Recuerdo un libro de Paloma Uría que leí hace unos años, en el que planteaba que la cultura patriarcal ha desvalorizado el cuerpo femenino, por considerarlo fuente de impurezas o de tentaciones, o lo ha representado desde la mirada masculina, bien para la satisfacción del deseo sexual o bien, para la prolongación de la especie; en cualquier caso, para ser utilizado en beneficio de los hombres.
El cuerpo de las mujeres sigue estando en el centro del debate feminista y, desde luego, en la reacción del machismo que sigue sin entender que las mujeres no somos objetos, sino sujetos de derecho y, por lo tanto, con capacidad para decidir también sobre nuestro cuerpo. Recordemos que, no hace tantos años, conocimos sentencias bochornosas de tribunales de justicia que consideraban a las mujeres responsables de haber sufrido una agresión sexual por hechos como estar en la calle a ciertas horas o vestir de una manera determinada.
La filósofa Celia Amorós dice con acierto que las mujeres tenemos “toque de queda”, porque, en determinadas circunstancias, no estamos seguras y eso ocurre porque el patriarcado, según Cristina Molina, tiene el poder de asignar espacios; el que asigna a las mujeres es el espacio privado, y disputar el espacio público a los hombres es, como sabemos, una ardua tarea.
Afortunadamente, desde hace un año, contamos con la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual en la que lo esencial es la formulación con la que la conocemos -solo sí es sí- porque pone en el centro la libertad sexual y el consentimiento de las mujeres; ninguna mujer será puesta bajo sospecha cuando denuncie una agresión sexual, ni tendrá que explicar hasta qué punto puso o no resistencia, ni tendrá que demostrar que estaba sufriendo cuando su agresor le gastaba una “broma”, ni por qué y cómo estaba donde estaba.
Pero este verano hemos asistido a un episodio lamentable que ha tenido como protagonista al presidente de la Federación Española de Fútbol. Después de un éxito histórico de la Selección Femenina de España como ganadora del Mundial, Luis Rubiales besó a la jugadora Jennifer Hermoso y ese beso no fue consentido, por lo que la reacción de repulsa hacia el entonces presidente y de apoyo a la jugadora se multiplicó en redes sociales y en todos los medios de comunicación. Por su parte, Luis Rubiales no solo reiteró que no iba a dimitir, sino que, en su defensa, desgranó todos los argumentos del machismo; no le sirvió de mucho, es cierto, y al final ha presentado su dimisión, presionado por unos y abandonado por otros, y muchas feministas nos hemos preguntado, en estos días, si ese beso no consentido hubiera tenido consecuencias hace años y nos hemos respondido que la fuerza del feminismo hace imposible ya que estas actitudes queden impunes, que la ley protege el derecho de las mujeres a decir en cualquier momento “mi cuerpo no se toca”. Tiene sentido, por lo tanto, esa viñeta que circula por las redes sociales en las que una niña le pide a la abuela que le cuente cómo ganaron el Mundial de Fútbol y la abuela responde que ganaron mucho más que eso… Porque, efectivamente, el éxito deportivo es innegable, pero el derecho de la jugadora a defender su libertad sexual profundiza un debate que afecta, sin duda, a las mujeres en el deporte pero que, en realidad, nos afecta a todas, porque forma parte de la larga lucha por la igualdad. Seguimos, campeonas.