Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso. Cantaba una artista granadina, de nombre Gelu, que de vez en cuando, para resaltar alguna frase, introducía un jipío (o jipido, que de las dos maneras puede y debe decirse).
Tras un verano vivido con alegre desesperación, dadas las noticias que se anunciaban, enfilamos el Otoño mirando con desconfianza a ver de dónde van a venir los golpes más duros, alguno de los cuales ya habían saltado al cuadrilátero al principio del verano.
Por ejemplo, ahí está la inflación, de la que siempre se ha dicho que es un impuesto oneroso para los pobres. Esa inflación que, a partir de cierto grado, derrumba gobiernos, y que puede no dejar títere con cabeza a lo largo y ancho de Europa. Una inflación que parece que va a ser combatida a través del enfriamiento económico, subiendo el precio del dinero; es decir, creando “dolor” en trabajadores y familias. Subes el precio del dinero, dejas de comprar deuda de ciertos estados, sobre todo los del sur, mientras cae la renta fija y, al par, cosa inesperada, cae también la renta variable, harás felices a los banqueros, pero dejarás un sendero plagado de víctimas de la pobreza y el ahorro desperdiciado. Loor a los bancos centrales y a la FED norteamericana.
Otro ejemplo: ahí está la guerra, que no es nuestra guerra, pero cada vez son más nuestras las consecuencias, lo que el ínclito Borrell ha llamado el precio de la libertad. Y para eso hay que estar preparados: cada vez que se pronuncie de ahora en adelante en la UE la palabra libertad, hay que echarse mano a la cartera. Una guerra en la que se dirimen los espacios de poder y la venta de armas y de gas (se ha cuadriplicado, por ejemplo, la venta del gas estadounidense). No se trata de estar con Putin o con la OTAN, con ninguno, pero hay que reconocer que al bueno de Gorbachov se le prometió, si dejaba entrar al discurso único, que la OTAN no daría un solo paso más en dirección a Rusia. Pero, como ha dicho el Papa Francisco, los rusos han atacado cuando desde sus fronteras oían ya el ladrido de los perros de los dirigentes otánicos. El caso es que el gas va a estar escaso y muy caro, y pasarán frío y hambre los de siempre. En definitiva, Europa, convertida en franquicia armada de los EE.UU, que es quien decide, acepta sumisa su inmolación económica en nombre de una supuesta libertad que esclaviza a la gente a través de la ruina.
Y a propósito de la inflación: los trabajadores, que son unos caprichosos, han empezado a dar por saco con el asunto de los salarios y el llamado poder adquisitivo. Cuando había un saco de dinero para la etapa anterior, los empresarios hacían acuerdos patrióticos, pero ahora no hay saco patriótico del dinero y ellos tendrían que apretarse un poco el cinturón. Pues no. Y los trabajadores pueden perder un porcentaje muy alto de poder adquisitivo. Por ejemplo, si la vida este año sube un 9% por ciento, los salarios, en general, van a subir como mucho una tercera parte. Al final siempre se aprietan los mismos el cinturón, en un momento muy difícil no solo para lo que ha acuñado la división de sociología de la Moncloa: la clase media trabajadora; sino para los parados, el precariado, los despedidos, o ese 30% sometido al riesgo de pobreza.
Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso. Porque estamos saliendo de la pandemia, pero esta puede experimentar con el frío ciertas aceleraciones, y resulta que la inmensa mayoría de los trabajadores que hoy cogen la pandemia, todavía, tras la barra o en el taller, siguen trabajando si no tienen demasiada fiebre.
Cuando llegue septiembre… y entremos en el mercado electoral, de cara a mayo, de los grandes partidos y de su utilización de los medios de comunicación. En un momento en que, en mitad del escenario, descarnada y obscena, ha aparecido la madre (y el padre) del lawfare, es decir, ese contubernio de periodistas, jueces y políticos que conduce a la mentira y a la eliminación de personas y organizaciones. Esa operación que ya no necesita tanques para darle sentido a los modernos golpes de estado.
Quizás, incluso, con la intercesión de la virgen del Rocío y el apóstol Santiago, dada la escasez de agua, llueva, y llueva por encima de los pantanos, no cuenca abajo. Lo mismo se arrepiente esa gran empresa que ha distraído el agua pública de ciertos embalses y haga por devolvernos al menos el precio justo. Y lo mismo, también, empiece a haber más cabras en el monte, acribillado de incendios, aunque sea a través de un concurso oposición. Sin olvidar la responsabilidad ciudadana, en un país donde (según he oído en la radio) hay una piscina por cada 13 personas.
Cuando llegue septiembre… ¡Joder, qué negativo estás!, podrá reprocharme alguien a estas alturas, y a lo mejor tiene razón, pero no, porque hay alternativa, y voluntad de construirla, y no precisamente una alternativa gaseosa, basada en la depuración o resta, sino sólida, estructurada, basada en el agregado o adición de personas y organizaciones en torno a un programa de resistencia y de cambio. Que nuestra señora del frente amplio nos acoja en su seno. Aquí un jipido.