Se dice que somos la única especie que tropieza una y otra vez, en la misma piedra, en la misma idea o en el mismo error de cálculo. Y así, vuelta a empezar. Como el mito de Sísifo y la repetición reiterativa sin compensación alguna. Por eso me viene a la cabeza la crisis de 2008. Y con ella todos los mitos que se construyeron en torno a su gestión. Y todas las propuestas que nos hicimos, los unos, los otros y los que ni siquiera la padecieron porque la vivieron como la mejor inversión de sus vidas. Y siento que no hemos aprendido nada, que vamos directos al desolladero de la historia que no es otro que la repetición de lo no aprendido. Ya nos ocurrió con la pandemia, el mejor ejercicio de buena voluntad incumplida. Y ahora nos ocurre con la gran concentración de beneficios económicos en manos de unos pocos.

Para los economistas hay una expresión anglosajona muy ligada a  la crisis internacional que sufrimos en 2008, “Too big to fail”, que podría traducirse por “demasiado grande para caer”. Como si la roca, dada su magnitud no pudiera ser subida a lo alto de la montaña de la que Sísifo la dejaba caer una y otra vez para volverla a subir y repetir la acción hasta el infinito. Esos economistas quizá no habían leído a Sísifo. O si lo hicieron desafiaron el mito pues pensaban que esa enorme roca no podría caer dada su magnitud. Algo así como que el capitalismo rocoso y duro que movía el mundo no podía despeñarse de la noche a la mañana.  No podía contagiar su vírica enfermedad por todas las tuberías que movían el planeta.

Por eso se inyectaron ingentes cantidades de dinero público a la banca mientras se acometían brutales recortes sociales, que en los países mediterráneos hicieron tambalear el sistema del bienestar, rompieron el pacto social y generacional y dieron lugar a una década de grandes pérdidas y también perdida.

Y es que, mientras en Estados Unidos se acometía un proceso regulatorio para decidir el tamaño de las entidades financieras y garantizar su transparencia, en España se activó un proceso de concentración bancaria con el objetivo de que los grandes bancos “rescataran” a las entidades con más dificultades, entidades que fueron saneadas previamente con la irrigación masiva de fondos públicos. Lo que ocurrió después es de sobra conocido pues esas entidades aumentaron sus beneficios mientras la vida de la gente iba en otra dirección. Se dijo que era para compensar las pérdidas emitidas durante la crisis, pero en realidad fue una reactivación interna del propio capitalismo sin alma que lejos de sanarla, se contagio de altas dosis de usura y especulación.  Aquello fue un escándalo que quedó en nada. Quiero decir, que se aceptó con toda la naturalidad, como ese viejo dicho de Fredic Jameson que dice que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Y esto nos sitúa, echando la vista atrás, como ya lo hiciera Walter Benjamin y su Ángel de la Historia que miraba al pasado y solo veía una catástrofe que se acumulaba incansablemente, a los pies de otra reiteración. Porque el escándalo sigue. Los despachos donde se despachan las grandes operaciones bancarias y políticas no descartan volver a compensar si fuera preciso los desajustes de otra crisis. Lo grave hoy es que ese ecosistema bancario acumula beneficios como otros acumulan desgracias. Sin fin, sin límite. Lo confirma esos más de 6500 millones de ganancias en un solo trimestre que no tienen otro control que un impuesto extraordinario que está encontrando enormes dificultades para convertirse en permanente, a pesar de estar recogido en el acuerdo político para formar el Gobierno de Coalición, y que en ningún caso supondrá la devolución de todo el dinero público que recibieron.

De seguir a este ritmo los beneficios, y todo indica que será así a lo largo de 2024, la gran banca puede superar los más de 26.000 millones de ganancias que lograron en 2023 gracias en gran parte al estrangulamiento financiero de las familias a través del precio de sus hipotecas y el aumento de las comisiones financieras de sus clientes.

Por si esto fuera poco, hace pocos días se ha anunciado una posible fusión del Banco de Sabadell y el BBVA,  fusión que de momento no ha cuajado, pero echadas las cartas de la gran timba, nada impide a los jugadores esperar a que el gran casino financiero ofrezca sus mejores ventajas. Pero hay más. Lo escandalosamente inaceptable es que este gobierno autoproclamado progresista no movilice contrapeso alguno, no mueva ese dedo hipotecado por la libertad de mercado que no es otra cosa que la libre circulación de capitales que siempre buscan refugio en las mismas cajas fuertes.

De llevarse a cabo esta fusión significaría la construcción de un oligopolio financiero formado por cinco grandes bancos, que juntos, controlarían los activos de más de tres cuartas partes del mercado monetario español, y entre los tres más grandes, casi dos tercios del total de préstamos. Ello les permitiría, dada la actual situación, adquirir una posición de fuerza desmesurada hacia los clientes y ciudadanía a través del cobro de comisiones o de desvalorizar el valor del dinero de sus ahorradores como viene siendo habitual lo cual es, en parte, la clave de sus beneficios. A lo que se sumará, como ya han admitido, una “reestructuración de la plantilla y las oficinas bancarias”, es decir, un proceso de salidas incentivadas, en el mejor de los casos, y de despidos en el peor y más probable, que ayudará a engordar sus ya de por sí escandalosos beneficios ya mencionados

Nuevamente la situación recuerda a la crisis de 2008. Porque este conglomerado financiero se hará tan grande que volverá a blindar su propagación sin límite bajo el mantra que es “demasiado grande para caer”.           

Y es que si no se activan leyes de control frente a esta extracción yonki de beneficios, la gran banca repetirá, como el viejo mito de Sísifo, sus mecanismos adquiridos de especulación del mercado monetario a sabiendas que, al final, todos pagaremos los platos rotos mientras la caja sigue aumentando beneficios en manos de los mismos.

Todo esto me lleva a pensar que, mientras el país más liberal del mundo se encargó de regular su sistema bancario, aquí, seguimos observando impasibles cómo el poder y la riqueza se concentran en cada vez en menos manos.

Alguien, algo, no sé, debería frenar en seco estas dinámicas extractivistas que ponen en riesgo no solo las estructuras del Estado de Bienestar, del viejo contrato social, de las solidaridades entre clases y de la misma democracia, esa democracia en riesgo y crisis que es preciso sostener a toda costa. La Ley de supervisión bancaria otorga al Gobierno del Estado la capacidad de hacerlo, veremos cómo responde.

(*) Parlamentario de Contigo Navarra-Zurekin Nafarroa