que nos ha afectado a todos por igual: ricas, pobres, hombres, mujeres, personas migrantes, niñas etc… “Nos ha obligado a parar el mundo” dicen…

Es engañoso analizar esta —y cualquier— realidad sin ponernos las gafas de la interseccionalidad. ¿Cuánto de cierto es que la cuarentena, por ejemplo, supuso lo mismo para todas, si tenemos en cuenta que hay quien vive en casas de 200 metros cuadrados y quien lo hace en casas de 50 metros cuadrados? Por —siguiendo la tradición— no hablar de aquellas que directamente no tienen casa o están internas en un CIE.

Sólo el pueblo salva al pueblo

Esta crisis —al igual que todas— no hace más que ahondar en las desigualdades preexistentes, se ha cebado en mayor medida con las mujeres, las precarias, las trans, las migrantes, la del mundo rural, las que tienen diversidad funcional y un largo etcétera de sectores de la sociedad a los que el status quo expulsa sistemáticamente a los márgenes, pero que también son los que hacen avanzar las sociedades, luchando y conquistando derechos para todas.

Con la perspectiva que el paso del tiempo nos empieza a dar, vemos la vigencia que todavía tienen aquellas palabras que Machado rezaba en su día: “En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.

Después de la crisis de 2008 salimos hacia delante (si es que hicimos tal cosa), gracias a las pensionistas que abrieron la puerta de sus casas a sus nietas e hijas e hicieron malabares con sus pensiones. Unos malabares, muy distintos a los que contemporáneamente hacían unos señores trajeados en Wall Street.

Las pensionistas de esta pandemia fueron otras: las sanitarias, las trasportistas, las repartidoras, las psicólogas, las educadoras, las cuidadoras etc. Todas ellas profesiones profundamente precarizadas. Se confirma: sólo el pueblo salva al pueblo. ¿Dónde estaban en los momentos de mayor incertidumbre las grandes empresas farmacéuticas, o la sanidad privada? Ni estaban, ni se las esperaba. Donde la mayoría vemos —y sufrimos— un colapso, siempre hay quienes desde sus torres de marfil ven una oportunidad y se pueden permitir idear una estrategia de negocio.

Y a toro pasado ¿en qué políticas públicas se han traducido los aplausos con los que a las 8 de la tarde, cada día reconocíamos el sacrificio de las sanitarias (muchas veces extralimitándose en sus tareas)? ¿Quién cuida a las que cuidan?

El éxito del plan de vacunación, y sus consecuentes beneficios, nos permiten empezar a pensar que esta distopía, que comenzó hace ya dos años, inicia —aunque no tan rápido como nos gustaría— su final. El plan de vacunación a pesar de haber sido un éxito tiene determinadas cuestiones mejorables.

Lo óptimo es que las personas se puedan vacunar en sus centros de atención primaria —a los que hay que dotar de mayores recursos—, ya que, son parte de la estructura y el tejido de los barrios, son entornos conocidos y seguros especialmente para las usuarias más vulnerables: personas mayores, personas con trastornos o problemas de salud mental, niñas etc. En estos centros hay un conocimiento previo de las usuarias, y de sus necesidades individuales, y una relación sanitaria-paciente que facilita un trato más cercano y empático, que siempre es deseable en un entorno sanitario.

Países pobres, países ricos

Tanto en el dictamen de la comisión de investigación sobre las vacunas, como en su debate en el pleno, se ha puesto de manifiesto la necesidad de continuar con el objetivo de alcanzar un acceso equitativo a las vacunas en un plano global. Pero, la afirmación de que sólo se acabará la pandemia de la Covid19 en España/Europa cuando se acabe en todo el mundo, ha resultado no ser cierta. Una vez más, occidente tiene la capacidad de poner muros más altos y robustos para aislarse de los problemas que afectan al sur global, esta salida de la pandemia en la que occidente sale a flote, pero no los países menos desarrollados, no es moral ni legitima, pero no nos engañemos, es posible.

Es curioso el doble rasero de occidente cuando hablamos de salud global. No se puede hablar de una distribución equitativa de las vacunas sin recordar, cómo en otras ocasiones, las grandes empresas farmacéuticas del autodenominado primer mundo, se dejan los principios éticos en casa cuando hacen las maletas para ir a África o Latinoamérica en busca de países con sistemas menos garantistas para las participantes en los ensayos clínicos. El ejercicio de la libertad, necesita siempre de unas determinadas condiciones materiales de posibilidad, que en muchos casos no se dan en estos países. Las farmacéuticas han hecho históricamente un uso colonial de estos territorios debido a la falta de legislación, de educación y/o alfabetización de sus poblaciones (y por ende, el desconocimiento de sus derechos), al coste más barato que tienen allí sus ensayos o aprovechando que, debido a la carencia de atención médica en sus países, para muchas es la única forma de obtener tratamiento.

La asignatura pendiente

La asignatura pendiente con respecto a la gestión de las vacunas, es la falta de trasparencia en los contratos con las farmacéuticas. Estos contratos —cuya naturaleza jurídica es de Acuerdo Internacional Administrativo— contienen cláusulas confidenciales, por lo que, cuando se han hecho públicos, no ha sido posible conocer el contenido completo de los mismos. En consecuencia, se desconoce el coste real de las vacunas. No hay democracia sin rendición de cuentas, y a su vez no hay rendición de cuentas sin información.

Esto, pone de relieve la necesidad de reforzar los mecanismos de trasparencia en la colaboración público-privada, entre los estados y las empresas farmacéuticas. En un contexto democrático, es inaceptable el oscurantismo en este tipo de contratos, ya que la ciudadanía tiene derecho a saber cuál ha sido el coste real para el estado de la compra de vacunas.

Por todo esto, podemos concluir que los siguientes pasos en la hoja de ruta que el gobierno debe de llevar a cabo en la gestión de la pandemia son: la transparencia como norma en los contratos con las empresas farmacéuticas (tanto en los contratos ya firmados, como en los futuros), el cambio de paradigma en el plan de vacunación (haciendo que los centros de vacunación por defecto sean los centros de atención primaria), continuar con la estrategia de vacunación a nivel global (a través de la donaciones al COVAX), la liberalización de las patentes y, finalmente, desde una perspectiva feminista, saldar la deuda con las verdaderas heroínas de esta pandemia, teniendo una voluntad real de acabar con la precariedad estructural de las profesiones —altamente feminizadas— relacionadas con los cuidados y el trabajo reproductivo.

Conclusiones

1. Existe un consenso social, y político, sobre las ventajas de la vacunación en la lucha contra el virus. Esto no es menor, ya que en algún momento, desde la ultraderecha se esgrimieron discursos que negaban la existencia del virus, o que llamaban a la no vacunación, creando un clima de desconfianza en la ciencia.

2. Hay una voluntad real de continuar con la donación de vacunas a través del Fondo de Acceso Global para Vacunas covid-19 (COVAX).

3. Existe una idea compartida de que fue un acierto la compra común de vacunas por parte de la Unión Europea.

4. El plan de vacunación en el marco nacional fue un éxito.

5. La razón de este éxito, tiene mucho que ver con la calidad de nuestro sistema público de salud, a pesar, de las derivas neoliberales que se adivinan en los servicios de salud de algunas autonomías, con recortes y privatizaciones.