Cuando se habla de América Latina es muy recurrente que se defina como un territorio en disputa, donde el llamado péndulo político tiene cíclicos movimientos hacía la derecha o a la izquierda, con determinado carácter regional y que en esta nueva etapa son menos prolongados que en la anterior. Asistimos a un nuevo escenario con la llegada de gobiernos progresistas, aunque es evidente que esta nueva etapa tiene características muy diferentes a la primera.
Los resultados de las elecciones presidenciales en México, Honduras, Chile, Perú, Colombia y los de la primera vuelta en las elecciones del Brasil muestran cambios positivos como resultado de una nueva oleada de rebeldías sociales contra las políticas neoliberales que aumentaron exponencialmente la pobreza y que, especialmente en Chile y Colombia, provocaron prolongados estallidos sociales que lograron tener expresiones electorales. Y además de los resultados electorales, la reciente Asamblea de la Organización de Estados Americanos también mostró indicios de los quiebres y contradicciones de la región. Estados Unidos no pudo arrastrarla a la aprobación de todas las resoluciones que presentó, especialmente aquellas relacionadas con contundentes condenas contra Venezuela y Nicaragua y hubo de conformarse con la aprobación de una relacionada con Ucrania, aunque en medio de voces que reclamaban una urgente solución de paz negociada.
El punto débil de los gobiernos considerados de izquierda es Pedro Castillo, por su indefinición política, la falta de apoyos, los líos jurídicos y el triunfo en Lima de una fuerza ultraderechista en las recientes municipales. Gabriel Boric parece no tener la suficiente madurez para tomar definiciones de fondo, por lo que en este escenario se acrecienta la imagen y el papel que juegue Gustavo Petro. Si Lula da Silva conquista la presidencia el panorama se le complicaría un poco más a los intereses hegemónicos de Estados Unidos, no porque estos gobiernos asuman radicales posiciones antimperialistas, sino porque reclaman un trato de respeto mutuo, sustentado en la autodeterminación y los intereses regionales y globales.
Vale la pena hacerle seguimiento a la relación compleja de Petro con el gobierno norteamericano. De alguna manera, logra imponer la búsqueda de nuevas estrategias en la lucha contra el narcotráfico que superen las fumigaciones con el cancerígeno glifosato y los bombardeos a zonas campesinas cocaleras, recaba apoyo para su plan de Paz Total, defiende a Cuba y reclama que se le saque de la ilegal lista de estados que -según torcidos argumentos- favorecen el terrorismo. Reconoce Petro a la República Saharaui, pero igualmente aceptaría que la OTAN sea el “protector de la Amazonía”.
Los resultados de las elecciones brasileñas serán profundamente determinantes para este contradictorio pero interesante mapa político. Estaremos pendientes.