Esta situación se concreta, por ejemplo, en borrar de un plumazo o minimizar todo gesto “favorable” ocurrido en un pasado todavía cercano. Estas actitudes secuestradoras de la realidad se manifiestan también en el campo de la literatura. Cualquier poeta, novelista o dramaturgo que en una determinada época de su vida tuvo un compromiso militante, éste queda reducido a una simple anécdota, cuando no a una tergiversación consciente o al olvido voluntario.
Un ejemplo concreto y significativo sobre lo que venimos diciendo lo constituye el tratamiento recibido sobre la militancia en el PCE del poeta sevillano Luis Cernuda.
Es cierto que aún no poseemos una biografía del autor de “La Realidad y el deseo”. Los pocos datos que poseemos de su vida están determinados en epistolarios incompletos, testimonios de sus contemporáneos y, sobre todo, en su breve autobiografía “Historial de un libro”. La Existencia de un estudio sobre su vida es urgente porque disiparía la leyenda creada en torno a su vida.
Sin embargo, cualquiera de sus obras suele ir acompañada de datos biográficos. También existe sobre Luis Cernuda una extensa bibliografía. Y no debemos olvidar los numerosos homenajes recibidos en diversas revistas. Tanto en estudios biográficos o interpretativos, la figura de Luis Cernuda ha servido en determinados momentos para justificar determinadas actitudes –su homosexualidad ha sido tratada y maltratada desde diversos ángulos- o ser considerado como un poeta de un intransigente individualismo y de una gran reciedumbre moral. Pero lo que resulta indignante es elevar su militancia comunista durante un determinado momento de su vida a simple anécdota o explicarla a través de presupuestos de carácter romántico.
María Teresa León, en su “Memoria de la melancolía”, comenta sobre nuestro poeta que “hubo unos años en que él (Luis Cernuda) creyó en la salvación de los seres pequeños, de los sin nombre, de los innumerables, de los que se levantan en armas al sentir atacada hasta su pobreza. Luis Cernuda dejó un día la Alianza de intelectuales de Madrid para irse de soldado al Batallón Alpino”. Pero nuestro estremecimiento es mayor cuando leemos otro de los testimonios de la citada escritora: “Este poeta, uno entre los más refinados que España tuvo, fue, además, de los poetas más leales al pueblo español y algo más que otros y (…) mucho antes que otros”.
Sobre este momento de Luis Cernuda escribe el gran poeta peruano César Vallejo: “Ramón Sender, Serrano Plaja, Cernuda, luchan de un lado, en las mismas trincheras de Madrid, y, de otro, traducen, ¡y con qué entrañable fuego!, ¡con qué lealtad histórica!, ¡con qué visión social de nuestra época!, todo ese palpitante, humano y universal desgarrón español en el que el mundo se inclina a mirarse, como en un espejo, sobrecogido a un tiempo, de estupor, de pasión y de esperanza”.
Esta lealtad a la que hacen referencia María Teresa León y César Vallejo no queda empañada por la hosquedad de su carácter, la acritud de sus actividades con algunos de sus contemporáneos y su desolada visión del mundo de la última época de su vida. España había muerto para el poeta, es cierto. Pero no el pueblo. En su “Díptico español” uno de los poemas más desgarradores de la poesía española del exilio, leemos: “La historia de mi tierra fue actuada / por enemigos enconados de la vida. (…) La real para ti no es esa España obscena y deprimente / En la que regenta hoy la canalla, / Sino esta España viva y siempre noble / Que Galdós en sus libros ha creado / De aquélla nos consuela y cura ésta”.
Pero volvamos atrás. Luis Cernuda, en octubre de 1933 ingresa en el Partido Comunista de España. A partir de entonces colabora con la revista “Octubre”, que dirige Rafael Alberti, donde publicó, en los números 4-5 (octubre-noviembre de 1933), el poema “Los que se incorporan”, donde Cernuda, explícitamente cree en un mundo de armonía donde no existan clases sociales. Nos dice Cernuda: “Este mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate apasionada. Esta sociedad chupa, agota destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire”.
Y más tarde, cuando siente que su muerte está cercana, vuelve la vista atrás sin ambiguas nostalgias y, con estremecida lucidez, escribe el poema “1936”, su testamento político, donde nos evoca el encuentro con un antiguo miembro de la Brigada Lincoln y donde manifiesta toda una profesión de fe en una causa –la defensa de la Segunda República Española- en la que para Luis Cernuda, como para tantos otros intelectuales, confluían la teoría y la praxis.