El 28 de febrero se cumplirá un año del encarcelamiento del periodista Pablo González en una cárcel polaca, pero “a estas alturas nadie sabe de que se le acusa oficialmente, salvo las autoridades polacas y el ministro Albares” escribe Iñaki Alrui en un artículo titulado Ferreras: la cloaca de la (des)información y un ministro que miente.
Recuerda que vive en un aislamiento es total, ni habla, ni se puede relacionar con nadie, ya que desde el principio le catalogaron como preso peligroso en la prisión de alta seguridad de Radom, a unos 70 kilómetros de la capital, Varsovia. Se encuentra en un módulo de máxima seguridad de dicha prisión, 23 horas encerrado en una celda, sin luz natural. La hora restante de su día a día, es para dar un paseo él solo en un patio de 7 m2.
Cuenta Alrui en Lo que Somos, que todavía no ha podido asistirle su abogado de confianza español, ha sido la familia quien ha tenido que contratar un Gabinete de Defensa, especializado en derecho penal en Polonia para poder atender adecuadamente a Pablo, un inmenso gasto que hasta hoy se va sorteando con una cuenta solidaria.
La realidad, añade, contrasta con la versión del ministro de Asuntos Exteriores en el programa Al Rojo Vivo de Ferreras y la puesta en escena de entrevistado y entrevistador, que desmenuza en su artículo.